Hasta junio de 2018,
cuando en principio se realizarán las elecciones generales para renovar
presidente, senadores y diputados, por supuesto que podrían aparecer
“imprevistos” bastante predecibles e incluso predichos (un agravamiento o
larga prolongación de la crisis económica, nuevos y mayores conflictos
bélicos, estallidos sociales en algunos países importantes o la
“sorpresa” de un triunfo del cavernícola Donald Trump). Pero, aunque se
puede hacer futurología, es más cauto razonar a partir de las tendencias
actuales para elaborar los escenarios más probables en los próximos dos
años.
Supongamos pues que en estos dos años aumenta la espiral
resistencia-violencia estatal. El impotente gobierno oligárquico se
aísla entonces cada vez más de los sectores populares. Sus organismos de
mediación (los partidos, entre otros) pierden credibilidad. Los
movimientos sociales- como el de la CNTE- persisten, se radicalizan, se
extienden a otras capas y a todos los estados, reduciendo aún más el
consenso de la camarilla gobernante en sectores de las clases medias,
afectadas crecientemente por las políticas económicas gubernamentales y
horrorizadas por la represión. Crece el abstencionismo, como en el resto
del mundo, y MORENA, aunque aumenta su influencia, llega a ser sólo la
primera de las minorías electorales (la mayoría, como siempre, no vota o
a causa de la emigración, o por indiferencia y atraso cultural, o por
repudio).
Permanece entonces el trágico empate social entre la
rebelión creciente pero desorganizada y el gobierno cada vez más
dependiente de la fuerza bruta y, por lo tanto, frágil (Napoleón, que
sabía de eso, decía que con las bayonetas se pueden hacer muchas cosas
menos sentarse encima).
¿Qué hacer entonces llegados a ese punto
hipotético? Pues lo de siempre: elegir el mejor modo de golpear al
establishment, lo que más haga avanzar la confianza en sí mismos de los
trabajadores, su organización, su unificación. Si no hay otra opción
factible, no quedaría sino votar por MORENA, que es un
partido-movimiento burgués, con un programa ilusorio de reformas del
capitalismo, con una dirección personalista-caudillista y cerrado además
a la comprensión del contexto internacional pero que es apoyado por
millones de trabajadores, por una base plebeya, que quiere conservar las
conquistas de la revolución mexicana que aún subsisten y, para eso,
exige un cambio.
Es decir, votar, como en 1988 y en el 2006 aún a
sabiendas de que el gobierno jamás reconocerá un voto adverso ni otro
programa que el suyo. Pero después aguantar la vara, organizar la
resistencia civil a un enésimo ataque brutal contra los derechos
democráticos.
Porque si no se tiene ni una relación de fuerzas ni
una organización suficientes para imponer otra opción que votar o no
votar, es de irresponsables proponer la medida más pasiva como
principio.
Ir o no a las urnas es una cuestión táctica. Otra cosa
es la necesidad de repudiar la política electoralista, que conduce todo
hacia las instituciones del Estado y pone obstáculos a la
autoorganización, a la independencia de los trabajadores, a la
autogestión, al aprendizaje masivo de la democracia directa del poder
popular…
En otro escenario, también probable, los movimientos
sociales y las luchas en estos años próximos consiguen en cambio
unificarse y coordinarse a pesar de las diferencias resultantes de sus
distintos orígenes. CNTE, MORENA, OPT, NCT, EZLN y los grupos de
izquierda logran así elaborar un programa mínimo común de defensa de la
democracia, de desmilitarización del país, de reconquista de las
palancas fundamentales de la economía, de protección a los emigrantes y
que reconstruya solidaridades, libertarismo, fraternidad. De ese
movimiento unificado surgiría una dirección plural que podría encarar
diversas opciones, entre ellas, la electoral, o sea oponerle a ésta algo
superior o respaldar con organización y la movilización ciudadanas un
boicot activo al gobierno y al fraude.
Por esa razón, si MORENA
llama hoy al presidente a construir un gobierno de transición no sólo lo
legitima y hace creer que Peña Nieto puede hacer eso sino que también
se coloca en un dilema. MORENA es un partido de oposición moderada. Si
EPN responde no o no responde, esa situación no cambiará. Pero si dice
sí, o MORENA deja de oponerse ante la aceptación de su propia propuesta,
o le da a ese gobierno un apoyo crítico. Por eso dije que en la
propuesta de AMLO está implícita esta posibilidad, cualquiera sea el
rechazo de la izquierda de MORENA.
Por eso es vital que cualquier
propuesta o viraje importante de MORENA sea discutido y evaluado
colectivamente por todo el movimiento y asegurar la democracia, la
transparencia y la horizontalidad de las decisiones de AMLO y del grupo
dirigente. Sobre todo teniendo en cuenta que, cuanto más se acerque el
momento de votar, mayor va a ser la tentación de superar con maniobras
dudosas o arriesgadas el carácter aún minoritario de MORENA y su escasa
implantación en los movimientos sociales, sindicales, campesinos,
democráticos.
El objetivo no es llevar a la presidencia a
cualquier costo a un AMLO acotado y maniatado. Suponer eso sería
insultante para AMLO mismo. Por el contrario, es echar a los corruptos,
asesinos, hambreadores, cambiar radicalmente la estructura institucional
en México y crear las bases para la reestructuración del país y su
liberación del gran capital. Esta es una tarea que requiere arrancar a
millones de mexicanos de la apatía y que no puede quedar sólo en manos
de un dirigente, por honesto y bienintencionado que éste sea.
San Agustín decía que el que razona no tiene fe. Por lo tanto, el que
tiene fe no razona. Pero no estamos ante un problema religioso sino ante
la necesidad de salvar a México que no necesita gente con fe ciega en
los dirigentes sino ciudadanos con espíritu crítico. Razonemos pues y
dejemos de lado la esperanza en Salvadores porque “la liberación de los
trabajadores será obra de los trabajadores mismos” o no será.
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