Nosotros ya no somos los mismos
Ortiz Tejeda
El obispo actualmente a cargo de la diócesis de Saltillo, Coahuila,
tiene un trabajo pastoral donde no sólo lleva la palabra de Dios a la gente, sino oye a esa gente con quien comparte dolencias, sufrimientos, carencias espirituales y materialesFoto Jesús Villaseca
Con
cariño y gratitud para Fray Froylán López Narváez, gracias a quien pudo
acercarme a Fray Alberto de Ezcurdia, Tomás Allaz y al rojísimo obispo
Méndez Arceo.
Mariana, mi hija dos, me dijo: Ortiz, un favor. Preséntame a Raúl
Vera. Primero pensé que se trataba de algún galán televisivo
sudamericano, pero pronto me aclaró: si es el obispo de tu pueblo, lo
debes conocer. Estás mal, contesté. Los obispos de los que yo fui
monaguillo, todos están moridos, y uno hasta a punto de ser
beatificado. Pensando en que me tenía que subir al avión (yo, que como
el tío Alberto, de Serrat, me pongo a temblar con los motores, las muchachas y las flores), de inmediato dije: te lo cambio por el cardenal Norberto Rivera, por el nuncio apostólico Édgar Peña Parra y te agrego de pilón a Hugo Valdemar, parlanchín y protagónico vocero de la arquidiócesis. Como no tuve la credibilidad de Gustavo Madero frente a los sagaces legisladores perredistas, 36 horas después subía y bajaba por la calle de Bravo, en Saltillo, buscando el obispado.
A los saltillenses no se nos da mucho la elaboración de tropos, de figuras retóricas del lenguaje. En uno de nuestros famosos corridos se dice:
Agustín (Jaime) bajaba y subía, por calle de Bravo por donde él vivía. Esta calle es exactamente así, tal cual la relata la canción, como juego de feria en la que subes y bajas. Por otro lado, si se para uno de frente a la catedral, entenderá que la descripción que hace Manuel Acuña en su famosísimo Nocturno a Rosario, más que un verso es un chip GPS de esos que te dicen dónde te encuentras y cómo debes trasladarte:
el sol de la mañana detrás del campanario(fotografía hablada, porque la catedral mira al poniente y en las mañanas el sol siempre está al poniente).
Y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar.Si uno camina unas dos cuadras hacia el sur se encontrará inevitablemente la casa del poeta, ese vientre materno que hubiera hecho gritar al doctor Freud: ¡Eureka! El complejo de Edipo no es un mito genial. Recuerden la idílica situación que Acuña le propone a Rosario:
tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho y en medio de nosotros, mi madre ¡como un Dios!¿Qué nínfula contemporánea podría rechazar tan maravilloso destino?
El obispado ya no era el de mis tiempos, pero el taxista rápidamente nos llevó a otras oficinas que reconocimos de inmediato al ver una especie de cometa, de papalote blanco que salió volando de una casa para meterse a la contigua. Ese es el obispo, dijo el chofer del taxi.
Nos recibió en su casa. Después de cruzar frente a nosotros varias veces a gran velocidad, por fin se sentó, se disculpó y se inició la conversa, cuya crónica se la dejo a Mariana, que fue con quien realmente la sostuvo. Yo me concretaré a proporcionar mi personalísima impresión sobre él y adelantar dos preguntas mortales que le formulé y que, si no es mucha pedantería, las definiría como scherersescas, expresión que invento hoy para referirme a la actitud de un reportero que no se tienta el alma para cuestionar. Las adelanto: primera, don Raúl: ¿fue usted consciente que su llegada a la diócesis de San Cristóbal, como coadjutor del obispo Samuel Ruiz, se interpretó como medida desesperada de la jerarquía nacional y romana para controlar su activismo, heterodoxia y militancia desenfrenadas? Segunda, ¿es verdad que a los sectores económicamente pudientes de su diócesis no les resulta mínimamente grata su obsesión por el pobrerío del campo y las ciudades, de los indígenas, los migrantes, las familias de los muertos o desaparecidos en la estúpida guerra del sexenio, las víctimas del comercio sexual, los deudos de los mineros sacrificados en Pasta de Conchos?
Raúl Vera no rehuyó responder a ninguna de ellas, pero como mi intención reporteril no era ni sorprender ni escandalizar, sino conocer la opinión, el sentimiento real del obispo, decidí escribir mi versión de sus respuestas y remitírselas para que me las confirmara o corrigiera. Jugar limpio no hace daño y, además, es una actitud en la que hay poca competencia. Ya conocerán las respuestas plenamente avaladas por el declarante.
Por lo pronto me concretaré a contarles algunas cositas del obispo y recomendarles un espléndido relato de Emiliano Ruiz Parra, escrito en el Gatopardo, sobre aspectos de don Raúl a los que yo no tuve acceso porque a él su medio electrónico sí le pagó un viaje a Bergen, Noruega, para acompañar a don Raúl. Repito: que a Emiliano su medio sí le pagó el viaje.
Datos
públicos de Raúl Vera, citados sucintamente: nace en Acámbaro, 1945.
Inició su formación religiosa en 1969. Estudió filosofía en México y
teología en Bolonia. Échense ésta: se graduó en teología, con el más
alto reconocimiento: Summa cum laude, en la Universidad
Pontificia de Santo Tomás de Aquino. Distinguido por varios Papas:
Pablo VI, quien lo ordenó, y Juan Pablo II, quien lo hizo obispo de
Ciudad Altamirano, en 1988; obispo coadjutor en Chiapas, en 1995, y
obispo de la diócesis de Saltillo en 1999.
El trabajo pastoral es su vocación, entendida ésta en su sentido más
amplio y profundo. No concretarse a llevar la palabra de Dios a la
gente, sino oír a esa gente. No sólo sermonear y machacar los
Evangelios, sino compartir dolencias, sufrimientos, carencias
espirituales y materiales. Pero no únicamente escuchar. El Pastor no
puede ser testigo impasible o quejumbroso cuando los lobos diezman su
rebaño. La Iglesia de Cristo, o es la defensora aguerrida de los
pobres, los explotados, los perseguidos, o es simplemente la comunidad
de los bautizados, pero jamás
el cuerpo místico de Cristo.
Don Raúl ha realizado trabajo pastoral en las antípodas: entre
campesinos e indígenas y con universitarios (fue capellán de
estudiantes de la UNAM), fue coordinador de la familia dominica en
México, fundó el Centro Juan Navarro, dedicado a atender a los pobres
de su diócesis, y presidió el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé
de las Casas. Al lado de don Samuel Ruiz, fue el gozne fundamental que,
en los más difíciles momentos, logró mantener abiertos los canales de
comunicación entre el gobierno y las fuerzas del EZLN.
Apenitas llegó don Raúl a mi tierra y se dedicó a promover la Casa
del Migrante: Emaús y Belén, en la frontera y en la mera capital del
estado. También el centro Juan de Larios, dedicado a la protección de
los derechos humanos, cuyas acciones han tenido repercusión tanto en el
país como en el ámbito internacional. En 2002 creó la Comunidad de San
Alredo, colectivo juvenil que promueve el respeto a la diversidad
sexual y auspicia el proyecto Los Grafitos, dedicado a brindar apoyo a niños y adolescentes que sobreviven en la marginación rural y urbana en el municipio de Saltillo.
Estoy seguro de que nadie ignora el trabajo que Vera López realiza
por medio del Centro Nacional de Ayuda a las Mujeres Indígenas; la
solidaridad indeclinable con las viudas de los mineros muertos en los
socavones de Pasta de Conchos, víctimas de la incuria criminal de
empresarios y autoridades gubernamentales. La defensa valerosa y
aguerrida que hizo el obispo Vera de las mujeres/niñas (Wendy, Malena,
Cinthia, Brisa y 10 más), trabajadoras sexuales de los antros Playas y
Pérsico, violadas por miembros del Ejército Mexicano en Castaños,
Coahuila, no tiene precedente.
Para algunas emperifolladas señoras de la high society, don
Raúl se excede en la comprensión y consuelo que les brinda a esas
esparcidoras de pecado. Cuánto me gustaría, en estas noches saltilleras
en las que la neblina hace ver a Downing Street como un soleado día,
llegar hasta sus ventanas y darles una típica serenata y, con la
aguardientosa voz de Joaquín Sabina, escandalizar su oído:
Dueña de un corazón/ tan cinco estrellas,/ que hasta el hijo de un Dios/ una vez que la vio,/ se fue con ella./ Y nunca le cobró la Magdalena.
Dos últimos y muy buenos referentes de Raúl Vera. Primero: yo, que
no creo en los milagros, no pude dejar de considerar milagroso que el
Sistema Universitario Jesuita, es decir, los hijos de San Ignacio de
Loyola, le rindieran este año un homenaje en la Universidad
Iberoamericana. Jesuitas y dominicos juntos es como para encomendarse…
¿A quién? Segundo: cuando Mariana le comentó que cursaba su doctorado
en la UNAM, le estrechó la mano y le dijo: ¡Qué gusto, yo también soy
puma, me recibí de ingeniero químico en la Facultad de Ciencias!” Como
yo no suelo creerles a los obispos (al de Roma menos que a ninguno),
vine y lo investigué. Es cierto. Se graduó en 1968. En ese mismo año, a
saber por qué, ingresó a la orden mendicante de los dominicos. Obispo
Vera –aunque le dé un torzón al chivato e ignaro señor diputado
Döring–, permítame terminar con un estruendoso ¡Goooya!
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