por Bárbara Ester
En el 2018, con la asunción de
Sebastián Piñera, asistimos al ocaso de la última presidenta
latinoamericana mujer. Sin ir más lejos, en 2014 la región daba cuenta
de uno de los más altos niveles de primeras mandatarias femeninas a
nivel mundial: Cristina Fernández (Argentina), Dilma Rousseff (Brasil),
Michelle Bachelet (Chile) y Laura Chinchilla (Costa Rica)[1].
Esta presencia femenina fue un hecho
inédito en el continente, en donde el presidencialismo continuó asociado
a la figura del varón aún cuando la mujer había logrado participar
plenamente en todos los niveles de la política electoral. No es casual
que haya coincidido con la denominada “marea rosa”, es decir al giro
dado por varios gobiernos latinoamericanos desde la fines de la década
de 1990 hacia políticas públicas y sociales más progresistas.
La marea rosa
La investigadora estadounidense, Catherine Reyes-Housholder, autora de “Presidentas, Power and Pro-Women Change”
(Presidentas, Poder y cambio pro-mujer) sostiene que la relación entre
la llegada de mujeres a la Presidencia y la emergencia del progresismo
latinoamericano se encuentran relacionados. También considera que los
presidentes de izquierda que apoyaban a esas mujeres candidatas,
valorizaban el tema de género.
Parte del legado y la ideología de esos
presidentes varones es haber sido sucedidos por las primeras mujeres
presidentas elegidas democráticamente. Asimismo, reconoce el caso
inverso, la ideología de la derecha tiende a desvalorizar las igualdades
sociales, económicas, políticas, y lo mismo ocurre con la igualdad de
género. Por último, encuentra una correlación ante el hecho de que las
mujeres políticas tienden a proliferar más en los partidos de la
izquierda o centro izquierda. Un giro a la derecha implica revertir esta
Marea Rosa que implicó una mayor presencia femenina en el Poder
Ejecutivo[2]. Y eso fue lo que aconteció en 2018, o al menos en parte.
Las mujeres en 2018
La asunción de nuevos gobiernos de
derecha no sólo ha mermado la participación femenina en cargos
ejecutivos, también han presentado variables interesantes. El 2018 ha
batido un nuevo récord: el mayor número de mujeres vicepresidentas. Con
la elección de Marta Lucía Ramírez (Partido Conservador) en Colombia y
Delcy Rodríguez (PSUV) en Venezuela se han superado este año la decena
de mujeres en dicho cargo, tanto por derecha como por izquierda. Esto se
observa en Panamá, Uruguay, Argentina, República Dominicana, Nicaragua,
Perú, Costa Rica, Venezuela, Colombia y, fugazmente, en Ecuador y
Paraguay.
- En los países andinos de Ecuador y Perú las vicepresidentas asumieron tras escándalos relacionados con la consultora brasileña Odebrecht. En el primer caso, María Alejandra Vicuña accedió a ese cargo en enero, luego de que el presidente Moreno cesara al exvicepresidente electo en la fórmula presidencial, Jorge Glas. Vicuña obtuvo el apoyo parlamentario del bloque de Alianza PAIS pero también de los demás grupos políticos. Las únicas dos bancadas que no apoyaron su nombramiento fueron el Partido Social Cristiano y su aliado el Movimiento Social Conservador del Carchi. Sin embargo, renunció a su cargo luego de que Moreno la liberara de sus funciones, recreando la fórmula de acusaciones judiciales que utilizaría contra el vicepresidente electo. En Perú, Mercedes Aráoz quedó como la única vicepresidenta, tras la renuncia de Pedro Kuczynski y la asunción del entonces primer vicepresidente, Martín Vizcarra.
- La exmagistrada paraguaya, Alicia Pucheta, se convirtió en mayo de este año en la primera mujer en ocupar la Vicepresidencia, al ser designada tras la renuncia de Juan Afara. Ocupó su cargo poco más de tres meses pero estuvo cerca de convertirse en la primera presidenta paraguaya cuando Horacio Cartes intentó sin éxito renunciar a la Presidencia para presentarse como candidato a senador.
- En República Dominicana Margarita Cedeño asumió a finales de 2012 el cargo de vicepresidenta luego de ser la Primera Dama en el Gobierno de Leonel Fernández durante ocho años. Algo similar sucede en el caso de Uruguay, donde Lucía Topolansky fue la primera dama en el mandato de José Mujica (2010-2015) y asumió a la vicepresidencia en septiembre de 2017. En Nicaragua, Rosario Murillo, la esposa del presidente Daniel Ortega se convirtió en vicepresidenta luego de los comicios de 2016.
- Isabel De Saint Malo, funge como vicepresidenta y canciller de Panamá desde mediados de 2014, en el Gobierno de Juan Carlos Varela. En Costa Rica ocurrió algo similar, Epsy Campbell se convirtió en mayo en la primera mujer afrodescendiente que llegó a la Vicepresidencia de un país de América continental y en dirigir las relaciones exteriores de su país.
- Gabriela Michetti llegó a la Vicepresidencia argentina en diciembre de 2015 de la mano de Mauricio Macri, y desde entonces también preside el Senado. Su gobierno realizó la inclusión estratégica de mujeres en el gabinete, a la vez que cuenta con el liderazgo de María Eugenia Vidal como la primera gobernadora de la provincia de Buenos Aires, el distrito electoral más importante del país.
- Marta Lucía Ramírez se ha convertido en la primera vicepresidenta colombiana, tras una amplia trayectoria en la derecha colombiana. Fungió como la primera ministra de Defensa (2002-2003) en la historia de su país bajo el primer gobierno de Álvaro Uribe y la segunda en toda América Latina. En un espejo invertido, la venezolana Delcy Rodríguez fue la segunda vicepresidenta venezolana, luego de haberse desempeñado como ministra de Información, canciller y presidenta de la Asamblea Nacional Constituyente.
¿Como suena una palabra conservadora y
antifeminista en una mujer? ¿Hay una militancia feminista conservadora?
El feminismo no solo es progresista, sino hay que pensar en un feminismo
conservador que va desde el punitivismo para salvar mujeres hasta la
asunción de asimetría con respecto a otros géneros.
Habitualmente, los crímenes contra las
mujeres más emblemáticos adquieren notoriedad pública y estimulan
emociones en la ciudadanía, originando respuestas por parte de la clase
política en la búsqueda de congraciarse con el ciudadano medio y
potencial votante. Una de las propuestas usuales es el aumento de
castigos, penas más severas, encierros indefinidos, etc. Sin embargo, el
correlato del ensañamiento simbólico con los victimarios es la
desatención de las demandas que originan dicho reclamo.
Mujeres y punitivismo
En el Perú, Keiko Fujimori llegó a
proponer la pena de muerte a los violadores de menores. Posteriormente,
la derecha aprobó el recrudecimiento de penas contra los violadores,
incluyendo la cadena perpetua y el no acceso a beneficios
penitenciarios. De esta forma Keiko buscó recrear la lógica de su padre
para ganar legitimidad en el antagonismo con un enemigo. En un país cuya
población campesina fue víctima de esterilizaciones forzadas, distintas
bancadas de derecha han apoyado la castración química, medida que fue
finalmente desechada.
Algo similar ocurre en Brasil donde la
castración química a violadores engrosa la lista de propuestas esbozadas
por Jair Bolsonaro. La misma ha sido promocionada por voceras de su
campaña como Sara Winter, co-fundadora de Femen en Brasil, convertida en
militante antiabortista y a favor de los valores de la familia
tradicional. Winter considera que el el punitivismo del líder de extrema
derecha acarrea un supuesto “beneficio” hacia las mujeres:
“Bolsonaro es mucho más eficiente para
la seguridad de las mujeres que el movimiento feminista. En su programa
pide la reducción de la edad penal para los violadores. También tiene un
proyecto de ley para el aumento de la pena y otro que prevé la
castración química de los violadores, lo que me parece sensacional”[3].
Paradójicamente, los impulsores de estas
medidas en supuesta “defensa” de las mujeres se oponen a la educación
sexual. Ésta permite desnaturalizar abusos, hablar sobre el
consentimiento y métodos anticonceptivos para prevenir embarazos no
deseados así como enfermedades de transmisión sexual. Del mismo modo,
consideran el matrimonio y la adopción privilegios reservados a parejas
cis heterosexuales.
Mujeres y fuerzas de seguridad
Una mención aparte merecen las mujeres
que encarnan el punitivismo como forma de aglutinar consensos. En
Argentina la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, ha llevado a cabo
un recrudecimiento en el accionar de las fuerzas de seguridad.
Recientemente presentó un nuevo protocolo de acción de las fuerzas de
seguridad federal. El mismo permite usar armas letales frente al delito,
sin necesidad de dar la voz de alto y sin agresión directa previa[4]. Asimismo,
Marta Lucía Ramírez dio su gran salto en la arena política como
ministra de Defensa y redactó la política de Seguridad Democrática de
Álvaro Uribe. Sus medidas facilitaron el espionaje parainstitucional y
mermaron los derechos civiles[5].
Neoliberalismo progresista
Nancy Fraser define como ¨neoliberalismo
progresista” a la instrumentalización de reclamos legítimos de sectores
marginados de la sociedad hacia una suerte de “molde corporativista”.
Sus investigaciones se basan en la crítica al modelo multiculturalista
norteamericano que, pasando de Bill Clinton y Barack Obama hasta la
candidatura de Hillary Clinton, ha generado un agotamiento de la alianza
entre emancipación y financiarización[6].
El feminismo liberal -hegemónico en las
últimas décadas- se centró principalmente en la igualdad formal. Una
forma de alcanzar la eliminación de la desigualdad de género, pero a
través de medios que sólo son accesibles a las mujeres de elite[7].
El desvío no es exclusivo del feminismo sino que también alcanzó a los
movimientos antirracistas, el movimiento ecologista que promueve el
capitalismo verde o los movimientos LGTTBI.
La diferencia entre el proyecto liberal
con respecto a la llamada marea rosa radica, en primer lugar, en el
modelo económico. Los gobiernos progresistas de la región se
caracterizaron por sus políticas a contrapelo del Consenso de
Washington. Además, los neoliberalismos progresistas apelaron
sistemáticamente a individuos y grupos específicos sin un sustento
comunitario o una ampliación de derechos de la ciudadanía en su
conjunto. Por último, los feminismos liberales se enfocan en grupos
específicos sin tener en cuenta el giro interseccional[8].
Éste se basa en el entrecruzamiento de diferentes modalidades de
dominación basadas en la pertenencia a múltiples categorías sociales
herederas del sistema colonial. La opresión responde fundamentalmente a
motivos de “raza”, sexo y clase, entre otros.
¿Si llega una, llegamos todas?
La derecha ha capitalizado la presencia
de mujeres profesionales como un aporte a cierta renovación y frescura
de sus proyectos políticos. El hecho de aceptar a algunas mujeres en
posiciones de poder, pero dejar a las grandes mayorías atrás, forma
parte de la estrategia de acercamiento a los y las votantes. Resulta
plausible que las candidatas sean percibidas como más moderadas,
exaltando el costado maternal que las convierte en un señuelo a la hora
de atraer a un mayor número de electores.
A modo de ejemplo, en Argentina el
tratamiento de la mayoría parlamentaria oficialista con respecto al
aborto mostró cómo obtener rédito político al plantear un debate
emergente en la sociedad y al mismo tiempo evitar que se convierta en
Ley[9].
Asimismo, la propuesta de Agenda Mujer de su homónimo, Sebastián
Piñera, ha intentado capitalizar la lucha contra la violencia de género.
De esta forma, la derecha ha sabido aprovechar la emancipación femenina
y adecuarla a sus objetivos para pocos y pocas.
Las mujeres latinoamericanas han ocupado
liderazgos ejecutivos tanto en proyectos conservadores como en
proyectos en pos del mayor bienestar para la mayor cantidad de
ciudadanas y ciudadanos. A esta altura del recorrido, podemos afirmar
que la llegada de las mujeres a instancias de poder no garantiza una
perspectiva de género.
Hacia un feminismo del 99%
La emergencia de mujeres en política,
especialmente en los más altos cargos tiene también una fuerte carga
simbólica. El hecho que una mujer llegue a la Presidencia amplia el
horizonte de lo posible para las ciudadanas. Este hecho se corresponde
con la emergencia de potentes colectivos de mujeres que se han
manifestado políticamente con especial relevancia en Argentina, Chile,
Brasil y Costa Rica, donde la avanzada conservadora ha tenido una
resistencia femenina desde las bases.
El movimiento Ni Una Menos que ha
confrontado con la política de M. Macri, el movimiento Elle Ñao contra
la candidatura de la extrema derecha bajo el liderazgo de J. Bolsonaro
en Brasil, el movimiento feminista en Chile y las marchas contra el
pastor evangélico Fabricio Alvarado ilustran esta resistencia desde las
calles. Comienza a evidenciarse el surgimiento de un feminismo plural e
inclusivo, un feminismo del 99%[10].
[1] http://nuso.org/articulo/la-actualidad-de-las-mujeres-en-la-politica-latinoamericana/[2] https://www.pagina12.com.ar/124006-al-llegar-una-mujer-a-la-presidencia-puede-cambiar-el-sentid
[3][3] https://www.elconfidencial.com/mundo/2018-04-18/brasil-jovenes-conservadores-bolsonaro-temer_1550960/
[4] https://www.lanacion.com.ar/2203908-campana-bolsonaro
[5] https://www.elespectador.com/noticias/cultura/marta-lucia-ramirez-fe-y-politica-articulo-794807
[6] http://www.sinpermiso.info/textos/el-final-del-neoliberalismo-progresista
[7] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=245756
[8] https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0188947816300603
[9] https://www.celag.org/aborto-legal-derrota-senado-victoria-calles/
[10] http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/08/20/cinzia-arruzza-el-feminismo-del-99-es-la-alternativa-anticapitalista-al-feminismo-liberal/
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