11/01/2011

Democracia de museo



Alberto Aziz Nassif
Pese a todos los cambios políticos del país, las inercias regresan una y otra vez y vuelven a ganar votaciones. A pesar de la alternancia, no se ha logrado tener un régimen eficiente y moderno, México sigue siendo un sistema político que —por su retraso— ya se puede considerar de museo en el contexto latinoamericano.

El último intento de reforma política, para poner al día instrumentos y contrapesos entre gobernantes y gobernados, se abrió en diciembre de 2009 y cierra en estos días. En próximos días veremos que la minuta de los diputados regresa recortada al Senado. Es posible que los senadores restituyan los recortes y, en ese ir y venir entre cámaras, el país entrará de tiempo completo al frenesí electoral del 2012. La democracia mexicana seguirá siendo ineficiente para formar mayorías. El presidencialismo arrastrará las mismas debilidades y los poderes de la República tendrán las mismas dificultades para coordinarse. En suma, cualquier cambio será trasladado a un futuro incierto.

Para el balance de la reforma política sólo hay que ver las propuestas hechas entre el Ejecutivo, el PRI y el PRD, y ver los resultados en San Lázaro. A fines de abril de este año el Senado aprobó una minuta menor a las ofertas, pero tenía cambios interesantes como las figuras de participación ciudadana, algunos instrumentos para el ejecutivo y algunos avances para la rendición de cuentas, como la reelección de legisladores. Después de más de cinco meses los diputados tomaron esa reforma y el PRI le aplicó varios correctivos: la llenó de fantasmas y regresiones y el proyecto, que era aceptable, quedó hecho polvo.

Adiós a la reelección. Se deformó la consulta popular que se desligó de las elecciones federales y se bajó el umbral de vinculación de 40% a 25%, o sea de 20 millones de ciudadanos. Las candidaturas independientes quedaron, pero sin el registro de una nueva ley de radio y televisión, serán una peligrosa ocasión para candidatos de las televisoras. Fue imposible pasar la revocación de mandato que no era parte de la reforma del Senado, pero que las fracciones del PAN y el PRD en San Lázaro intentaron aprobar sin éxito.

La coalición de los fantasmas y las regresiones que integraron los diputados del PRI de Peña Nieto, junto con sus alfiles verdes y el partido de Elba Esther Gordillo, logró imponerse al bloque progresista. Días y días que no han terminado en comisiones y en el pleno, dejaron una reforma que será recordada como la reforma de los adjetivos: mocha, descafeinada, insuficiente, desnaturalizada. Eso es lo que quedó de las iniciativas, una reforma que es más una miscelánea.

De cualquier manera, la reforma y su repercusión electoral no serán aplicables para las elecciones del 2012, así lo manda el Artículo 105 de la Constitución. Iremos a los comicios con lo que tenemos hasta el momento: una democracia que está en sótano con un 73% de insatisfacción (Latinobarómetro 2011), con un Estado que todos los días pierde capacidad de regular intereses de poderosos consorcios que imponen sus intereses y capturan los espacios públicos y con vientos de regreso del viejo partido gobernante.

Así es señores y señoras diputados, el trabajo de retraso está hecho. ¿Qué hacemos con la severa desconfianza en legisladores y partidos políticos? ¿De qué manera salir adelante una democracia sistemáticamente golpeada y vulnerada por la clase política? La distancia entre políticos y ciudadanos seguirá creciendo como dos mundos que ya no se tocan. Queda el voto, que servirá para elegir a los que propongan los aparatos partidistas, al mejor estilo de Schumpeter. Pero el voto no alcanza para exigir rendición de cuentas, los ciudadanos seguimos sin mecanismos para castigar o premiar a los políticos, sin posibilidad de revocarles el mandato. Los instrumentos de participación son débiles y poco significativos, se quedarán perdidos entre requisitos que llegaran a hacerlos inviables. En estos intentos por quitarles dientes y contrapesos a los ciudadanos, los políticos nos mandan de nuevo al rincón. Seguiremos como ciudadanos de urna cada tres o seis años y el desprestigio de la clase política continuará al alza con esta reforma mocha.

En unos meses, cuando los candidatos vengan a pedirle el voto a los ciudadanos habrá que tener muy claro que el voto es un ejercicio para elegir, pero que no alcanza para hacer productiva nuestra democracia de museo. Habrá que tener claro sobre todo que, como lo dice Daniel Innerarity, "Una sociedad es democráticamente madura cuando ha asimilado la experiencia de que la política es siempre decepcionante y eso no le impide ser políticamente exigente". Habrá que seguir exigiendo una reforma democrática, sin fantasmas ni regresiones…
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