El papa Benedicto XVI.
MÉXICO, D.F., 17 de noviembre.- Hoy no voy a escribir de la guerra en mi país, qué alegría. Voy a escribir del Papa y los cien besos. El Papa Benedicto XVI lee sentado en un trono su homilía, en la maravillosa iglesia de la Sagrada Familia, construida por Gaudí en Barcelona; manda a sus feligreses “respetar, y defender de cuanto se le opone, el orden natural de la familia, formada por un hombre y una mujer”, y cinco minutos más tarde sale de la iglesia y lo reciben cien besos, los besos de cien parejas homosexuales, hombres y mujeres que, abrazados en la acera, se besan en los labios.
He puesto en cursivas la palabra natural porque en ella se centra todo el debate de la Iglesia y las sociedades democráticas del siglo XXI.
Natural quiere decir surgido de la Naturaleza sin estorbo. Es decir, no transformado por la cultura. Es decir, no trastocado por los intereses temporales de una cierta organización de una cierta tribu de bípedos mamíferos pensantes.
No es sorpresivo que el Papa use la palabra natural a últimas fechas. Citar la Biblia como fuente autoridad ha llegado a ser odioso para los ciudadanos cultos de las democracias occidentales. La Biblia es un libro repleto de historias y moralejas contradictorias, donde ya nadie, sino el que no la ha leído y sólo cree en ella de oídas, dilucida un mapa ético; y en la palabra natural se viene centrando la esperanza de una nueva moral para el siglo, una moral desprendida de las ideologías políticas o los dogmas de fe y emanada de la biología, del conocimiento de la vida misma.
Una moral: una serie de normas que protejan y acrecienten el bien común de un grupo vivo. O en el nivel individual: una serie de normas que orienten la vida hacia lo bueno y la alejen de lo dañino.
Una moral natural sería aquella que respete la vida y sus leyes y así acreciente su vitalidad.
¿Pero qué diablos es natural y qué no lo es? ¿Acaso podemos saberlo los humanos, desde niños amaestrados en formas culturales, desde niños encerrados en espacios amurallados por el cemento, desde niños amaestrados para estar sentados en pupitres pensando y pensando horas y horas en asuntos no naturales?
Sin duda podemos saberlo, gracias a la observación de la vida fuera de nuestra jaula de pensamiento.
Y en el siglo XXI esto es lo que sabemos, en cuanto al tema que tocó el Papa en su homilía de Barcelona: la familia y los géneros sexuales.
Existen cinco géneros sexuales que se dan en la Naturaleza espontáneamente. Los machos, las hembras, los transgéneros (cientos de especies donde un animal cambia en el lapso de su vida de macho a hembra o viceversa), los homosexuales (hasta ahora son mil 500 las especies donde se han detectado) y los hermafroditas (los individuos con dos géneros sexuales).
(Por eso es tan natural y hermoso que el Papa salga de misa y sea recibido por cien besos homosexuales.)
La organización familiar tiene variedades numerosísimas en la Naturaleza. Las tribus de chimpancés se pliegan al macho alfa, al más fuerte y bravucón. Pero las suricatas obedecen a la hembra alfa, que domina a base de asesinar a las crías de sus hijas. Los pulpos hembras copulan con un promedio de tres pulpos machos antes de elegir con qué semen impregnarán sus huevecillos. Los atunes viven en bancos y, llegado el tiempo de desove, las hembras sueltan sus huevos, que quedan flotando en el agua, y entonces varios machos eyaculan en las nubes del material femenino, dejando al azar la elección del padre, y al conjunto de la tribu, la protección de las larvas.
(Y uno puede seguir y seguir describiendo los distintos tipos de familias que los biólogos han observado en la Naturaleza.)
Resulta que Charles Darwin, el primer naturalista que ofreció una teoría para entender el por qué de la variedad vastísima de los seres vivos, se equivocó. La variedad es mucho más grande de lo que él pudo sospechar hace siglo y medio, analizando la información sobre la Naturaleza de la que disponía en su época. La variedad es tanta, que la única ley universal que parece subyacerla es que sobreviven los individuos y las organizaciones de individuos que se adaptan a la Naturaleza suficientemente bien para no morir en el intento.
Qué hermoso día en Barcelona. Sentado en un trono dorado bajo las cúpulas más naturales que haya diseñado un humano, Gaudí, el arquitecto naturalista, el Papa evoca lo natural como fuente para encontrar un orden en la convivencia de los bípedos pensantes. Antes de esa palabra se equivoca, se equivoca en el tono recriminatorio, en la retórica y el registro intelectual, ambos del pasado medieval, y luego se vuelve a equivocar al recitar de memoria que la familia debe estar formada por un macho y una hembra. Pero da igual. Ya sea un lapsus linguae o una voluntaria aunque diminuta inclusión del presente, el Papa ha pronunciado la palabra natural ante el mundo y hay que guardar esa expresión suya como una semilla posible, como una reliquia rara y afortunada que lo ha alineado, por un instante sólo, con la esperanza de la especie.
Lo escrito ya: cinco minutos más tarde, al salir a la luz natural del día, el Papa es recibido con el restallar sucesivo de cien besos naturales de cien naturales homosexuales bípedos.
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