, artículo de Pablo Gómez
(Foto: Cuartoscuro)
La afirmación del nuevo presidente del PRI, Enrique Ochoa Reza, en el sentido de que Peña Nieto es el “principal activo” de su partido podría ser expresión de un presidencialismo ridículo o de un intento restaurador del viejo sistema priista basado en el llamado presidencialismo despótico.
Durante los últimos dos años, el actual presidente ha buscado ejercer un gobierno a la antigüita. En algunos momentos lo ha logrado parcialmente pero en general ha fracasado. Al parecer Peña Nieto cree que es posible la construcción de un sistema de partido casi absoluto capaz de poner orden en el país. Ya hemos visto cómo ha crecido el número de presos políticos y de actos de represión pero, por otro lado, el PRI ha perdido elecciones en muchos lugares y no superó por sí mismo el tercio de votos a nivel nacional el año de 2015.
Es aún más significativa la falta de control presidencial sobre los gobernadores. El fenómeno no consiste en la ausencia de castigos a funcionarios de los estados sino en que los ejecutivos locales se llenan los bolsillos de dinero sin que el gobierno federal logre organizar la corrupción. Cada quien crea su sistema de robo al erario de tal forma que la corrupción ya es galopante, descontrolada. El secretario de Gobernación, Osorio Chong, no ha podido hacer nada para contener esta forma de ser y de hacer que ya afecta al poder central, aunque está claro que la tarea en realidad debería ser la de desarticular el Estado corrupto, acabar con éste, pero esa no podría cumplirse por parte del priismo.
Sin embargo, lo nuevo es que de alguna manera las cosas han cambiado al grado de que no pocas derrotas electorales del PRI en algunos estados se han debido en buena parte a la corrupción ostentosa, la cual ya es ofensiva. Varios candidatos de los partidos de oposición recientemente cifraron sus campañas en acusar al respectivo gobernador local y anunciar procesos penales en su contra. El escándalo en curso de blindar con leyes y nombramientos las posibles represalias en Veracruz, Quintana Roo y Chihuahua es una manera en que los gobernadores de esos estados admiten los delitos que se les han imputado en la arena de la denuncia política.
El presidencialismo despótico, tan añorado por el priismo juvenil de mentalidad arcaica, no es tan fácil de restaurar aunque existan algunos aspectos del mismo que nunca han dejado de existir, en especial, como vemos, el Estado corrupto, pero también ciertos grados de autoritarismo. Dice Peña que las leyes no se negocian –nada se negocia más que las leyes en la lucha política—con lo cual recuerda frases de Díaz Ordaz. El aumento del número de presos políticos es también una referencia a regímenes políticos anteriores. Las negativas a llevar a cabo algunas reformas de carácter político, tanto electorales como en el plano de la corrupción, están ligadas a actos tales como las acciones del gobierno federal en el Estado de México, donde los miembros del gabinete tienen casi instaladas sus residencias y regalan casi a diario diversas cosas incluyendo “estufas ecológicas de leña” a pesar de que la utilización cotidiana de este combustible es una clara manifestación de la pobreza que se dice combatir.
El uso de los recursos públicos y el robo al erario fueron efectivamente aspectos del viejo presidencialismo pero ahora funcionan como expresión del esfuerzo restaurador. No habrá sin embargo restauración sino sólo la grotesca y nefasta política restauradora. Mas el esfuerzo que se requiere para echarla abajo es el mismo que aquél con el cual se hizo caer el presidencialismo despótico. Así suele transcurrir la historia pero, como señalara el defenestrado Marx, lo que antes fue tragedia ahora asoma como comedia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario