Sara Sefchovich
La semana pasada, escribí en este generoso espacio que “el nuestro es un país en el que no gusta pagar por los servicios que se reciben. Las personas consideran que porque tienen pocos recursos, les asiste el derecho a no pagar impuestos o a que el Metro y los camiones sean baratísimos, la recolección de basura gratuita, a colgarse de los cables de luz y no pagar el agua. El poder vertical, autoritario y prepotente que siempre tuvimos, nos acostumbró a esperar que el gobierno se ocupe de todo. Por eso es que tanto los ricos como los pobres están convencidos de que ‘es obligación del gobierno dar los servicios o darlos más baratos”.
Muchos lectores me enviaron correos electrónicos dando su opinión sobre este texto cuya conclusión era que: “Los tiempos ya no están para que el gobierno sea ‘la gran chichi’ y que ‘más nos vale entenderlo’”. Pero debo decir que algunos de esos correos me movieron el piso y me hicieron dudar de mi afirmación. Por ejemplo, el de don Héctor Cisneros, que me pregunta: “Entonces, ¿cuál es la obligación del gobierno, sólo cobrar impuestos? La educación, mala; la seguridad pública, mala; alumbrado público, malo; agua potable, mala; corrupción, muy buena; servicios de salud pública, pésimos; esperar horas en una fila para que le digan aquí no es, pase a la siguiente. ¿Cuánto cuestan los malos servicios? Cuestan muchísimo, y ¿quién los paga? Pues nosotros”.
O el de don Hermilo E. Granados, que me escribe: “Esta situación compleja, es en cierta manera una respuesta al manejo de los ingresos fiscales. Pagamos impuestos según nuestros recursos, sin embargo una negra nube de parásitos, (el NO Honorable Congreso de la Unión, la Suprema Corte de INjusticia —cómo es posible que hay magistrados con sueldos de 600 mil pesos— y el poder EJECUTRANSA) dilapida, malgasta, y roba, estos preciosos recursos. Cuando se exijan cuentas y se haga responsable a los que administran los fondos públicos, en lo que a mí respecta, pagaré gustoso la carga fiscal que me toque. Mientras tanto, trataré de eludir lo más que pueda sin caer en delitos que me cuesten más”.
O el de don Mauricio Olivares: “Cuando el gobierno dejó de construir viviendas a través del Infonavit y se otorgó a la iniciativa privada la construcción masiva de las mismas, se cayó en un abuso desproporcionado, muchas constructoras hicieron verdaderas porquerías a precios estratosféricos, aprovechándose de la necesidad de vivienda de la gente. De igual manera, el gobierno tiene un monopolio en los combustibles y consideramos que debería proporcionar el precio más bajo posible, no por cuestiones de asistencialismo, sino simplemente porque es lo justo al ser el único recaudador por estos servicios”. Y concluye: “El gobierno debe cumplir su función como garante de la justicia, equidad y buenas prácticas comerciales, tratando en todo momento de ver por la eliminación de vicios ocultos, fraudes, etcétera”.
O el de don Paul Bernardo Díaz: “Algunos pobres o comen o pagan la luz”.
O el de doña Guadalupe Gamietea: “Pienso que sí hay que exigirle al gobierno que gaste en nosotros, porque si no, se gastan el dinero en ellos. Estuve 33 años en el sector público y soy testigo de que los tres poderes ‘se despachan con la cuchara grande’. El gobierno administra los bienes nacionales y le genera ingresos. El gobierno nos cobra impuestos, sea que le paguemos directo a Hacienda, o al adquirir cualquier artículo (excepto alimentos y medicinas). Un secretario particular en la Secretaría de Gobernación gana 100 mil pesos mensuales, y hay cientos de puestos duplicados, como directores generales, directores generales adjuntos, directores de área, etcétera”.
No tengo espacio para reproducir más correos electrónicos de los amables lectores, pero todos siguen por este camino, que encuentra justificación para quienes no quieren pagar los servicios, en una frase de Gamietea que de manera excelente resume el problema: “O se gastan nuestro dinero en sus salarios y haciendo actividades que no llevan a ningún lado, o nos lo gastamos nosotros”.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
La semana pasada, escribí en este generoso espacio que “el nuestro es un país en el que no gusta pagar por los servicios que se reciben. Las personas consideran que porque tienen pocos recursos, les asiste el derecho a no pagar impuestos o a que el Metro y los camiones sean baratísimos, la recolección de basura gratuita, a colgarse de los cables de luz y no pagar el agua. El poder vertical, autoritario y prepotente que siempre tuvimos, nos acostumbró a esperar que el gobierno se ocupe de todo. Por eso es que tanto los ricos como los pobres están convencidos de que ‘es obligación del gobierno dar los servicios o darlos más baratos”.
Muchos lectores me enviaron correos electrónicos dando su opinión sobre este texto cuya conclusión era que: “Los tiempos ya no están para que el gobierno sea ‘la gran chichi’ y que ‘más nos vale entenderlo’”. Pero debo decir que algunos de esos correos me movieron el piso y me hicieron dudar de mi afirmación. Por ejemplo, el de don Héctor Cisneros, que me pregunta: “Entonces, ¿cuál es la obligación del gobierno, sólo cobrar impuestos? La educación, mala; la seguridad pública, mala; alumbrado público, malo; agua potable, mala; corrupción, muy buena; servicios de salud pública, pésimos; esperar horas en una fila para que le digan aquí no es, pase a la siguiente. ¿Cuánto cuestan los malos servicios? Cuestan muchísimo, y ¿quién los paga? Pues nosotros”.
O el de don Hermilo E. Granados, que me escribe: “Esta situación compleja, es en cierta manera una respuesta al manejo de los ingresos fiscales. Pagamos impuestos según nuestros recursos, sin embargo una negra nube de parásitos, (el NO Honorable Congreso de la Unión, la Suprema Corte de INjusticia —cómo es posible que hay magistrados con sueldos de 600 mil pesos— y el poder EJECUTRANSA) dilapida, malgasta, y roba, estos preciosos recursos. Cuando se exijan cuentas y se haga responsable a los que administran los fondos públicos, en lo que a mí respecta, pagaré gustoso la carga fiscal que me toque. Mientras tanto, trataré de eludir lo más que pueda sin caer en delitos que me cuesten más”.
O el de don Mauricio Olivares: “Cuando el gobierno dejó de construir viviendas a través del Infonavit y se otorgó a la iniciativa privada la construcción masiva de las mismas, se cayó en un abuso desproporcionado, muchas constructoras hicieron verdaderas porquerías a precios estratosféricos, aprovechándose de la necesidad de vivienda de la gente. De igual manera, el gobierno tiene un monopolio en los combustibles y consideramos que debería proporcionar el precio más bajo posible, no por cuestiones de asistencialismo, sino simplemente porque es lo justo al ser el único recaudador por estos servicios”. Y concluye: “El gobierno debe cumplir su función como garante de la justicia, equidad y buenas prácticas comerciales, tratando en todo momento de ver por la eliminación de vicios ocultos, fraudes, etcétera”.
O el de don Paul Bernardo Díaz: “Algunos pobres o comen o pagan la luz”.
O el de doña Guadalupe Gamietea: “Pienso que sí hay que exigirle al gobierno que gaste en nosotros, porque si no, se gastan el dinero en ellos. Estuve 33 años en el sector público y soy testigo de que los tres poderes ‘se despachan con la cuchara grande’. El gobierno administra los bienes nacionales y le genera ingresos. El gobierno nos cobra impuestos, sea que le paguemos directo a Hacienda, o al adquirir cualquier artículo (excepto alimentos y medicinas). Un secretario particular en la Secretaría de Gobernación gana 100 mil pesos mensuales, y hay cientos de puestos duplicados, como directores generales, directores generales adjuntos, directores de área, etcétera”.
No tengo espacio para reproducir más correos electrónicos de los amables lectores, pero todos siguen por este camino, que encuentra justificación para quienes no quieren pagar los servicios, en una frase de Gamietea que de manera excelente resume el problema: “O se gastan nuestro dinero en sus salarios y haciendo actividades que no llevan a ningún lado, o nos lo gastamos nosotros”.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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