Carmen Boullosa
Presenté la mesa redonda dedicada a la literatura con la que abrió el encuentro “La experiencia intelectual de las mujeres en el siglo XXI”:
La luz de la literatura ilumina de una manera única. El faro que enciende permite la oscuridad, acepta los contrastes, intercede ante la razón para que acepte lo inexplicable, confronta los problemas, provoca el placer de derrotarlos fabulando ficciones a contrapelo de la realidad, independientes (o no), en diálogo con la tensión de los problemas (o no), pero en todo caso triunfantes sobre la ley de la vida y del tiempo. La palabra literaria denuncia y confronta; se resiste a dar fórmulas y explicaciones rascuaches; cuestiona; alerta al que es conforme, alienta y da esperanzas al inconforme, despierta al insensible, despabila al idiota, adormece al ansioso, sacia y protege. E ilumina a la razón, al ánimo, a los sentidos. Zarandea a la inteligencia.
La literatura es la luz del día y es la luz nocturna. Se alimenta de la vigilia y del territorio de los sueños. Es la iluminación que arropa al ciego y guía para la vista.
Reconfigura las geografías políticas. Trafica con la idea de Nación. La pone en duda, y la crea ella misma para después deshacerla y reconfigurarla. Defiende a las naciones. Las ataca.
Otorga ciudadanías. Rebate los preceptos al exhibirlos. Nos hace partícipes de dos grandes signos de interrogación, uno al principio de todo, y el otro al final, la presencia de la muerte.
La literatura no se fía de un hacedor, cuenta con un ejército alebrestado de hacedores, deicidas impíos.
No ignora la Historia (Cuidado -citó Ida Vitale-: “no se pierde sin castigo el pasado, no se pisa en el aire”).
Le interesan los sentimientos, las emociones, la imaginación, pero también la razón, el orden -y el caos-.
Por naturaleza, la literatura es la rebelde de la casa. Por necesidad, ha sido más de una vez la que fija al monarca al trono o la que legitima a la revuelta. Es la que ama la rutina y la que también ama trasgredirla. Es el pulso del hombre de a pie, del ciudadano. Es maligna, a veces, otras es la gacela perseguida, o la enamorada, rapaz o contemplativa, o el ciego ojo ansioso del amor.
Que la reunión de estas inteligencias creadoras sea acogida y organizada en México, el que sea sólo de mujeres y el que empiece hablando de literatura es sin dudarlo un homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz. Aún sin quererlo, -más apropiado será decirle Juana de Asbaje, como la llamó Amado Nervo, liberándola del convento-, la poeta, la científica, la musicóloga, la compositora, la pintora, la dramaturga, la intelectual, la científica, la creadora de espectáculos en Palacio y callejeros con sus soberbias arquitecturas de arcos celebratorios; Sor Juana, la espléndida administradora, la política hábil, la genial (y hermosa) seductora compulsiva, la hábil. La primera americana, y no sólo por calificación temporal sino por rango.
No es necesario subrayar la importancia de la pertinencia de este encuentro. México refrenda su tradición de ser el receptor y retransmisor de artes, letras y pensamiento hispanoamericanos.
En momentos tan difíciles como los que atravesamos, cuando el tejido social se cuartea, cuando las grietas se hacen visibles, las primeras en pagar la violencia que se desencadena (en el espacio doméstico, en el trabajo, en el camino a laborar, al caminar por las calles de su ciudad, al salir de la universidad), son las mujeres, sobre todo las niñas. Organizar un encuentro como éste es protegerlas. Indirecta pero eficazmente, aquí estamos diciendo al reflexionar sobre nuestras labores: “No más violencia contra las mujeres”. “Ni una más”.
Cuando la ética ambiente universal insiste en considerar a la vida humana un bien desechable, los humanistas debemos alzar la voz. Toda vida humana es irreemplazable. Protegemos con la dignidad del pensamiento a la ética humanista. Por los derechos humanos, por el valor de la vida de cada humano, las mujeres hispanoamericanas estamos reunidas aquí. (www.congresomujeres.com)
La luz de la literatura ilumina de una manera única. El faro que enciende permite la oscuridad, acepta los contrastes, intercede ante la razón para que acepte lo inexplicable, confronta los problemas, provoca el placer de derrotarlos fabulando ficciones a contrapelo de la realidad, independientes (o no), en diálogo con la tensión de los problemas (o no), pero en todo caso triunfantes sobre la ley de la vida y del tiempo. La palabra literaria denuncia y confronta; se resiste a dar fórmulas y explicaciones rascuaches; cuestiona; alerta al que es conforme, alienta y da esperanzas al inconforme, despierta al insensible, despabila al idiota, adormece al ansioso, sacia y protege. E ilumina a la razón, al ánimo, a los sentidos. Zarandea a la inteligencia.
La literatura es la luz del día y es la luz nocturna. Se alimenta de la vigilia y del territorio de los sueños. Es la iluminación que arropa al ciego y guía para la vista.
Reconfigura las geografías políticas. Trafica con la idea de Nación. La pone en duda, y la crea ella misma para después deshacerla y reconfigurarla. Defiende a las naciones. Las ataca.
Otorga ciudadanías. Rebate los preceptos al exhibirlos. Nos hace partícipes de dos grandes signos de interrogación, uno al principio de todo, y el otro al final, la presencia de la muerte.
La literatura no se fía de un hacedor, cuenta con un ejército alebrestado de hacedores, deicidas impíos.
No ignora la Historia (Cuidado -citó Ida Vitale-: “no se pierde sin castigo el pasado, no se pisa en el aire”).
Le interesan los sentimientos, las emociones, la imaginación, pero también la razón, el orden -y el caos-.
Por naturaleza, la literatura es la rebelde de la casa. Por necesidad, ha sido más de una vez la que fija al monarca al trono o la que legitima a la revuelta. Es la que ama la rutina y la que también ama trasgredirla. Es el pulso del hombre de a pie, del ciudadano. Es maligna, a veces, otras es la gacela perseguida, o la enamorada, rapaz o contemplativa, o el ciego ojo ansioso del amor.
Que la reunión de estas inteligencias creadoras sea acogida y organizada en México, el que sea sólo de mujeres y el que empiece hablando de literatura es sin dudarlo un homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz. Aún sin quererlo, -más apropiado será decirle Juana de Asbaje, como la llamó Amado Nervo, liberándola del convento-, la poeta, la científica, la musicóloga, la compositora, la pintora, la dramaturga, la intelectual, la científica, la creadora de espectáculos en Palacio y callejeros con sus soberbias arquitecturas de arcos celebratorios; Sor Juana, la espléndida administradora, la política hábil, la genial (y hermosa) seductora compulsiva, la hábil. La primera americana, y no sólo por calificación temporal sino por rango.
No es necesario subrayar la importancia de la pertinencia de este encuentro. México refrenda su tradición de ser el receptor y retransmisor de artes, letras y pensamiento hispanoamericanos.
En momentos tan difíciles como los que atravesamos, cuando el tejido social se cuartea, cuando las grietas se hacen visibles, las primeras en pagar la violencia que se desencadena (en el espacio doméstico, en el trabajo, en el camino a laborar, al caminar por las calles de su ciudad, al salir de la universidad), son las mujeres, sobre todo las niñas. Organizar un encuentro como éste es protegerlas. Indirecta pero eficazmente, aquí estamos diciendo al reflexionar sobre nuestras labores: “No más violencia contra las mujeres”. “Ni una más”.
Cuando la ética ambiente universal insiste en considerar a la vida humana un bien desechable, los humanistas debemos alzar la voz. Toda vida humana es irreemplazable. Protegemos con la dignidad del pensamiento a la ética humanista. Por los derechos humanos, por el valor de la vida de cada humano, las mujeres hispanoamericanas estamos reunidas aquí. (www.congresomujeres.com)
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