Un año después de su
arrasadora victoria electoral, Andrés Manuel López Obrador presume
músculo, y tiene mucho. La concentración de ayer en el Zócalo capitalino
así lo confirma, pero es hora de que esa enorme fuerza se traduzca en
hechos contantes y sonantes, pues la tarea por realizar es enorme y la
transformación no se concretará por decreto ni por discurso.
Ese músculo debe servir para hechos tangibles, para resultados
positivos permanentes. De otra forma, tenderá a la flacidez. En este
contexto, el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento
Económico analiza algunos pendientes y toca ciertas fibras que deben ser
consideradas. Va, pues.
El bienestar de la población depende, fundamentalmente, del ingreso
económico que las familias obtienen por el empleo o la ocupación
desempeñada en el sistema productivo. Cuando la economía no crece o lo
hace marginalmente se restringe el desarrollo social de toda la nación.
La creación de empleo formal ha sido una de las principales fallas
del modelo económico mexicano durante los últimos 40 años. Por ello se
tiene a un México informal en materia laboral: 57 por ciento de la
población ocupada se encuentra en esa situación. Sólo el empleo
registrado ante el IMSS (20 millones) y los 5 millones de trabajadores
adscritos al sector público en sus tres niveles viven en la formalidad.
Los otros 32 millones de ocupados se encuentran en la informalidad. La
válvula de escape a las crisis recurrentes que México ha enfrentado se
ha convertido en una losa socioeconómica.
La calidad y cobertura de los sistemas públicos de educación y salud
configuran otra parte de los elementos esenciales del bienestar social.
El primero es de largo plazo y permite que las personas adquieran los
conocimientos que requerirán en su vida, tanto en lo laboral como en lo
cultural. Un sistema educativo de calidad crea las bases de la
convivencia social. La mala educación facilita el deterioro de la
cohesión social. Un sistema de salud de calidad permite atender
coyuntura y largo plazo: solventa las urgencias y previene la aparición
de enfermedades que pueden afectar a los mexicanos. Ahora, el acceso a
los sistemas de salud se encuentra condicionado a contar con un empleo
formal, al que registra el IMSS. Tener una ocupación en la informalidad
genera un ingreso, pero cierra la puerta a la cobertura básica de
seguridad social.
La precarización del mercado laboral ha provocado la deserción de
niños y jóvenes del sistema educativo, sobre todo en los niveles medio
superior y superior. Sin estabilidad laboral se merma el ingreso
económico y con ello crece en los niños y jóvenes la necesidad de
trabajar; la consecuencia es una mayor deserción escolar. Se requiere
mayor inversión: sin ella no hay crecimiento, generación de empleo
formal ni mayor bienestar social. Es una condición básica.
En los últimos 40 años el gasto público ha buscado, sin éxito,
atender las deficiencias del modelo económico: misión casi imposible
cuando la economía no crece y genera empleo informal. Cuando las cifras
de ocupación y empleo se deterioran se puede inferir que lo mismo
ocurrirá en la vida diaria de las familias mexicanas.
Los efectos laborales de la desaceleración económica se resumen así:
sólo 9 entidades federativas muestran un incremento en el empleo formal
desde el inicio del sexenio y hasta mayo pasado; 73 por ciento de la
pérdida de empleo formal registrado por el IMSS se concentra en 8
estados, entre ellos el de México, Nuevo León y la Ciudad de México.
Entre enero y mayo de 2019 el número total de empleo formal registrado
ante el IMSS creció 303 mil 500, cifra que no compensa la pérdida de 378
mil plazas registradas en diciembre de 2018.
Es evidente que la desaceleración económica profundiza el
desequilibrio social que se vive en lugares estructuralmente marginados,
al tiempo que limita el desarrollo de aquellos estados que deberían ser
parte del motor de crecimiento y bienestar.
Las rebanadas del pastel
Se trata, pues, de no fallar.
Twitter: @cafevega
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