Carlos Bonfil
Crepúsculo
en Manhattan. Luego de casi 40 años de vida en común, la pareja
sentimental que forman George (Alfred Molina) y Ben (John Lithgow)
deciden aprovechar las reformas legislativas locales y contraer
matrimonio. El amor es extraño (Love is strange), quinto largometraje de Ira Sachs (Married life, 2008),
todo un cronista de relaciones conyugales, inicia con la celebración
del evento en una fiesta a la que asisten amigos homosexuales de la
pareja, y familiares y conocidos marcadamente gay-friendly. Este
clima de concordia y abierta tolerancia cosmopolita pronto se disipa
cuando George, maestro de música en una escuela privada católica, es
forzado a renunciar a su empleo por la falta imperdonable de haber
hecho pública una orientación sexual que la institución conservadora
había tolerado durante años siempre y cuando se mantuviese reprimida.
La nueva precariedad impuesta (desempleo de George y pensión modesta
de Ben, su esposo septuagenario), obliga a la pareja a vender su
departamento en Manhattan y a buscar, cada uno, un refugio temporal en
casas de amigos y familiares benévolos. Esta súbita separación, luego
de largos años de una armonía doméstica compartida, aunada al desamparo
material y la vulnerabilidad de la edad avanzada, trastorna por
completo el horizonte de la pareja conyugal que contemplaba una vejez
libre de contratiempos mayores. La discriminación los señala y ubica
irremediablemente en una categoría social que creían superada, la de
parias sexuales obligados a solicitar una parcela de hospitalidad
cuando un privilegio de la madurez habría sido la conquista de una
seguridad mínima.
Lo interesante en El amor es extraño es la manera en que
Ira Sachs y su guionista Mauricio Zacharias hacen de los miembros de
esta pareja los catalizadores de la calidad en las relaciones afectivas
de las personas que les rodean y acogen. Su breve estancia en casas
ajenas exhibe los límites de la generosidad espontánea, las
contradicciones morales del núcleo de amigos liberales, y las crisis
domésticas que afectan el equilibrio anímico de los adolescentes. El
extraño amor al que alude el título de la cinta no sólo es un
calificativo de la relación de la pareja protagónica, sino también, y
en mayor medida, de la calidad de los afectos que ellos dos reciben por
parte de familiares y amigos. La cinta es de igual modo una mirada
melancólica y agridulce a la vejez, al margen de cualquier orientación
sexual, y a la brecha entre quienes contemplan, con frágiles
certidumbres, un porvenir abierto, y quienes, con inquietud más
intensa, advierten ya la cercanía del desenlace final.
Esa
vulnerabilidad de la vejez en los marginados sexuales –apenas distinta
de la de sus pares heterosexuales– el cine hollywoodense la describió
con una acidez cercana a la caricatura en La escalera (The staircase,
1969), de Stanley Donen, cinta protagonizada por Rex Harrison y Richard
Burton en un duelo magistral de lacerante auto escarnio. Era la época
en que el cine veía a la incipiente comunidad gay como una suerte de
espectáculo circense tan divertido como lamentable.
Los tiempos han cambiado sustancialmente y lo que ahora ofrece Ira
Sachs, cineasta homosexual, casado con pareja masculina, es un relato
en parte autobiográfico sobre lo que significa haber dejado atrás una
cultura de la vergüenza (referencia de George y Ben en un viejo bar gay
a militancias de otros tiempos), para asumir, con el resto de los
mortales, un grado similar de fragilidad y de entereza frente a las
comunes inclemencias de la edad y las dificultades de la comunicación y
la entrega afectivas. Es éste un poco el sentido de la pedagogía
indirecta a la que recurre George tanto con su alumna de música
(lecciones también de tolerancia) como con el adolescente Joey, quien,
primero con hostilidad y luego con una empatía confusa, asiste al
desamparo de la pareja protagónica, tan extrañamente cercano al que él
mismo vive en su relación con sus padres.
Ante este arsenal de vendavales y reveses afectivos, la tentación de
naufragar en el melodrama era muy grande. Por fortuna, el realizador
evita la tentación con un uso inteligente, si acaso abrupto, de las
elipsis narrativas. No considera necesario enfatizar, en ciertas
escenas, una carga dramática de sí ya fuerte, y opta por trazos mucho
más finos y sutiles en el diseño de los personajes y sus relaciones
conflictivas (formidable escena de Joey llorando en el descanso de una
escalera). La música y la pintura son aquí expresiones artísticas que
completan la crónica sentimental neoyorkina. El amor es extraño
es a la vez retrato generacional y comedia costumbrista de nuevos
tiempos más tolerantes, también constancia de que la diversidad y la
generosidad en los afectos triunfan, en definitiva, sobre las patéticas
estrecheces del prejuicio.
Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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