La Jornada
El pasado fin de semana
el presidente estadunidense, Donald Trump, acordó con su homólogo
chino, Xi Jinping, no imponer más aranceles a las exportaciones del país
asiático, reanudar las negociaciones comerciales y suspender las
medidas hostiles contra la firma tecnológica Huawei.
Asimismo, se reunió con el gobernante de Corea del Norte, Kim
Jong-un, con quien pactó reanudar las conversaciones para una eventual
desnuclearización de la península de Corea, en lo que el mandatario
estadunidense calificó de
reunión maravillosa, efectuada en el territorio desmilitarizado entre ambas Coreas.
Así pues, tras el retiro de la amenaza estadunidense de gravar las
exportaciones mexicanas y luego de la reducción de las tensiones con los
países asiáticos mencionados, la presidencia del país vecino ha
concentrado su hostilidad en Irán, país al que acusa de empeñarse en
desarrollar armas atómicas, a pesar de las salvaguardas internacionales
que impiden tal posibilidad y la expresa decisión de la república
islámica de abstenerse de desarrollar un arsenal nuclear.
La tregua entre Pekín y Washington incidió en el fortalecimiento del
peso mexicano frente al dólar estadunidense en los mercados cambiarios y
el acuerdo migratorio logrado entre el vecino del norte y nuestro país
hace unas semanas, con el consiguiente alejamiento de las amenazas
comerciales, contribuyen a despejar incertidumbres en torno al desempeño
de la economía nacional.
Sin embargo, es recomendable tener siempre en mente la mecánica que
caracteriza a la política exterior de Trump: por norma, el magnate
neoyorquino detona conflictos donde no los había o exacerba los ya
existentes, a fin de fabricarse escenarios de confrontación,
principalmente para consumo de los electores estadunidenses.
Después de un periodo de escalamiento deliberado de la tensión y de
obtener concesiones reales o ficticias, reduce de golpe el nivel de su
hostilidad, negocia –o finge negociar– y a renglón seguido se exhibe
ante sus votantes como un gran triunfador.
Este juego demagógico no sólo se traduce en problemas serios para los
socios y vecinos de la superpotencia –y es pertinente recordar que
nuestro país ostenta ambas categorías en forma preponderante–, sino que
conlleva el riesgo permanente de que los diferendos se salgan de
control.
Debe considerarse, asimismo, que previsiblemente el mandatario
republicano seguirá recurriendo a esa clase de maniobras hasta la
elección presidencial de noviembre del año próximo y en ese lapso
recurrirá a la fabricación de nuevos contenciosos externos en función de
lo que considere útil para su campaña.
Lo anterior significa que si bien el pleito de Trump con México ha
quedado resuelto, y que si sus confrontaciones con China y Corea del
Norte han bajado de intensidad, el magnate puede encontrar necesario
reactivarlos o atizarlos en cualquier momento a fin de dar nuevos golpes
de efecto en el electorado de su país. El nuestro, en consecuencia,
debe estar preparado, informado y atento, a fin de minimizar los efectos
de tales ocurrencias hostiles.
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