Antonio Navalón recién escribió en su columna Cuenta atrás (El Universal, 25 de octubre de 2010), cuyo título es “García Luna, ¿presidente?”, que “ojalá Calderón ya sepa que, para bien o para mal, la política en México huele a pólvora”. Y agrega: “Quizás aquellos que apoyan la teoría de que el presidente favorito de Calderón es Díaz Ordaz, no está tan equivocados. Así, el sueño de ver convertido a su hombre de fuego y acero, García Luna, en su Echeverría, para poder entregarle la banda presidencial, tendría sentido; sin embargo, el costo sería bastante más que un tlatelolcazo, sería un país incendiado por los cuatro costados, esperando, eso sí, que las luchas internas entre hombres del Estado, los jóvenes y ‘cualquier cosa’ menos el PRI (Partido Revolucionario Institucional), nos den un futuro promisorio”.
En estas Conjeturas he reflexionado sobre que García Luna es el poder tras el trono calderonista y que dadas las circunstancias del país, donde la nación sobrevive en el baño de sangre de los “buenos contra los malos” (donde unas veces los “buenos” parecen los malos y los malos siempre son cada vez más malos), y donde, se dice, que los altos mandos de las fuerzas militares están más que molestos porque su jefe nato, es decir, Calderón, los mandó a una guerra para la que no están preparados y por no declarar lo establecido en el artículo 29 de la Constitución, no pueden desplegarse como la unidad que son y que divididos son fácilmente sorprendidos por las guerras de guerrillas de los sicarios del narcotráfico; y acosados por su constante violación de derechos humanos de los civiles, están al borde del golpismo y el jefe ideal es García Luna.
El tema de García Luna es cada día que pasa más grave, ya que tiene un poder inmenso y cuenta con el apoyo de Calderón. En ese contexto se han aparecido en el escenario cada vez más protagónicos: Salinas, el expresidente más nefasto de los últimos 10 sexenios, es decir de la era priista; asimismo Ebrard, exsalinista, presumiendo de izquierdista, que no un político de izquierda, con su administración en la capital del país, como la de Peña Nieto en el Estado de México. Ambos han convertido el abuso del poder en botín, con miras a sus guardaditos para comprar votos, mientras compran apoyos para subir como globos inflados.
Ese trío está precipitando más que Felipe Calderón dé un golpe de timón hacia el golpismo con García Luna. Son Salinas, Ebrard y Peña Nieto los catalizadores, la lumbre que incendia la pradera seca de la vieja política: la de usar los recursos públicos para sus fines electoreros, en medio de una total corrupción, sabiendo que su publicidad en televisión, sobre todo, más el soborno a los periodistas que así aceitan su trabajo, es el camino para apoderarse de la Presidencia de la República. Empero, el fantasma del golpismo policiaco, al estilo de Ecuador, se pasea impunemente en la atmósfera autoritaria del calderonismo para imponer sucesor al precio de su lema “haiga sido como haiga sido”.
cepedaneri@prodigy.net.mx
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