Luis Linares Zapata
La Jornada
Al sietemesino lo han hecho
pasar por bebé de un año y, como conclusión, le extienden un sonoro
dictamen de suicida. Esos pocos meses de estar, en efecto, al frente del
gobierno de la República, le han bastado a un crítico solemne (Luis
Rubio, Reforma, 30/6) para adelantar tan profunda sentencia
condenatoria. El coro crítico, sin embargo, es mucho más extenso que esa
extraviada voz neoliberal. Usan para tal propósito las famosas y
superiores reglas del mercado y las enseñanzas de prestigiados
politólogos del mundo desarrollado. Y como, en efecto, pueden observarse
desviaciones de tan ajustable conjunto de preceptos, el tribunal
sistémico lanza sus enérgicas y terminales prevenciones:
se va por una ruta equivocada. Y no sólo tan extenso aparato comunicativo lo hace, allá, mero arriba, la élite agrupada en cenáculos revisa los riesgos de sus masivos intereses y se retuercen intranquilos.
La lentitud del despegue económico, durante estos primeros meses es
la base para sustentar cualquier prevención o desastre en puerta. Les
irrita el optimismo presidencial que asegura ir bien y de acuerdo con
sus cálculos. Se le acusa entonces de falta de realidad, de no escuchar
ni atender los latidos de las bases de datos y las consejas de expertos y
futurólogos. El griterío por momentos aparece ensordecedor,
desorbitado. Aun así, el Presidente mantiene y hasta refuerza su lectura
de la actualidad, mira hacia delante y ordena a sus tropas avanzar sin
pausas ni tregua. Él no deja de situarse en la avanzada para dar el
ejemplo y para incitar al movimiento del resto del aparato de gobierno.
Sabe, de cierto, que capitanea una burocracia lenta, retobona, medrosa.
Aun así, no duda en incitar, con mensajes y acciones continuas, a la
marcha por cimentar, desde ahora, la renovación de la República.
Se puede, con precisión, situar los avances habidos en tan perentorio
tiempo. Lo básico habla de una masiva y distinta orientación del gasto
público. La canalización de mucho dinero para atender a los escasamente
atendidos, es lo primero. No se trata de comprar futuras lealtades
partidistas aunque, claro está, las habrá sin duda. El intento de
desprestigiar tan justiciera intención pegoteándola de electorera es,
por completo, solemne juicio de mala fe. Operar, ahora desde el poder,
en favor de los marginados de toda oportunidad y tenerlos como escala de
prioridades es, quizá, la desviación más notoria de la usanza política.
Durante estos pocos meses de gobierno van quedando claras las demás
prioridades. En el centro conductor del desarrollo, AMLO ha puesto a la
industria de la energía. Se intenta, para su cumplimento, situar a Pemex
y la CFE como los dos grandes pivotes. No es una vuelta a un pasado, ya
ido ni tampoco una visión nostálgica que poco tiene que ver con un
mundo globalizado e interdependiente. Es, precisamente por ello, que se
tiene que fincar, tanto el hoy como el mañana, sobre sólidas bases
propias, soberanas. El volumen de importación de petrolíferos y
petroquímicos debilitan, al extremo, la independencia de la nación. El
petrolero y el eléctrico, forman inmenso mercado ante el cual se
despiertan ambiciones de compleja hondura.
Han transcurrido demasiados años con horizontes achicados y aprestos
poquiteros. No se trata ahora de implantar leyes hechas en bufetes de
Nueva York y pasarlas, con rimbombantes títulos palaciegos, como
reformas estructurales. Ahora se extrae, desde los deseos y afanes de la
gente común, lo que se ha recogido en un largo y penoso oír, sembrar y
caminar. Haber lanzado e iniciado los grandes proyectos en marcha darán a
la economía y a la sociedad una dimensión desconocida hasta hace poco.
Despertar conciencias de aventuras singulares y dimensiones apreciables
inducirán mayores seguridades personales y orgullos colectivos. Por eso
el énfasis dado al proyecto del istmo, al Tren Maya, a la refinería de
Dos Bocas o al crucial programa Sembrando Vida. Sólo dos de ellos, sin
olvidar el conjunto, acarrean potencial de cambio suficiente para un
digno rostro a la nación. Atender las causas eficientes de la violencia
desatada y creciente no puede quedar atrás. Becar, masivamente, jóvenes
estudiantes, cumplirá con un doble propósito: formar ciudadanos educados
y alejarlos del reclutamiento del crimen.
Tampoco, en estos pocos meses, se ha descuidado la vertiente política
y cultural. Rescatar el oficio de hacer política con la gente y para
ella es práctica despreciada por las élites de variada tesitura. La
tachan de pueblerina o atrasada cuando, en efecto, se inserta en la
modernidad. Con enorme dificultad se ha rehecho la plataforma de un
programa educativo que cuente, e integre en su centro, a los maestros
junto a la niñez y juventud. Ahora los padres y teóricos, la academia y
organizaciones de la sociedad interesada puedan trabajar, sin campañas
manipuladoras, tal como se acostumbró por décadas.
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