1. Me hice tontas ilusiones pensando que en la primera semana del gobierno de López Obrador la sorpresa sería que no habría ninguna muerte más por asesinato; que las únicas serían por accidente y muerte “natural”; que López Obrador y su secretario de seguridad Alfonso Durazo, lograrían –como lo hizo el periodista Julio Scherer hace algunos años- entrevistarse con el suplente de el Chapo, con el Zambada y el Mencho, para llegar a acuerdos. AMLO tiene la fuerza del pueblo, además de inteligencia y razonamientos para convencer acerca de los profundos cambios que México necesita para sacarlo de la profunda crisis que sufre, por lo menos desde que se instaló en 1982 el neoliberalismo y la salvaje privatización empresarial.
2. Parece elemental, muy tonto, pensar que los jefes del narcotráfico pueden dejar –de la noche a la mañana- de hacer dinero cuando llevan más de 30 años haciéndolo sin trabas. Esos jefes nunca han visto de manera directa las muertes que produce el narcomenudeo porque ellos sólo se han encargado de sumar y restar las toneladas que se envían y entregan en el extranjero y a los grandes negocios en México. Por ello, ni siquiera se enteran de lo que producen de manera concreta los productos que comercian; sólo están preocupados que se eleven sus cuentas bancarias y sus inversiones en paraísos fiscales, así como asegurarse de un aparato de seguridad que lo cuide de sus competidores y el Estado.
3. Los presidentes panistas Fox y Calderón, así como el priísta Peña, negociaron con jefes del narcotráfico y en vez de debilitar y aminorar sus intervenciones los hicieron más fuertes y poderosos; ¿será porque negociaron agrandar los negocios para que aumente más el botín? Obviamente López Obrador –que está comprometido por hacer más grande y más justo a México- tendrá que hacer lo contrario: negociar para hacerlos más débiles y pequeños a partir de un discurso que los haga solidarios con su país y sus miserables habitantes. Sin embargo AMLO tendrá que ofrecer “algo” a cambio: quizá la posibilidad de facilitarles su expatriación con el fin de “gozar” afuera sus riquezas; tal como lo han hecho miles de políticos,
4. López Obrador, según ha declarado, está esperando que se concrete el pago de las becas y ayudas económicas a los estudiantes, a “ninis”, a discapacitados, etcétera, para que se reduzca la delincuencia. Parece una posición muy justa, muy segura, pero muy tardada. Sin embargo, mientras tanto, se deben poner en práctica otras estrategias para frenar el crecimiento del narco que durante los tres o cuatro sexenios anteriores impusieron su poder en México. La legalización de la venta, del consumo y la reducción de los precios de la droga pueden ayudar a reducir el consumo y los negocios, pero también debe investigarse las inversiones bancarias y de los paraísos fiscales de esos personajes. ¿Será que los jefes narcos no tengan siquiera una mínima conciencia social para que comprendan?
5. Morena y su creador, López Obrador, debe enterrar la delincuencia de “cuello blanco”, es decir, a todos los negocios empresariales, a todos los latrocinios políticos, a los manipuladores medios de información, así como todas las “chayotadas” a intelectuales y periodistas. Pienso que si se entierra este tipo de delincuencia de arriba se acaba la delincuencia de abajo. Si se termina con esa delincuencia se acorta el paso, el camino, para que desaparezca el narcotráfico comercial de esos productos fomentado por los EEUU y algunos poderosos países más. Por ello, aunque ese tipo de negociaciones son extremadamente difíciles, habría que ensayarlas para que el pueblo pueda recuperar la confianza en su vida. (3/I/19)
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