Lydia Cacho
Plan b*
Guillermo Arriaga es definitivamente un tipo raro. Va por la vida como
un hombre sencillo y normal; casi siempre de la mano de su encantadora
esposa Maru. Habla como un tipo dulce, sonríe con la mirada, se pone
nervioso en sus presentaciones. Siempre he pensado que hay un niño dulce
que convive con un lobo feroz dentro de este cineasta, escritor y
guionista. Quien haya visto su brillante obra cinematográfica como
Amores perros, 21 gramos, Babel y Fuego, sabe que hablo de un hombre que
ha puesto la genialidad al servicio de sus lectores, de su público, y
no de un ego malformado por la fama literaria que tanto daño le ha hecho
al mundo editorial.
Preciso hablar del hombre para llegar con ustedes a su más reciente
libro cuyo título es El Salvaje (Alfaguara 2017). Mientras pagaba en la
librería miré absorta la portada de fondo rojo sangre, el lobo que
camina hacia la sombra de un hombre joven. Imposible no recordar la
frase en latín que aprendimos en la secundaria: “Homo homini lupus” o el
hombre es un lobo para el hombre.
Confieso que tuve miedo de llevar el libro en mis manos, subí al auto y
conduje con él en el asiento del copiloto. Hace tiempo que una novela no
me inquietaba antes de ojearla siquiera. Comencé a leerla y no pude
detenerme, durante tres días y casi una noche entera Arriaga me llevó de
la mano por una búsqueda incesante entre el dolor y el amor, entre ese
odio recalcitrante que se afirma a la tierra como semilla fértil cuando
la venganza parece la única salida frente al sufrimiento humano que
desgarra lo más sólido del ser, frente a la pérdida de los amados.
Juan Guillermo, el joven personaje quedó huérfano, su soledad y miedo
son la soledad y la turbación de un país entero que se siente despojado
rodeado de injusticia y abandono. Es un chico sin padres que busca en el
lado más oscuro de su ego las respuestas a todas sus preguntas. Cada
vez que nos lleva al borde del precipicio emocional le atraviesa un
frágil y siempre impredecible rayo de luz que es el pasado con nombre de
futuro, enrollado en una trama de persecución mafiosa. Mientras tanto,
se repiten los logros que han consagrado a Guillermo Arriaga como un
autor que desgrana la vida a pedazos para darle sentido a la paradoja
con la historia paralela de Amaruq, un hombre también huraño que busca a
un lobo entre las nieves del Yukón. Su pesquisa rabiosa y terca está
bañada de una melancolía a ratos insufrible. Son dos hombres necios,
coléricos, heridos, cada uno buscando el camino hacia una inasible
verdad; cualquiera que esta sea. Se encuentran en el vacío, frente a sus
taras emocionales, frente a un mundo que no entiende que no
comprendemos lo que ser hombre significa y que ellos, en su búsqueda
pueden ir de cacería, pero siempre, aunque lleven consigo a un animal o a
un hombre muerto, descubrirán que mueren cada vez que odian, que
resucitan cada vez que añoran el amor, el deseo arrebatado o dulce. Son
simplemente humanos dolidos, llenos de una fuerza que no es
necesariamente propia; una fuerza que esta lectora no puede dejar de
buscar en la historia.
Arriaga, el escritor, es un salvaje, un dulce salvaje que ha sabido
verter en sus libros lo que jamás ha dicho en una cena entre amigos.
Como sucede con los grandes escritores (y aquí recuerdo a otro mexicano
llamado Emiliano Monge), se arrojan al vacío sin premeditación; sus
personajes seguramente les habitan sólo en el silencio neurótico de su
estudio, frente a la fruición enloquecedora de un contador de historias
que no puede dejar de excavar en esa fosa que le habita la mente, esa
mente que en realidad está en el corazón y fluye latiendo por todo el
cuerpo sin cesar. El Salvaje es una obra que se despliega entre las
manos y camina sobre mi piel sin darme cuenta siquiera de que lloro sin
dejar de leer, de que he reído conmovida por la ingenuidad de lo amoroso
masculino que se busca en medio de la noche. Este libro me arrebató el
aliento sólo para descubrir que es, además de una obra literaria
inolvidable, un espejo del nosotros que habita en cada esquina del
mundo.
* Plan b es una columna cuyo nombre se inspira en la creencia de que
siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy
probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
CIMACFoto:César Martínez López
Por: Lydia Cacho Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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