10/20/2010

Mujeres y psiquiatría, de la histeria a la depresión


El androcentrismo de la práctica médica en la salud mental
”Tener hijos pequeños es un factor de riesgo para sufrir un trastorno”

Belén M. Martín, Izaskun S. Aroca

Madrid, 20 oct. 10. Diagonal/AmecoPress.- Ser mujer ha sido históricamente poco menos que patológico. La inconstancia, la ausencia de pensamiento y lógica, y la incapacidad de razonar eran las características de la psique femenina, según el psicólogo social francés Gustav Le Bon, refrendado por muchos de sus colegas a finales del siglo XIX.

La independencia, la autonomía y la objetividad, parámetros de una personalidad sana, no eran valorados por igual en hombres y mujeres. La dependencia, la sumisión y el sentimentalismo constituirían atributos de una mente menos sana, pero era lo que se esperaba de las mujeres dentro de un carácter tierno, sensible y cálido. Aquellas que no cumplían con los requisitos de esa personalidad-edredón podían ser tachadas de locas, las que lo cumplían, de tontas.

“El concepto de locura está muy ligado a los comportamientos femeninos. Las mujeres se conceptuaban como locas casi por naturaleza. Su sistema nervioso se calificaba de muy inestable, la mínima variación en sus vidas las desequilibraba mentalmente. En este sentido hablamos de feminización de la locura”, explica Isabel Jiménez Lucena, profesora de Historia de la Ciencia de la Universidad de Málaga.

Feminización histórica de la locura

En el siglo XIX, de hecho, se consideraba que la insania de las mujeres comenzaba en los órganos sexuales femeninos; en el útero se localiza la locura. De ahí que la eterna enfermedad de las mujeres haya sido hasta el siglo XX, cuando se evidenció que era una enfermedad inexistente, la histeria (hystera, palabra griega para útero): el saco roto en el que desde Hipócrates caía casi cualquier problema de salud femenina que no se lograba identificar. Se diagnosticaba a partir de decenas de síntomas: hinchazón, cansancio, irritabilidad, tendencia al ‘egocentrismo’ o ‘a causar problemas’...

En la época victoriana se convirtió en un diagnóstico común. Prescribían a las solteras que se casaran y se realizaron ablaciones absolutamente innecesarias del útero y los ovarios. Uno de los tratamientos habituales consistía en ‘masajes pélvicos’, lo que ahora entenderíamos como una sesión de masturbación, para llevar a la mujer a lo que llamaban ‘paroxismo histérico’: el orgasmo.

Los vibradores como instrumentos terapéuticos (nunca juguetes sexuales) fueron usados en balnearios de lujo y anunciados en revistas femeninas como aparatos ‘antiestrés’ desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX.

El final de la II Guerra Mundial supondría un giro radical en el tratamiento de los denominados trastornos mentales y, por extensión, de la ‘locura femenina’. En la década de los ‘50 y los ‘60 se desarrollarían lo que la psicoanalista Mabel Burín denomina ‘drogas legales’: los psicofármacos. De este modo, los denominados trastornos mentales pasaron a ser abordados, según Burín, a través de “nuevas tecnologías que pretenden incidir sobre la salud de las mujeres”.

El 24% de las mujeres en el estado español consume antidepresivos y más del 30% toma ansiolíticos

Son los ansiolíticos y los antidepresivos. Según analiza esta especialista argentina, “la transformación de los medicamentos en bienes de consumo promovida por las empresas productoras ha terminado por engendrar una sociedad medicalizada”. Una sociedad en la que las mujeres copan la demanda, impulsadas en muchos casos por un sistema sanitario que patologiza sus problemas vitales.

Así lo corrobora la docente Isabel Jiménez: “Existen excesos de diagnóstico de depresión en mujeres ya que muchas veces este diagnóstico está condicionado por el malestar. No es tanto una patología que necesite un medicamento, sino una patología que necesita un cambio vital”.

Un malestar que proviene en muchos casos de la sobrecarga que impone la doble jornada laboral (dentro y fuera del hogar) y las condiciones socioeconómicas. De hecho, según una investigación publicada en marzo de 2009 en la revista Atención primaria, el 24% de las mujeres del Estado español consume antidepresivos y más del 30% benzodiazepinas, un tipo de ansiolítico. Al consumo habitual hay que añadir el incremento provocado con la crisis, con el que las grandes farmacéuticas hacen su agosto.

El pasado mes de abril Pfizer publicaba un estudio en el que aseguraba que el consumo de antidepresivos en el Estado ha aumentado un 10% en los últimos dos años: de 30 a 33 millones de unidades vendidas por año. Ante este panorama, el enfoque feminista se impone en la práctica psiquiátrica. “Ya se han empezado a realizar análisis de género, lo que es un primer paso para poder abordar el tema, pero como en todas las disciplinas científicas hay cierta resistencia a que haya una influencia de género importante en la actuación psiquiátrica”, comenta Jiménez.

En el Estado español numerosas especialistas comenzaron a cuestionarse esta feminización de la locura en los años ‘70 y ‘80, lo que coincide, según Jiménez, “con la entrada de numerosas feministas en la disciplina”.

El problema que no tiene nombre

Durante la II Guerra Mundial, muchas mujeres en EE UU de clase media blanca coparon el espacio público trabajando y estudiando. Tras el conflicto, con la vuelta de miles de soldados desempleados, fueron expulsadas de sus trabajos.

La imagen de la perfecta ama de casa se impuso en anuncios, películas y en la mente de millones de mujeres. “Las mujeres aprendieron que las verdaderamente femeninas no aspiran a seguir una carrera, a recibir una educación superior, a obtener los derechos políticos”, cuenta Betty Friedan en La mística de la feminidad.

Frente a esa aparente felicidad, Friedan destapó el llamado “problema que no tiene nombre”. Estas mujeres manifestaban síntomas de angustia y malestar cuyas causas desconocían.

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