El colmo es que todavía se atreven a decir, con el mayor cinismo, que sólo los empresarios privados son buenos administradores
Con
el mundo al borde de una recesión histórica porque no lograran ponerse
de acuerdo en Estados Unidos los congresistas de los partidos
Republicano y Demócrata, en torno a las medidas indispensables para
evitar el “abismo fiscal” en su economía, aquí los burócratas a punto
de dejar el poder sólo piensan en la mejor manera de sacar el mayor
provecho a su privilegiada situación que está por terminar.
Hubieran querido que Felipe Calderón enviara al Congreso, también en calidad de preferente, la iniciativa de reforma energética, para haber tenido la oportunidad de entrar al gran negocio que significa la explotación de Pemex. Aun así, se apuntan para cuando llegado el momento no se olviden que ellos, los panistas, hicieron un importante trabajo para avanzar en la privatización de la paraestatal.
El director de Pemex, Juan José Suárez Coppel, no se anduvo con rodeos: “Como mexicano me encantaría poder invertir en Pemex para tener parte de los rendimientos que genere”, afirmó al participar como orador en el tercer foro de Petróleo y Energía. Pero precavido como debe ser para sus asuntos personales, aclaró que “sólo a partir de un saneamiento financiero por parte del gobierno federal”, la paraestatal estaría en condiciones de ser abierta al capital privado.
Quiere el “plátano” pelado y en la boca para no correr ningún riesgo. Posteriormente, cuando llegara el caso, el gobierno federal entraría de nuevo a rescatar a la paraestatal, una vez que el saqueo llegara a su máximo nivel y ya no tuviera la rentabilidad apetecida por sus propietarios privados, como así ha sucedido a través de los años. ¿Cuántas empresas y actividades económicas en manos estatales que se han privatizado no han experimentado ese proceso?
El colmo es que todavía se atreven a decir, con el mayor cinismo, que sólo los empresarios privados son buenos administradores. Con igual desfachatez afirman los tecnócratas del sector público que quieren un Pemex manejado por inversionistas privados, “lo que no significa que la paraestatal se privatizaría”. Es igual a decir que me voy a vivir a una casa particular, saco a su propietario, rento una parte y me quedo con el dinero; a él le digo que no se preocupe, que al fin y al cabo sigue siendo el dueño.
Tal es el sentido de las palabras del secretario de Energía, Jordy Herrera Flores. Afirmó que la apertura de Pemex a la inversión privada, “permitiría mejorar su rentabilidad, sin que el Estado necesariamente pierda el control de la empresa”. De plano los tecnócratas creen que los mexicanos somos retrasados mentales, pues no se ponen a pensar en la magnitud de sus patrañas.
Sus ambiciones no tienen límite, a pesar de los riesgos en que está el país, no sólo en materia económica por la situación en que se encuentra Estados Unidos y por la recesión europea, sino por la grave situación social de México en este momento, tanto por la terrible descomposición del tejido social, agravada por niveles de violencia sin paralelo en América Latina, como por la complejidad de los fenómenos derivados de tres décadas con una creciente pérdida del poder adquisitivo de los salarios, junto a una concentración de la riqueza en una minoría que no se sacia de acumular bienes y privilegios.
Buen ejemplo de esto es lo dicho por Carlos Hank González, nieto del profesor del mismo nombre, actualmente director general del Grupo Financiero Interacciones y de la constructora Grupo Industrial Hermes. Se le hace tarde para empezar a realizar importantes negocios con el gobierno de Enrique Peña Nieto, pues son muchas las necesidades del país en materia de infraestructura. “Estamos entusiasmados por el potencial que puede tener” esta actividad que demandará fuertes inversiones. Puntualizó su disponibilidad a sumar esfuerzos con inversionistas extranjeros.
Es preciso aclarar que nadie podría estar en contra de que haya inversiones que generen riqueza y empleos, pero sí de la voracidad de la que han dado amplias muestras los miembros de la elite del empresariado mexicano, la misma que los mueve a pugnar con firmeza porque sean aprobadas las llamadas reformas estructurales, con las cuales asegurarían más elevadas tasas de ganancias, menos compromisos con los sectores sociales, más oportunidades de enriquecimiento fácil y sin riesgos.
Es por demás ilustrativa la visión que tiene del país, y particularmente de Pemex, el presidente de la multinacional española Repsol, Antonio Brufau Niubó. En el foro de Querétaro afirmó: “Para la industria petrolera, México es un país enormemente atractivo”. Tan es así que Ernesto Marcos Giacomán, ex funcionario de la paraestatal y ahora consultor privado, exigió en el mismo foro la privatización plena de Pemex. Dijo: “Ha habido rumores de que la reforma energética va a ser light. Eso no debe aceptarse, tenemos que ir por todas las canicas”. Y vaya que lo están logrando.
Hubieran querido que Felipe Calderón enviara al Congreso, también en calidad de preferente, la iniciativa de reforma energética, para haber tenido la oportunidad de entrar al gran negocio que significa la explotación de Pemex. Aun así, se apuntan para cuando llegado el momento no se olviden que ellos, los panistas, hicieron un importante trabajo para avanzar en la privatización de la paraestatal.
El director de Pemex, Juan José Suárez Coppel, no se anduvo con rodeos: “Como mexicano me encantaría poder invertir en Pemex para tener parte de los rendimientos que genere”, afirmó al participar como orador en el tercer foro de Petróleo y Energía. Pero precavido como debe ser para sus asuntos personales, aclaró que “sólo a partir de un saneamiento financiero por parte del gobierno federal”, la paraestatal estaría en condiciones de ser abierta al capital privado.
Quiere el “plátano” pelado y en la boca para no correr ningún riesgo. Posteriormente, cuando llegara el caso, el gobierno federal entraría de nuevo a rescatar a la paraestatal, una vez que el saqueo llegara a su máximo nivel y ya no tuviera la rentabilidad apetecida por sus propietarios privados, como así ha sucedido a través de los años. ¿Cuántas empresas y actividades económicas en manos estatales que se han privatizado no han experimentado ese proceso?
El colmo es que todavía se atreven a decir, con el mayor cinismo, que sólo los empresarios privados son buenos administradores. Con igual desfachatez afirman los tecnócratas del sector público que quieren un Pemex manejado por inversionistas privados, “lo que no significa que la paraestatal se privatizaría”. Es igual a decir que me voy a vivir a una casa particular, saco a su propietario, rento una parte y me quedo con el dinero; a él le digo que no se preocupe, que al fin y al cabo sigue siendo el dueño.
Tal es el sentido de las palabras del secretario de Energía, Jordy Herrera Flores. Afirmó que la apertura de Pemex a la inversión privada, “permitiría mejorar su rentabilidad, sin que el Estado necesariamente pierda el control de la empresa”. De plano los tecnócratas creen que los mexicanos somos retrasados mentales, pues no se ponen a pensar en la magnitud de sus patrañas.
Sus ambiciones no tienen límite, a pesar de los riesgos en que está el país, no sólo en materia económica por la situación en que se encuentra Estados Unidos y por la recesión europea, sino por la grave situación social de México en este momento, tanto por la terrible descomposición del tejido social, agravada por niveles de violencia sin paralelo en América Latina, como por la complejidad de los fenómenos derivados de tres décadas con una creciente pérdida del poder adquisitivo de los salarios, junto a una concentración de la riqueza en una minoría que no se sacia de acumular bienes y privilegios.
Buen ejemplo de esto es lo dicho por Carlos Hank González, nieto del profesor del mismo nombre, actualmente director general del Grupo Financiero Interacciones y de la constructora Grupo Industrial Hermes. Se le hace tarde para empezar a realizar importantes negocios con el gobierno de Enrique Peña Nieto, pues son muchas las necesidades del país en materia de infraestructura. “Estamos entusiasmados por el potencial que puede tener” esta actividad que demandará fuertes inversiones. Puntualizó su disponibilidad a sumar esfuerzos con inversionistas extranjeros.
Es preciso aclarar que nadie podría estar en contra de que haya inversiones que generen riqueza y empleos, pero sí de la voracidad de la que han dado amplias muestras los miembros de la elite del empresariado mexicano, la misma que los mueve a pugnar con firmeza porque sean aprobadas las llamadas reformas estructurales, con las cuales asegurarían más elevadas tasas de ganancias, menos compromisos con los sectores sociales, más oportunidades de enriquecimiento fácil y sin riesgos.
Es por demás ilustrativa la visión que tiene del país, y particularmente de Pemex, el presidente de la multinacional española Repsol, Antonio Brufau Niubó. En el foro de Querétaro afirmó: “Para la industria petrolera, México es un país enormemente atractivo”. Tan es así que Ernesto Marcos Giacomán, ex funcionario de la paraestatal y ahora consultor privado, exigió en el mismo foro la privatización plena de Pemex. Dijo: “Ha habido rumores de que la reforma energética va a ser light. Eso no debe aceptarse, tenemos que ir por todas las canicas”. Y vaya que lo están logrando.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
No hay comentarios.:
Publicar un comentario