11/08/2016

EU: lo malo y lo peor



La Jornada 
El mundo tiene puesta la mirada en los comicios presidenciales que se realizan hoy en Estados Unidos. Pero no es una mirada de esperanza sino de horror, por toda la decadencia política, institucional y personal que ha salido a la luz en el curso de las campañas y por las malas perspectivas para el mundo que se desprenden de los antecedentes y los discursos de los finalistas, Hillary Clinton y Donald Trump.
Ante el relevo presidencial en la máxima potencia mundial, hay la convicción generalizada de que, gane quien gane este día, los cambios con respecto a la administración de Barack Obama serán para peor.
El aspirante republicano amenaza con desmantelar los programas sociales puestos en curso en los últimos ocho años, atropellar las libertades civiles para imponer un gobierno claramente autoritario, emprender una reforma fiscal que consolide los privilegios de las grandes fortunas, quebrantar los frágiles acuerdos con Irán, perseguir a los migrantes como si fueran criminales, especialmente los musulmanes y los mexicanos, e incluso ha amagado con una guerra en contra de nuestro país.
Clinton, por su parte, aunque más moderada en las expresiones, es una operadora política de los intereses corporativos y una política belicista e injerencista más próxima a las posturas republicanas tradicionales que a las de su propio partido, el demócrata. El único contraste real en los propósitos de ambos candidatos es entre el acento aislacionista de Trump y la actitud globalizadora de la ex secretaria de Estado.
Pero, más allá de las escasas ideas y propuestas formuladas por los dos candidatos, en las campañas han imperado las descalificaciones personales, las guerras de lodo, las filtraciones alevosas y los insultos llanos, y ante ello el mundo ha podido hacerse una idea cabal de la miseria política que padece Estados Unidos, el agotamiento de su sistema representativo, la inoperancia de los medios informativos como supuestos contrapesos del poder institucional y, sobre todo, la existencia de un sector ciudadano tan huérfano de ideas que ha hecho depositario de su confianza a un empresario racista, misógino, cínico, ignorante, inescrupuloso, insolente y mendaz que convirtió tales defectos en virtudes para imponerse al aparato republicano tradicional.
Frente a ese conglomerado de votantes los sectores más lúcidos de la sociedad estadunidense fueron incapaces de dar un impulso definitivo al interesante movimiento ciudadano impulsado por el senador Bernie Sanders y terminaron entregando la postulación demócrata a una veterana del establishment, carente de credibilidad y simpatía, y que tiene entre sus antecedentes haber votado en favor de la guerra contra Irak que emprendió George W.Bush y haber sido responsable, en buena medida, de la destrucción de Libia mediante una intervención armada injustificable.
Una consideración necesaria es que quien ocupe la Casa Blanca a partir de enero próximo, sea el que sea de los dos, habrá de enfrentarse con frenos y hasta cercos institucionales y de grupos de interés que le impedirán llevar a cabo sus peores o sus menos malas propuestas de gobierno. Un antecedente de lo anterior puede observarse en los ocho años en los que Obama ha ejercido la Presidencia, tiempo en el que no pudo concretar algunas de sus más importantes promesas de campaña, como la reforma migratoria y el cierre del campo de concentración de Guantánamo.
Y es que los presidentes de Estados Unidos –como los del resto del mundo– tienen un poder cada vez más acotado, no sólo por la separación de poderes, sino por intereses corporativos transnacionales que usan a los gobernantes para asegurar la satisfacción de sus fines.
Finalmente, México no tiene nada bueno que esperar en esta elección presidencial estadunidense. Si Trump amaga con perseguir y deportar a todos los connacionales indocumentados que residen en el país vecino y construir un muro que selle la frontera común desde el Golfo de México hasta el Pacífico californiano, Hillary Clinton es una consumada representante de la arrogancia imperial y una eficaz ejecutora de los poderes fácticos transnacionales que han causado tanta devastación económica, social, institucional y ambiental en territorio mexicano durante el ciclo de gobiernos neoliberales.
Tal vez sea momento de recordar, en todo caso, que el país que los últimos gobiernos mexicanos nos han presentado como socio, amigo y aliado sigue siendo –como lo ha sido a lo largo de la historia nacional– la principal amenaza a nuestra seguridad nacional y a nuestra viabilidad como Estado soberano e independiente.

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