Leonardo García Tsao
Cannes.
Para el cuarto día del festival, los temas siguen igual de mórbidos que
en días anteriores. El primero en aparecer fue el italiano Nanni
Moretti con su más reciente realización, Mía madre. El
melodrama retrata la crisis existencial de una cineasta (Margherita
Buy), quien está rodando una complicada película de conciencia social,
al mismo tiempo que su madre agoniza en un hospital, se ha separado de
su pareja y su hija se ha retrasado en sus estudios de latín. Para
colmo, la mujer debe soportar a su estrella, un actor hollywoodense
(John Turturro), que le hace la vida imposible.
Moretti intenta equilibrar todos esos elementos y sus
contradictorias emociones pero no lo logra. La película se siente
desarticulada y nunca cuaja en un todo coherente. De hecho, el tema
enunciado en el título pasa a ser un asunto secundario. Y las escenas
de filmación se sienten tan falsas y artificiales como las muy obvias
secuencias oníricas.
Aunque Buy es una actriz más que competente aquí expresa sobre todo
una comprensible confusión. Las únicas escenas que funcionan, en un
tono cómico exagerado, son aquellas en que un desatado Turturro hace
rabietas, se muestra incapaz de pronunciar sus diálogos en italiano, o
presume haber sido el actor favorito de Kubrick. Moretti antes había
abordado el tema del duelo con mucha mayor sensibilidad en La recámara del hijo, con la que ganó la Palma de Oro en 2001.
El estadunidense Gus Van Sant es también un previo ganador de la Palma de Oro, con la sobrevalorada Elephant (2003). Resulta muy improbable que repita la hazaña con su nueva aportación The Sea of Trees (El mar de árboles).
En este segundo melodrama del día sobre la muerte y la culpa, los
elementos son aún más arbitrarios. Un gringo en crisis (Matthew
McConnaghey) viaja a Japón al bosque Aokigahara, en las faldas del
Fujiyama, donde centenares de nipones se suicidan cada año. El hombre
se ve interrumpido en su intento por un japonés (Ken Watanabe) que,
herido, no encuentra el camino de salida.
En flashbacks nos enteramos de la muy insatisfactoria vida
matrimonial del protagonista con su esposa (Naomi Watts,
desperdiciada), una alcohólica que lo mantiene y luego sufre una
operación riesgosa. Pero gran parte de la acción se concentra en los
esfuerzos de los dos hombres por sobrevivir a la naturaleza.
Sobre
un guión de pretendida espiritualidad de Chris Sparling, el director
convierte en cursilería el virtual renacimiento de su héroe, quien
descubre demasiado tarde el amor que le tenía a su mujer. De estilo
inconsistente, Van Sant abusa de los acercamientos a un sobreactuado
McConnaghey y no consigue conferirle al bosque cualidades
sobrenaturales. (Por cierto, The Sea of Trees ni siquiera se
filmó en Japón, sino en un bosque de Massachussetts. Todo es mentira).
Hasta ahora, ha sido la película más abucheada en las funciones de
prensa de este festival.
Un bosque húmedo es también el escenario preferido de The Lobster (La langosta), la
coproducción multinacional dirigida por el griego Yorgo Lanthimos, que
compitió ayer pero ya no tuve espacio para comentar. Hay quienes
apreciaron como originalidad la negativa de la película por desarrollar
un tema lógico dentro de su enfoque absurdista de un futuro cercano,
donde los solitarios son obligados a buscar pareja so pena de ser
convertidos en animales. (El protagonista (Colin Farrell) escoge la
langosta porque es longeva y vive en el mar).
Hay elementos de sátira social –como los hubo en su anterior Dogtooth
(2009), que no se estrenó comercialmente en México– pero es difícil
saber cuáles son las intenciones de Lanthimos, fuera de dejar perplejos
a los espectadores.
El primer fin de semana es cuando se supone, por tradición, que en
Cannes se programan los títulos más sólidos. Esperemos que la
estrategia no se haya aplicado este año, porque si Mía madre y The Sea of Trees son las cartas fuertes del programa, estamos en problemas.
Twitter: @walyder
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