Eduardo Ibarra Aguirre
La
concentración de 30 mil soldados en la plaza Damián Carmona, realizada
el sábado 17, para ofrecer una “disculpa pública a la sociedad”, a cargo
del divisionario Salvador Cienfuegos, es un hecho sin precedente en la
centenaria vida del Ejército y la Fuerza Aérea mexicanos.
Lo
es, además, porque desde el Campo Militar Número Uno –de muy triste
memoria en la llamada guerra sucia de los 60-80– y en medio de un
preocupante panorama de confrontación entre el Ejecutivo federal y la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos que ya provoca reacciones de
un nacionalismo trasnochado, resulta un suceso de la mayor importancia
simbólica y porque acaso tenga consecuencias de mayor alcance en los
años por venir, para acotar seriamente los excesos castrenses en materia
del derecho humanitario.
Cierto
es que para el general secretario, único orador y escuchado
simultáneamente por los 130 mil integrantes de aquellas armas, las
torturas cometidas contra una joven mujer en Ajuchitlán del Progreso,
Guerrero, en febrero de 2015, por dos soldados (y una agente de la
Policía Federal), son hechos “repugnantes” aunque “aislados” de
elementos que actuaron “como delincuentes” y que “no son dignos de
pertenecer a las fuerzas armadas”.
El
asesinato de 22 personas en Tlatlaya, estado de México, el 30 de junio
de 2014 y que en primera instancia ocultó el mando militar y el
gobernador mexiquenses, y el Ministerio Público alteró las pruebas, es
un capítulo reciente de un voluminoso libro de las atrocidades cometidas
por el Ejército en la anterior “guerra” y ahora “lucha” contra el
crimen organizado.
Y
no es que la milicia, la Marina incluida, tenga vocación para
atropellar el derecho humanitario en forma sistémica, sino que su
naturaleza y funciones no guardan correspondencia con las que desde el
“gobierno del cambio” le asignó el mando político civil para desarrollar
tareas policiacas y hasta ministeriales, violentando la letra y
espíritu de la ley de leyes por lo menos durante 16 años.
Todo bajo el argumento del mal menor, consistente
en que no había cuerpos policiacos capaces de hacer frente a la
inseguridad derivada del accionar de los corporativos trasnacionales de
las drogas ilícitas, la trata de personas, la extorsión, el secuestro,
el tráfico de armas, indocumentados y órganos, y toda la diversificación
motivada con las estrategias punitivas e inmediatistas de los
presidentes de México desde 1970 (Operación Cóndor).
Después
de multimillonarias inversiones en seguridad pública y nacional además
de creada la PF, todavía son muchos los elementos de la sociedad vestida
de verde que están en la primera línea de combate a los multiplicadas y
poderosas bandas, mientras el consumo nacional de drogas ilícitas es
más grande que nunca.
Tampoco
es dable negar el reconocimiento hecho por el general secretario al
“esfuerzo aportado por alrededor de 50 mil compañeros todos los días, en
todo el país”, en áreas altamente conflictivas. Y menos aún “la pérdida
de vidas de jóvenes militares, también mexicanos con sueños y
aspiraciones que fueron truncados, así como de otros lesionados en el
cumplimiento de su deber, y los que han quedado incapacitados”.
Reconocerlo,
sin embargo, no implica cerrar los ojos ante la inconstitucionalidad de
las órdenes y directrices del actual comandante supremo de las fuerzas
armadas y de los dos anteriores, para que cumplan tareas policiacas y
hasta ministeriales. Trastocamiento que embona con los planes
geopolíticos de Washington para que los ejércitos de América Latina no
sean fuertes, modernos y nacionales.
Acuse de recibo
María Teresa Menéndez Monforte, editora del portal Libertad de Expresión Yucatán (http://www.informaciondelonuevo.com/2016/04/utopia-1664-diferendo-entre-la-cidh-y.html),
informa. “Don Eduardo: Utopía 1663 / La ausencia de Peña en UNGASS
2016, lleva 4,871 lecturas”. Decisión presidencial ya corregida… Con la
historiadora Natura Olivé Olivé coincidí en que los funerales tienen una
buena dosis de hipocresía y parte de los asistentes se ocupan de todo
menos del muerto, lo comprobamos hace 20 años en el funeral de su hijo
Víctor Martínez Olivé, el joven y eminente matemático. Sin embargo, en
el funeral de Natura, el día 11, redescubrí que también sirven para
reencontrar compañeros de los años 70, como Benito Collantes Martínez y
María Guadalupe Álvarez, madre de Lucía Morett, sobreviviente del
bombardeo de Santa Rosa de Sucumbíos, Ecuador, el 11 de marzo de 2008
por la Fuerza Aérea de Colombia, contra el campamento de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia, para aniquilar a Raúl Reyes,
canciller de las FARC… La
noche del 9 contesté el teléfono con el acostumbrado “¡Sí!” Y la
respuesta de una voz femenina llorosa fue: “¡Unos señores me asaltaron!”
Otra vez dije “¡Sí!” y escuché “¡Chingas a tu madre!” Los
extorsionadores no tienen paciencia frente al vocablo que uso desde 1977
porque fue de los primeros que aprendí a decir en ruso en Moscú.
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