La columna humana empieza a moverse por la Avenida Insurgentes en el sur de la capital. No es la marcha más grande ni la más pequeña que ha visto esta ciudad, que se moviliza y se desmoviliza constantemente como forma de vida. Pero tiene algo distintivo. Son varios miles de jóvenes, exigiendo fin a la violencia que se ha vuelto el contexto social en el cual tienen que desenvolverse.
Para ellos, la guerra contra el narcotráfico lanzada por Felipe Calderón enmarca un presente sangriento que vislumbra un futuro incierto y lleno de riesgos. Además de la violencia de todos los días, los jóvenes mexicanos de hoy —como dicen en la declaración leída el 17 de febrero— viven en "una sociedad asfixiada por la pobreza, la injusticia, la desigualdad, el desempleo, la corrupción y la indiferencia…”
Marchan contingentes de la UNAM, la UAM, UACM, las escuelas preparatorias, y las mujeres organizadas desde hace años en contra de los feminicidios que se han disparado en el contexto de la guerra contra el narcotráfico. Llegan también de otras luchas que han enfrentado respuestas militares y violentas por parte del estado o elementos paramilitares vinculados: el Sindicato Mexicano de Electricistas, la Coordinadora Nacional del Trabajadores de la Educación, y los indígenas triquis de San Juan Copala, entre otros.
Los hombres trajeados del gobierno observan con evidente desdén la marcha de los jóvenes. Hablan en voz baja por sus celulares, siguen la marcha registrando detalladamente los "daños a la propiedad” causados por las pintas. Los policías vestidos de civil caminan con prisa al lado de los estudiantes y activistas, buscando problemas —reales o imaginados.
No hay actos de violencia. En la breve trayectoria de la marcha, que va desde el Parque de la Bombilla —donde por muchos años estuvo en exhibición pública el brazo desmembrado de Álvaro Obregón, antes de que la guerra contra el narcotráfico pusiera en boga eso de exponer partes corporales en lugares públicos—, hasta la UNAM, no se ve una sola ventana rota, sólo pintas que muestran el compromiso con la no-violencia de los participantes frente a la violencia del estado: "No más sangre”, esténciles de un soldado con las palabras "Llámale por su nombre: ASESINO”, "No más feminicidios”.
Más que por los medios masivos, es gracias a sus propias redes sociales y el internet que el movimiento para la paz —que se ve en construcción en la marcha de hoy— sabe lo que está pasando en el resto del país y puede organizarse. Entre las consignas son muchas las referidas a Ciudad Juárez, lugar elegido por el gobierno como laboratorio de la guerra con la Operación Chihuahua y que se ha vuelto el Frankenstein de Calderón, una máquina de sangre que no se controla a sí misma y que ha convertido a Juárez en la ciudad más violenta del mundo.
Se escuchan las consignas en solidaridad con este lugar fronterizo. "¡Juárez, Juárez no es cuartel, fuera el ejército de él!” Mujeres de Chihuahua vestidas de cabeza a pies de negro hacen un altar improvisado en la banqueta con una revista con la cara de Marisela Escobedo, velas y cajitas. Escobedo era una activista incansable contra los feminicidios en Juárez, asesinada el 16 de diciembre mientras protestaba frente al Palacio de Gobierno. Otra pinta demanda "Presentación con vida de la Familia Reyes”, en referencia a tres personas secuestradas dentro de una zona controlada por los militares, todos parientes de la activista anti-guerra Josefina Reyes, de Valle de Juárez, desaparecidos desde el 7 de febrero. Otra hace una promesa a la compañera caída: "Josefina, tu lucha no es vana”
La marcha fue organizada por la Coordinadora Metropolitana Contra la Militarización y la Violencia, una agrupación integrada después de que la Policía Federal disparó al estudiante Darío Álvarez el 29 de octubre, en el contexto del Foro Internacional Contra la Militarización y la Violencia, en Ciudad Juárez. Forma parte de una creciente red de organizaciones estudiantiles y ciudadanas contra la militarización, que exige fin a la guerra contra el narcotráfico y busca crear formas no-violentas para enfrentar al crimen organizado y reconstruir el tejido social. Reconoce que la guerra contra el narcotráfico no sólo lleva a la militarización y la violencia, sino que los recursos que se dedican a este fin se sustraen de la atención a las necesidades sociales; una de las consignas más escuchadas es "Queremos escuelas, queremos trabajo; queremos hospitales, no queremos militares”.
Federico, estudiante de primer año de la UNAM, explica: "Nuestras demandas son: no más sangre, que se termine la guerra y que el ejército regrese a sus cuarteles. Nos dicen que esta guerra es la única forma de enfrentar al crimen organizado y que estamos ganando —yo pregunto al presidente: ¿en qué país vive?” Luis, otro alumno de la UNAM, explica que los estudiantes de la capital han establecido contactos con grupos estudiantiles en la frontera y ven el impacto de la guerra en las comunidades más afectadas. Dice que son ellos, los universitarios, quienes deben ser los primeros en organizarse para poner fin a la violencia.
Es que la situación en algunos lugares se acerca al "juvenicidio”—la matanza selectiva de jóvenes. Es difícil averiguar el número de jóvenes asesinados en la guerra contra el narcotráfico porque sus bajas se encuentran mezcladas en las cifras inventadas del gobierno del 90% de las víctimas que supuestamente son miembros de la delincuencia organizada, suma presentada sin distinguir edad o aclarar cómo es que los muertos estuvieron involucrados en el crimen. Los jóvenes de la marcha rechazan esta justificación oficial sobre los asesinatos de sus compañeros; gritan a lo largo de la manifestación: "Otra vez el mismo cuento de antes, ¡no somos sicarios, somos estudiantes!” Fue el comentario de Calderón de que los jóvenes masacrados en Villas de Salvárcar tuvieran vínculos con el crimen organizado lo que incitó la indignación de la comunidad juarense hace un año, y detonó este movimiento de jóvenes contra la guerra.
Las estadísticas hablan de por lo menos 7,000 jóvenes y niños muertos en tres años, y de estados del país donde la tasa de homicidios de jóvenes se ha incrementado entre tres y cinco veces desde el inicio de la guerra. Según el gobierno, son jóvenes más de la mitad de los asesinados cuya edad se ha podido determinar.
Las pintas dan cuenta de la emergencia de la situación: "Organízate, antes de que te maten”. Para los jóvenes que llegan desde la frontera a acompañar la marcha, la advertencia no suena exagerado y es el motivo principal de su presencia. En Ciudad Juárez, por ejemplo, casi todos tienen compañeros o conocidos caídos en esta guerra. Una manta pregunta: "¿Por qué nos asesinan si somos la esperanza de América Latina?”
Varias pintas y mantas critican el papel del gobierno de los Estados Unidos, por ser el mayor mercado de drogas ilícitas y fuente principal de armas, y a la vez fomentar la guerra en territorio mexicano. "Estados Unidos pone las armas, el pueblo de México los muertos,” dice una. Varios oradores expresan el rechazo a la Iniciativa Mérida, que es el apoyo estadunidense a la guerra contra el narcotráfico de Calderón.
Terminando la marcha, los oradores recuerdan a los estudiantes y activistas muertos en la guerra: Bernardo, de la Universidad de Sinaloa; Darío Álvarez, baleado por la Policía Federal, Marisela Escobedo. Mientras por las bocinas se escucha el registro del costo social de la guerra, la mayoría se queda viendo las lucecitas de miles de velas puestas en la explanada de la rectoría de la UNAM. Cada quien ha entregado su vela al gran plan —un diseño trazado en las losetas que marca la colocación de cada una con una equis escrita con gis.
Cuando la última vela ha sido puesta en su lugar, se crea un vasto campo de luz y con trabajo se logra leer en grandes letras ALTO A LA MILITARIZACION. Detrás, dicen que los cientos de velas forman el mapa del país, pero faltando el ojo de pájaro parece simplemente un mar de luz parpadeante en la oscuridad de la noche. Los estudiantes se quedan hipnotizados por unos momentos y de repente todos gritan juntos "¡NO A LA VIOLENCIA!”
Puede ser demasiado pronto para tener un balance político de la marcha en la Ciudad de México, o perspectivas hacia el futuro. Pero como dijo una estudiante de Ciudad Juárez, la marcha del 17 de febrero fue "un buen comienzo” para un movimiento que apenas está naciendo.
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