Gerardo Fernández Casanova
(especial para ARGENPRESS.info)
El meollo del asunto de la reforma energética es el conflicto entre los intereses nacionales y los de la globalización, que son brutalmente incompatibles, aún dentro del esquema del capitalismo. Con la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, la condición hegemónica del imperialismo norteamericano derivó en su pretensión de implantar un modelo global único, por el que se privilegia al mercado como factor principal del ordenamiento económico, y al libre comercio y la competencia como sus instrumentos básicos; las soberanías nacionales y los estados quedan reducidos a la mínima expresión como simples garantes del respeto a la propiedad privada y al ejercicio de la competencia comercial. La inducida crisis de la deuda externa facilitó el proceso mediante la intervención de los organismos financieros internacionales, los que impusieron el modelo en las restructuraciones de la deuda de los países. Así se generalizó el alineamiento de la mayoría de los países del mundo al neoliberalismo imperial.
La acometida neoliberal avasalló a la oposición nacionalista de izquierda afectada por la destrucción del socialismo realmente existente y de su baluarte soviético. Vestida de modernidad y auspiciada por la avalancha propagandística de los medios de comunicación masiva a su servicio, la globalización neoliberal colocó a los países a competir por la captura de los flujos de inversión internacional; ante el atractivo que presentaron las naciones de Europa Central recién convertidas al capitalismo, los gobiernos latinoamericanos se afanaron en aplicar las reformas “estructurales” para lograr mayor competitividad para la atracción de los capitales, sacrificando nivel de vida e ingresos públicos para reducir los costos y aumentar las utilidades de las empresas trasnacionales.
Muy pronto el modelo mostró sus reales efectos: la brutal concentración de la riqueza entre países y entre segmentos de las sociedades, con el correspondiente incremento de los niveles de la pobreza; el desmantelamiento de los estados nacionales en tanto que proveedores de los mínimos ineludibles de bienestar y la destrucción de las estructuras productivas locales. De ahí que los pueblos comenzaran a manifestar su malestar y a rechazar el modelo depredador, comenzando con el venezolano que sufrió la cruenta represión ante su protesta (Caracazo) y que devino en el triunfo electoral de la Revolución Bolivariana en la persona de Hugo Chávez, seguido por el Brasil de Lula, Argentina con los Kirchner, Bolivia con Evo Morales, Ecuador con Correa, Uruguay con Tabaré y con Mujica, entre otros. Mal que bien, los estados que se han emancipado de las recetas neoliberales han logrado avances impresionantes en la reducción de la pobreza; en la adopción de fórmulas de política económica propias; en la diversificación de su comercio internacional y, sobre todo, en la cimentación de un proyecto nacional con sentido de patria.
El régimen mexicano, incluidos el PRI y el PAN, adoptó con singular vehemencia el modelo neoliberal y unció el destino nacional a las veleidades del gran capital internacional, particularmente el norteamericano; aherrojó el modelo con la firma inconsulta del TLC y se esmeró en ser destino favorito de la inversión extranjera. Sólo el temor a la protesta popular ha evitado, hasta ahora, que el petróleo se mantenga como riqueza nacional en manos del estado, no sin que se haya procurado insistentemente su desmantelamiento y destrucción para hacer obligada su privatización. Esto sucede cuando en el mundo se da marcha atrás a las fórmulas de la globalización neoliberal, cuando los estados están retomando en sus manos el control de sus recursos naturales, cuando en todo el mundo se observa el fracaso del modelo, principalmente en la Europa comunitaria; cuando los nacionalismos recuperan vigencia como en el emblemático caso de la lucha independentista de Cataluña; cuando los Estados Unidos atraviesan por una crisis superlativa que arrastra a sus satélites, México como favorito entre ellos.
Los tecnócratas promotores de la reforma energética privatizadora nos tildan, a quienes nos oponemos, de ser nacionalistas trasnochados y obsoletos. La realidad del mundo está mostrando con claridad que es la globalización neoliberal la que ya cayó en obsolescencia y que sus defensores son los trasnochados.
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