De acuerdo con la más reciente edición del Índice Global sobre
Terrorismo 2015, elaborado por el Instituto para la Economía y la Paz,
con sedes en Sídney, Australia; Nueva York, Estados Unidos; y Oxford,
Reino Unido
(http://economicsandpeace.org/wp-content/uploads/2015/11/Global-Terrorism-Index-2015.pdf),
Turquía no está en los primeros lugares de países con incidentes de
terrorismo (para este índice, un acto terrorista es aquel cometido por
grupos o personas ajenas al Estado con la intención de causar violencia o
amenaza de causarla) al estar en el lugar 27 del ranking del citado
índice. Los países con mayor incidencia de actos de terror son, en orden
descendente: Irak, Afganistán, Nigeria, Pakistán y Siria. De la misma
forma, Turquía no aparece en la lista de los 10 primeros países con
incidentes de terrorismo del año 2000 a 2014, periodo que abarca el
estudio.
La primera lectura es que no hay, o son muy pocos, lugares seguros.
México está ubicado en el lugar 44 del ranking referido. Tampoco, por
ende, se encuentra en la lista de los 10 países con algún tipo de
incidente terrorista de 2000 a 2014. Una reflexión lógica es que el país
estaría fuera del radar de este tipo de actos. El problema es que
también lo estaba Turquía hasta que dejó de estarlo.
Contra lo que pudiera pensarse (porque ese no suele ser tema de
conversación entre amigos o familiares), a los mexicanos les inquieta
muchísimo la amenaza de actos terroristas. Según señala el World Values
Survey (2010-2014) un estudio que mide percepciones con cortes cada
cuatro años (http://www.worldvaluessurvey.org/WVSDocumentationWV6.jsp), a
la pregunta: “¿Qué grado de preocupación tiene de un ataque
terrorista?”, 86.4% de los mexicanos respondió que mucho (76.8%) o que
sí les preocupa (9.6%). Sólo 13.6 % dijo no tener ninguna preocupación
(6.8%) o muy poca (6.8%). En Turquía, 68.1% de sus ciudadanos dijo estar
muy preocupado o preocupado. Sólo 29.7% dijo no tener ninguna (7.4%) o
poca preocupación (22.3%). Más todavía, es sorprendente que la sociedad
mexicana ocupe el tercer lugar en el nivel de máxima preocupación por un
ataque terrorista, sólo superado por Ruanda (92.8%) y Túnez (91.4%). En
el lado opuesto, Holanda es el país al cual menos le inquieta el tema,
habida cuenta de que sus ciudadanos que dijeron estar muy preocupados
representa 1.7%, seguido de Suecia con 4.5%.
El gran problema es que México no está preparado para un ataque
terrorista por más que la retórica gubernamental diga lo contrario, en
un esfuerzo para ofrecer seguridad psicológica a los ciudadanos. La
discusión se centra en la tensión entre libertad y seguridad. Debe
haber, sin duda, seguridad, particularmente en los grandes centros de
concentración humana, pero eso no debe restringir la libertad, como
pretendió el expresidente Felipe Calderón, y lo que logró después de su
fallida guerra contra el crimen organizado y el terrorismo es que el
país se quedó sin libertad y sin seguridad. Parafraseando a Jorge de
Santayana, quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo. De ahí,
por tanto, que la lección sobre este tema en el sexenio de Felipe
Calderón debe ser aprendida en su justa dimensión para que México no
tenga caminos de regreso al autoritarismo, ahora con el agravante de que
se gobierna con un despotismo iletrado. Y es que casi todos los centros
de altísima concentración humana en la Ciudad de México, por ejemplo,
no tienen la capacidad estratégica ni servicios de inteligencia eficaces
para prevenir ataques terroristas como sí la tienen, por citar dos
casos que señala el índice comentado, el Reino Unido –que sufrió 102
ataques terroristas y no tuvo un solo muerto en 2014– o Alemania –donde
se perpetraron 12 ataques sin ningún deceso en el mismo año–.
Con base en el índice señalado, el problema en los países
occidentales de los que abreva (obviamente con carácter solamente
aspiracional) el sistema de diseño institucional de México, casi 70% de
los ataques son llevados a cabo por lo que el índice denomina “lobos
solitarios”, que son simpatizantes espontáneos de algún movimiento o
detractores de una política pública, para diferenciarlos de los grupos
organizados trasnacionales, como el Estado Islámico. Esta circunstancia
hace más compleja su prevención y seguimiento, particularmente por la
ausencia de formación cognitiva de las fuerzas del orden y de los
servicios de seguridad en el país.
La precariedad preventiva es tal, que un ataque, por ejemplo, en las
instalaciones del Metro de la capital del país en horas pico haría que
lo ocurrido en Turquía sea un juego de niños. Aquí en Proceso publiqué
en su momento cómo el sistema de videovigilancia y los llamados
“biombos” o detectores de metales de ese medio de transporte no
funcionan o lo hacen sólo de manera simbólica, por razones imputables a
la corrupción de servidores públicos
(http://www.proceso.com.mx/345314/metro-inseguridad-corrupcion-e-impunidad).
Lo cierto es que debe coexistir la seguridad con la libertad, de
suerte que se garantice la máxima libertad posible con la mínima (pero
efectiva) seguridad necesaria en el país, que hoy no hay.
@evillanuevamx
ernestovillanueva@hushmail.com
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