Nunca más
Perla: ¡Ligia! Estaba esperando que me llamaras… No. Sigo en la casa de Irene. La encontré llorando, toda golpeada, pero no quiso que le trajera a un doctor: le da vergüenza que alguien más sepa… Por eso mismo no ha denunciado a Bernardo; pero esta vez, te juro que si no lo hace ella ¡lo haré yo! Es posible que se enoje y lo voy a sentir mucho. Prefiero que mi hermana me retire la palabra a que un día la mate ese infeliz… Estate tranquila. No creo que Bernardo se atreva a venir. Por si las dudas, al rato voy a buscar a un cerrajero para que cambie la chapa... ¿También la del portón? ¡Olvídalo! Para eso tendría que pedirles su consentimiento a todos los vecinos. (Advierte que le está entrando otra llamada.) Oye: ¿puedo hablarte en cinco minutitos? ¡Seguro!
(Perla interrumpe la comunicación con Ligia. Antes de que pueda hablar escucha la voz de su madre.)
Madre: ¡Al fin contestas! ¿Por qué traes apagado el celular?... Cada rato te pasa lo mismo. Pues no esperes a que se te acabe el tiempo para meterle aunque sea treinta pesos. Como están las cosas, es mejor que estemos en comunicación… ¿Dónde andas?... Salúdala, pero la próxima vez que vayas a tomar café con Ligia, avísame. No es que quiera controlarte. Compréndeme… ¿A qué horas regresarás? Está bien. Oye, antes de que se me olvide: ¿has sabido de tu hermana? Hoy tampoco se ha comunicado para acá. Ya sé que en esta época se le carga mucho el trabajo en la tienda pero debería buscarse dos minutitos para mí. Puesto que nunca tiene tiempo de visitarnos, me conformo con oír su voz. La última vez me sonó triste. Le pregunté si tenía algún problema con Bernardo y me dijo que no, al contrario. Menos mal que ese matrimonio anda bien porque lo que es el de Rolando… Créeme que si se divorcia sólo voy a lamentarlo por mis nietos. En estos casos las criaturas son las que sufren más.
II
Irene abre los ojos. Perla sonríe. Al apartar el mechón que enturbia la frente de su hermana descubre, horrorizada, una marca rojiza.
Perla: ¿Te duele? Deja que te vea un doctor. (Irene niega con la cabeza.) No seas tontita. No importa que el médico se entere de que tu esposo te golpeó, pero si te da vergüenza le dices que rodaste por la escalera. (Se sienta al borde de la cama.) No fue la primera vez ¿verdad?
Irene: No, no. (Hace una mueca.) Pronto: ¡ayúdame a levantarme!
Perla: ¿Qué te pasa?
Irene: Me duele el pecho al respirar, como si estuviera rota por dentro.
Perla: ¡Hijo de la chingada! Te juro que si lo veo soy capaz de matarlo.
Irene: No digas eso.
Perla: ¿Estás defendiendo a ese miserable?
Irene: No, pero es mi marido.
Perla: Por como te trata, más bien parece tu peor enemigo. Hazme caso: divórciate de él. Estás joven. Puedes rehacer tu vida con otro hombre, tener familia…
Irene: Bernardo dice que si me separo de él me matará.
Perla: Pero si ya lo está haciendo. (Levanta la sábana con delicadeza.) Mira cómo te dejó. Cuántas veces habrá sucedido lo mismo y no dijiste nada.
Irene: No quería preocuparlos, sobre todo a mi mamá. Ya bastantes problemas tiene con Rolando y con mi padre: quejándose del trabajo, siempre de malhumor, protestando por los gastos.
Perla: Olvídate de eso. Ahorita lo que importa eres tú. Estuve pensando: ya que no quieres irte a la casa, al menos déjame ir por un cerrajero para que cambie la chapa del departamento.
Irene (se incorpora): Otro día. Necesito que estés aquí. Tengo miedo.
Perla: ¿De Bernardo?
Irene: No. De morirme sola.
Perla: ¿De dónde sacas eso?
Irene: No sé. Lo siento.
Perla: No hables así, preciosa, ¡no hables así! (Gime.) Dios santo, ¿por qué permites que sucedan estas cosas?
Irene: Por favor, no llores.
Perla (se levanta): Pero ¿cómo no voy a llorar si te veo hecha pedazos? Prométeme que vas a dejarme que te lleve con un médico, que vas a separarte de este monstruo, que regresarás a la casa. Mis papás estarán felices de tenerte allá. Podemos compartir el cuarto como antes. ¿Te acuerdas de que en las noches nos levantábamos y nos poníamos a jugar a que tú eras Madonna y yo Thalía? Mi papá siempre gritaba: ¡Ya cállense, cabronas! Dejen dormir. Mañana tengo que levantarme muy temprano
.
Irene: Él nunca estuvo de acuerdo con mi matrimonio. Decía que Bernardo, once años mayor que yo, no era para mí. Debí haberle hecho caso. Ya es tarde para arrepentirme.
Perla: Para eso sí, no para que te separes de Bernardo. Es más, si puedes levantarte, en este mismo momento nos vamos a la casa. ¿De acuerdo?
Irene: Me voy contigo, pero mañana, cuando me sienta mejor. ¿Puedes quedarte a dormir?
Perla: ¡Desde luego que sí!
Irene: ¿Qué vas a decirles a mis papás?
Perla: Ya veré. Tú no te preocupes. Duérmete; pero antes ¿no te gustaría que te preparara un té?
Irene: ¡No, no, no! Bernardo siempre, después de que me golpea, me ofrece un té muy dulce. Mientras lo bebo me pide perdón y llora. (Gira la cabeza hacia la pared.) Un domingo no pude soportarlo y le arrojé el asqueroso té a la cara. ¡Me hundí en el infierno! Al día siguiente llegué al trabajo con suéter y una bufanda en el cuello. Si no hubiéramos estado en agosto mis compañeras habrían creído que iba tan cubierta porque me estaba congelando. (Se vuelve hacia su hermana.) ¿Hace frío?
Perla: Un poco. ¿Quieres otra cobija? (Se acerca al clóset. Mientras busca una manta sigue hablando.) Me gusta cuidarte.
Irene: Para eso eres mi hermana mayor. (Sonríe.) Conste que nunca le he dicho a nadie cuántos años me llevas.
Perla (en broma): Más te vale guardarme el secreto. (Saca una manta y al desdoblarla cae una varilla.) ¿Qué hace esto aquí?
Irene: Está guardada. Es de Bernardo.
Perla: No me digas que con esto te pega. (Arroja con furia la varilla.) Pues no lo volverá a hacer. ¡Te lo juro! (Tiende la manta sobre el cuerpo de su hermana.)
Irene: Lo sé, lo sé… Nunca más.
Perla: Me gusta que lo digas. Ahora duérmete.
III
Perla se aleja de la cama y marca el número de su casa.
Perla: ¿Mamá?
Madre: Niña, son casi las diez. Como que ya son muchas horas para tomarte un cafecito.
Perla: Es que Ligia tiene un problema muy serio y no puedo dajarla. Quiere que me vaya a dormir a su casa.
Madre: ¿Está enferma?
Perla: No, pero lo estará si se enterca a seguir con Alfonso. Es su marido y cada rato la golpea. La otra noche estuvo a punto de matarla.
Madre: ¡Válgame! ¿Qué esa muchacha no tiene padres ni hermanos que la defiendan?
Perla: Sí, pero le da vergüenza confesarles que el esposo le salió golpeador y no se los ha dicho.
Madre: Dile a tu amiga que en estos casos lo peor es quedarse callada. Aconséjale que denuncie al tipo, que se divorcie de él y recurra a su familia. Es preferible que se enteren de que fracasó en el matrimonio a que cualquier día la encuentren mutilada o muerta.
Perla: Mamá, si la del problema fuera mi hermana ¿le dirías lo mismo?
Madre: Pues claro que sí, pero gracias a Dios Irene se casó con un buen hombre. ¿O no? (Se inquieta ante la falta de respuesta.) ¡Contéstame!
Perla: Bernardo es todo lo contrario de lo que piensas… Por favor, no te pongas así. Luego te explico. Voy a llevarme a Irene a la casa. De una vez te advierto que la verás muy mal. Su esposo la golpeó con una varilla y lo peor es que no ha sido la primera vez.
Madre: ¿Y por qué no me lo dijo? Necesito hablar con ella. ¡Pásamela!
Perla (retrocede hacia la cama): Irene, mi mamá quiere hablar contigo. Ya le dije… ¿Me oíste? (Se inclina y toca el cuerpo de su hermana. La rigidez explica su silencio.) Mamá: Irene no puede contestarte. No hablará nunca más.
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