Miguel Lorente Acosta
El machismo es la realidad invisible que nos oprime en la libertad engañada, y los machistas son “los amigos invisibles” que regalan la sorpresa de cada día bajo las referencias de la desigualdad.
Hacer de la injusticia social del machismo invisibilidad y convertir a
todos los machistas en invisibles, incluso en amigos, en personas
cercanas a las que no se le cuestiona su “machismo ordenado”,
es decir, la proporcionalidad de su machismo atendiendo a las
circunstancias que lleva a que, dependiendo del momento, el comentario,
el chiste o la imagen a través del whatsapp sea interpretada como
adecuada, es el gran logro de su construcción.
El machismo es cultura y la cultura es normalidad, no excepcionalidad, y para lograrlo la estrategia del machismo se basa en invisibilizar su construcción limitando su realidad a determinados resultados bajo dos condiciones, que sean conocidos y que hayan superado el umbral de intensidad definido por la normalidad. La estrategia no falla: si la violencia es grave pero no se conoce, no existe; y si la violencia se conoce pero no es grave, no es verdad.
De ese modo logra mantener a la sociedad ajena a la realidad que da lugar a la violencia de género, y cuestiona sólo el resultado cuando supera el nivel considerado aceptable en un determinado momento. La estrategia no niega la violencia que sufre un número determinado de mujeres, es imposible hacerlo ante la objetividad de su resultado, pero sí permite limitarla a ciertas circunstancias del contexto o de los agresores para apartarla de esa construcción cultural, que niega las causas comunes y esconde la violencia bajo el umbral considerado.
Al machismo nunca le ha importando mostrar, incluso exponer y
vapulear públicamente a los agresores cuando son descubiertos, esa estrategia del “chivo expiatorio”
permite que unos pocos reciban un reproche y una sanción grave para que
el resto de los hombres permanezcan con sus privilegios en una cultura
machista que no es cuestionada como tal. Nadie puede acusar de
complicidad o pasividad a quien actúa de ese modo, ni a quienes ahora
piden la “prisión permanente revisable” para determinados asesinos de
género y violadores, pero sin decir nada ni pedir que se actúe sobre las
circunstancias de una sociedad machista capaz de generar asesinos y violadores que van aprendiendo a serlo a través del acoso, del abuso, de las agresiones…
que inician en sus relaciones sociales y de pareja desde edades muy
tempranas, como demuestran los estudios al reflejar la presencia de la
violencia de género desde las relaciones adolescentes. Ninguno de esos
agresores sale de la nada, todos ellos son socializados en la cultura machista que discrimina y codifica a las mujeres.
La construcción es tan eficaz que integra a las propias víctimas en
esa “ocultación” de la violencia que sufren, como cuando manifiestan
(44%) que no denuncian porque la violencia que sufren “no es lo suficientemente grave” (Macroencuesta
2016), es decir, que es “normal” y forma parte del mobiliario de la
relación de pareja, siempre y cuando no supere un umbral colocado por la
propia sociedad que la justifica, y que mueve hacia arriba o hacia
abajo según las circunstancias del momento, pero nunca la hace desaparecer, puesto que desde la construcción machista el objetivo no es erradicar la violencia de género, sino ocultarla
más o menos bajo los argumentos, razones y justificaciones que se
consideren oportunos en cada momento. Por eso cada vez que se habla de
violencia contra las mujeres en lugar de incidir en su gravedad y en sus
resultados objetivos, se intenta desviar la atención y se recurre al relato de las “denuncias falsas”,de que “las mujeres también maltratan”,de que “la vida de un hombre vale lo mismo que la vida de una mujer”, que “violencia es violencia y no hay que hacer distinciones”…Se
imaginan que ante la información de la DGT sobre accidentes de tráfico
alguien dijera que “también hay accidentes laborales”, que “la vida de
un conductor no vale más que la vida de un trabajador”, que “accidentes
son accidentes y no hay que hacer distinciones”, que hay “accidentes
falsos para cobrar las indemnizaciones del seguro”… no tendría sentido ni sería aceptado, sin embargo en violencia de género son argumentos habituales que no sólo se aceptan, sino que, además, forman parte del debate social para legislar sobre la materia.
El objetivo del machismo está conseguido, la mayor parte de la violencia contra las mujeres permanece invisible,
tanto que representa un problema grave sólo para el 1% de la población
(CIS), a pesar de que asesina a 60 mujeres de media y maltrata a 600.000
cada año. Y cuando sale a la zona visible de la realidad, los propios
“mecanismos” que la ocultan actúan para responsabilizar a las mujeres que la sufren y para justificar a los hombres que la llevan a cabo,
presentando cada caso como consecuencia de circunstancias puntuales y
propias del contexto particular: una fuerte discusión, el alcohol o las
drogas, el trastorno mental, la provocación, la mala suerte… En
definitiva, presentarla como si se tratara de un accidente,
planteamiento que no deja de sorprender, puesto que mientras que en la
economía, en el deporte, en las elecciones… todo se ve como parte del
proceso que se va desarrollando en el tiempo hasta dar unos determinados
resultados, en violencia de género, donde tenemos ejemplos diarios de
la desigualdad, discriminación, cosificación y violencia contra las
mujeres, se insiste en la idea de “hecho aislado”, de “accidente”, “de
circunstancias”… que ocultan al machismo que hay detrás de cada uno de
ellos y de toda la estructura que esconde primero, y luego justifica y contextualiza los resultados que produce: acoso, abuso, agresiones, violaciones, homicidios…
El machismo es el amigo invisible de la desigualdad y el enemigo visible de la Igualdad, la convivencia y la justicia social… Y ya saben lo que dice la sabiduría popular: “dime con quién andas y te diré quién eres”.
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