12/02/2010

Cuatro años de pesadilla



Octavio Rodríguez Araujo
Claudia Herrera Beltrán, de este diario, ha publicado un excelente resumen de los cuatro años de Felipe Calderón, residente transitorio de Los Pinos. La periodista resalta algunos de los aspectos más significativos de este gobierno, y aporta o recuerda datos que son significativos. Ella dice que se han invertido más de 300 mil millones de pesos en su guerra contra la delincuencia organizada, principalmente contra el narcotráfico, guerra en la que han muerto alrededor de 30 mil personas.

Esa enorme cantidad de dinero no ha resuelto hasta ahora nada positivo para el país ni para los que lo habitamos a pesar de todo. Por cada narco asesinado (los menos son apresados) surgen dos, cinco o diez que entran al mercado en sustitución de los anteriores y, lo peor, es que al descabezar un cártel, la disputa por el territorio y el negocio no sólo genera más y mayores crímenes, sino menos seguridad incluso en ciudades donde antes se vivía con relativa tranquilidad. La violencia, dice Herrera Beltrán, no se detiene. Y tiene razón, ha crecido, y los mexicanos que queremos vivir como antes ya no sabemos para dónde hacernos. Cada vez que el gobierno cree tener un triunfo, los maleantes se lo cobran asesinando también a políticos, policías de alto rango y hasta candidatos a algún puesto de elección popular.

Referirse a esta situación de miedo y terror, de muertes y de violaciones al estado de derecho y a los derechos humanos, como daños colaterales es, para decirlo con suavidad, una irresponsabilidad además de cinismo. El gobernante más protegido militarmente en la historia de México apenas (y sólo bajo presión) se ha condolido de algunas muertes, principalmente de políticos en activo, pues éstos son, aunque pertenezcan a otros partidos, parte de la llamada clase política. La mayoría de las víctimas de la guerra de Calderón –que insisto en llamar ilegal– son seres anónimos de los que sólo se conduelen sus allegados más próximos. Mientras tanto, el consumo de drogas ilegales y el tráfico de las mismas no han disminuido ni cerca estamos de que así ocurra.

Lo más lamentable es que Marcelo Ebrard, por más matices que quiso introducir en su deshilvanado discurso en Cuernavaca del sábado pasado, esté apoyando la política de Calderón en la materia, tal vez con la esperanza de que las alianzas de su partido con el del PAN puedan llevarse a cabo. En su oportunismo político, lo que nos plantea el jefe de Gobierno del Distrito Federal es que la cola agita al perro y no al revés, con lo cual exculpa, valga la metáfora, al animal.

En por lo menos dos de mis artículos en La Jornada he intentado retar a los precandidatos a que nos digan qué van a hacer con lo que nos deje Calderón en relación con su guerra. Todos queremos saber qué van a hacer de llegar a la Presidencia con las avispas alborotadas, con los militares en las calles (donde permanecerán hasta el último día de mi mandato) y con la inseguridad que se ha generado al margen de la percepción del actual gobernante. Ebrard ya lo hizo y nos ha confirmado que no necesita tomarse la foto con Calderón para darnos a conocer sus posiciones electorales y sus perversas intenciones aliancistas. Nos falta conocer las propuestas de los demás precandidatos, pues muchos, si no todos los mexicanos, queremos saber si la pesadilla de este sexenio va a continuar o podremos tener la esperanza de que el país vuelva a la relativa normalidad en que vivíamos antes de que el PAN gobernara el país.

Claudia Herrera cita al final de su nota una declaración de Calderón a un grupo de reporteros: Lo bonito es lo feo que se está poniendo. Si esta afirmación del gobernante intentó definir el panorama que se aproximaba con su gobierno, lo logró muy bien, pero no podrá negarse que se trata de un caso para un buen sicoanalista, pues revela una mentalidad tortuosa que no estoy capacitado de diagnosticar científicamente.

Nos faltan dos años de calderonismo y todavía no vemos luz alguna al final del túnel. ¿Se espera que nos acostumbremos a esta situación de zozobra? No lo creo, pues ni siquiera los esquemas interpretativos de hace algunos años se han mantenido. Todo está muy revuelto e imbricado y los ciudadanos comunes, que no tenemos información privilegiada ni un Wikileaks con archivos de nuestro país que podamos consultar, estamos prácticamente desarmados y sin brújula, pues, para colmo, la izquierda electoral vive en su propio laberinto haciéndose bolas tanto en la que debiera ser su perspectiva de izquierda como en su visión del país en su conjunto, incluyendo el avispero que, por instrucciones de Washington, se puso a golpear Calderón y que, según ha prometido, seguirá agitando hasta el 30 de noviembre de 2012. Todos somos Asterión, diría Borges, ¿quién será nuestro redentor, si acaso existe?

PD: El sábado 4 de diciembre a las 10 horas estaremos en la Feria del Libro (Guadalajara) Helguera, El Fisgón, Juan Luis Hernández Avendaño y yo para presentar a los medios La Iglesia contra México, publicado por el Grupo Editor Orfila. Moderará Guadalupe Ortiz.


La década de la desilusión
Adolfo Sánchez Rebolledo

De la celebración de los 10 años de la llegada del Partido Acción Nacional al gobierno y los cuatro del actual mandatario sorprendió que al acto de turno se le denominara encuentro ciudadano, cuando en realidad era un festejo partidista organizado desde Los Pinos para ensalzar la obra realizada por sus gobiernos. Abusivo error.

Es verdad que entre la actuación del Presidente y la del jefe nato del partido en el gobierno corre una tenue línea, que no por delgada debería cruzarse o confundirse con el pretexto de escuchar al Presidente hablar de temas que, en teoría, son de interés general. Y no es sólo asunto de formas, una prohibición remanente de la vieja cultura política, sino que se trata de una cuestión que atañe a la naturaleza de la democracia, que el mismo Calderón se ufana de estar construyendo.

Si es normal que el Presidente hable como jefe de partido en un acto ciudadano, entonces no se ve cómo se cuestiona aquí y ahora que el Ejecutivo intervenga en la campañas electorales repitiendo en forma caricaturesca las fórmulas consagradas por el deturpado, aunque por lo visto no tan extinto presidencialismo autoritario.

Se dirá que en otras partes así ocurre y nadie se rasga las vestiduras, pero sea para bien o para mal, según se vea, México no es Estados Unidos ni el bipartidismo dominado por el dinero es el camino más deseable para nosotros. Tampoco estamos en la situación de los regímenes parlamentarios, donde hay una clara distinción entre el jefe del Estado y el líder de la mayoría gobernante, y suficientes formas de fiscalización para frenar cualquier abuso de poder, como los que llevó a cabo Vicente Fox al encabezar desde la Presidencia la campaña contra López Obrador, sin recibir castigo alguno. Por tanto, es preferible un presidente capaz de respetar la unidad en la pluralidad, de autocontenerse, que un líder partidista usando las instituciones del Estado para propósitos sectarios.

Sin embargo, la Presidencia entiende las cosas de otro modo. El tono y los contenidos del mensaje reiteraron lo que ya parece un rasgo definitorio de este gobierno: la autocomplacencia, es decir, la obsesiva insistencia en los méritos propios y la incapacidad de comprender las razones de los que disienten, el afán de fortalecer desde la Presidencia el deteriorado espíritu de cuerpo ante el próximo desafío electoral; en fin, no poder mirar hacia atrás sin esconder la cola derechista, la objeción victimista, conservadora, de la historia nacional, la visión sectaria para observar el pasado como guía para meditar sobre el futuro deseable y posible.

Si se trataba de celebrar el aniversario del arribo de un proyecto democrático conquistado tras la lucha de muchas generaciones de mexicanos, por qué a la hora de citar nombres, junto a Madero y José Vasconcelos, únicamente menciona, entre las gotas de agua que taladraron la roca, a Manuel Gómez Morin, Luis H. Álvarez, Manuel Clouthier y Carlos Castillo Peraza, figuras todas del PAN, sin olvidar a nuestro amigo Vicente Fox Quesada.

Luego de leer las parrafadas autocelebratorias uno se interroga: ¿quién habla por boca de Calderón: el militante panista o el Presidente que airado reclama la unidad nacional?

Por desgracia, su discurso confirma que no era una puntada de Fox la idea de separar la historia contemporánea de México (al menos hasta el presente) en dos grandes bloques o periodos: el primero difuso y arbitrario sería el que sin rigor intelectual se ubica como el hoyo negro del autoritarismo priísta, pura negatividad acumulada, cuya fuerza gravitacional perdura a su caída y amenaza con volver en 2012; el segundo es el que, precisamente, se inaugura en el año 2000 y está en curso para reivindicar a los mártires anónimos y a los héroes glorificables de la tradición derechista que se opuso a la Constitución de 1917 (y a la de 1857) y a las reformas sociales cardenistas, ahora bajo el paraguas ideológico del centrismo que en Europa defiende el Partido Popular.

En pocas palabras: el siglo XX mexicano fue, para los ideólogos panistas, un desperdicio histórico, cuyos peligros siguen presentes en el ascenso del PRI. Curiosa conclusión para un presidente que apenas ayer celebró el centenario de la Revolución Mexicana apelando a la unidad nacional.

La plena historia, según Calderón, comienza con la alternancia, como intenta probarlo invocando el mantra de las 10 mayores realizaciones de su gobierno. Y ofrece datos que deben ser revisados con cuidado, aunque en el contexto en que se dan sólo tengan un significado propagandístico cifrado en el simbolismo del número 10, ya tan manoseado.

Pero, más allá del autoelogio, insidiosa surge la duda. ¿Por qué, si la calidad de vida es mejor hoy que hace 10 años, como asegura el Presidente, las encuestas nos dicen que aumentan los que creen que vamos para atrás? ¿Por qué decrece la confianza en el gobierno? ¿Por qué persiste y se multiplica la sensación de desaliento y el temor al futuro a lo largo y ancho del país?

En busca de una respuesta, observando los fuegos de artificio del gobierno, he recordado la última conversación con Fallo Cordera, nuestro querido amigo siempre atento a los signos de descomposición de la sociedad expresados por la violencia, el desempleo y la aterradora situación de los jóvenes que no oyen los mensajes de Calderón.

A Fallo le preocupaba el aparente sinsentido de la vida pública, la ausencia de propuestas de futuro, la negación al debate y recordaba por contraste a su maestro Rafael Galván cuando insistía en que democracia es programa. Y tenía razón. La crisis de la política deriva de la incapacidad para gobernar en una situación de crisis que amerita grandes reformas, pero es, sobre todo, crisis de perspectiva, carencia de proyecto nacional. No te olvidaremos, Fallo.

A Maca, Diego y Santiago. A Kiti y a Rolando, fraternalmente

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