Carlos Bonfil
Una estupenda selección
de documentales mexicanos, trabajos de ficción de calidad dispareja,
pero con algunos títulos memorables, una fuerte presencia del cine
internacional premiado en Cannes y otros festivales, y, como ya es
costumbre, retrospectivas y rescates fílmicos que apuntan a lo que
debería ser una promoción racional del cine clásico en nuestro país el
resto del año. El Festival Internacional de Cine de Morelia cumple, de
nueva cuenta, con sus propósitos de origen: presentar, antes que
cualquier otro evento similar, la creación fílmica más destacada del
año, y hacerlo con una curaduría global que poco tiene que envidiar a la
de otros países con mayores recursos económicos y humanos.
Algo que continuamente destacan la mayoría de los invitados (esta
vez, Isabelle Huppert, Stephen Frears, Barbet Schroeder, Wash
Westmoreland, Tim Roth, Peter Greenaway y Laurent Cantet, entre otros),
habituados todos a asistir a festivales más prestigiosos, es la calidez
hospitalaria del FIC Morelia: atención personalizada, organización
eficaz, presencia ubicua y siempre atenta del staff y de la
directora del evento, una Daniela Michel infatigable. Se pensaría que
esto es algo propio de todos los festivales, pero en opinión del francés
Laurent Cantet, basta asistir a algún festival asiático para toparse
con una organización impecable, pero tan impersonal y fría que el
realizador invitado concluye su visita sin mayores contactos personales,
escasa interacción con el público, y habiendo visto su película, como
un espectador más, en un maratónico y abrumador escaparate de cine.
El FIC Morelia parece, en cambio, haber asimilado las mejores
lecciones de Cannes, referencia insuperable en organización y calidad, y
de Toronto, festival de festivales, para consolidar, en poco más de una
década, un óptimo espacio de entretenimiento y reflexión para la
cinefilia mexicana en una ciudad que, por concentrar lo esencial de los
eventos fílmicos en un perímetro reducido, no presenta complicaciones
logísticas, lo que ciertamente es un logro inusual y, por lo mismo,
envidiable.
En el FIC Morelia, identificado ya como la mejor plataforma de
promoción de cine mexicano, se presentaron este año notables trabajos de
documental, como Juanicas, de Karina García Casanova, un
perturbador retrato de familia, donde a la disfunción familiar se añaden
los padecimientos crónicos (trastorno bipolar y depresión crónica) que
afectan a una madre y a su hijo, y cuya espiral de degradación consigna
la hermana del paciente en un proyecto de documentación casi clínica
conducido a lo largo de 10 años, en la mejor tradición de los retratos
de vida de la documentalista checa Helena Trestiková (René,
2008, 20 años de seguimiento de una existencia marginal). Otros retratos
de familia en la selección, y sobre los que habrá que abundar al
momento de su estreno, El paso, de Everardo González; El patio de mi casa, de Carlos Hagerman; Los reyes del pueblo que no existe, de Betzabé García, y Parque Lenin, de Itziar Leemans y Carlos Mignon.
Entre los documentales de ficción, las propuestas más sobresalientes fueron este año: La casa más grande del mundo, de
Ana V. Bojórquez y Lucía Carreras, toda una lección del mejor cine
minimalista, ambientado en una comunidad indígena en el altiplano
guatemalteco. Una realización sobria y emotiva con la historia de una
niña que cuida un rebaño de ovejas, y que al perder una de ellas se
enfrenta a complicaciones inesperadas y angustiantes. Un eco del cine
del iraní Abbas Kiarostami (¿Dónde está la casa de mi amigo?, 1987); otro, de la mexicana Cochochi (Cárdenas, Guzmán, 2007), para un relato perspicaz y redondo. Otros momentos notables de esta selección: Te prometo anarquía, de
Julio Hernández Cordón, gran sorpresa del festival, con una narrativa
original y fresca sobre un grupo de jóvenes, expertos en la patineta,
que venden la sangre propia y ajena en un mercado negro, que vivirán
como una pesadilla. Un manejo formidable y convincente del habla popular
en un fresco urbano donde se entrecruzan la marginalidad social y la
diversidad sexual. Otro ritmo trepidante es el del thriller Un monstruo de mil cabezas, de
Rodrigo Plá, sobre la desesperación de una mujer enfrentada a la
corrupción de las aseguradoras médicas en su esfuerzo por prolongar la
vida de su marido agonizante. Y finalmente, Los herederos, de
Jorge Hernández Aldana, radiografía límite de las desigualdades sociales
en México y su impacto sobre un grupo de adolescentes de clase
acomodada, auténticos cachorros de mirreyes. Una cinta en la línea de Los muertos, de
Santiago Mohar Volkow, presentada en este festival el año pasado. En
resumen, toda una cosecha vigorosa en el terreno del documental mexicano
y unos cuantos títulos de ficción que auguran logros todavía más
sólidos. FIC Morelia 2015, venturoso punto de encuentro de cinéfilos y
realizadores
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