Por John M. Ackerman
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El viernes 1 de julio el secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, anunció que el “tiempo se había
agotado” para las movilizaciones magisteriales. Unos días antes el
gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, utilizó la expresión de Gustavo
Díaz Ordaz para señalar que su gobierno había sido “tolerante a extremos
criticables” con respecto a las protestas de los maestros y padres de
familia.
Las similitudes entre el discurso de los “nuevos” y los “viejos”
líderes autoritarios recubren una diferencia de fondo entre los dos
momentos históricos. Hoy el sistema autoritario se ve desgastado y
agotado. Ya no controla los destinos de la nación como antes.
Desde la creación del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en
1946, el pilar central del sistema de control político ha sido la figura
del presidente de la República. El ocupante de Los Pinos se convirtió
en el sol alrededor del cual el negocio de la corrupción y la impunidad
se administraba en todo el país. El primer mandatario siempre intentaba
proyectar una imagen de estadista y se aseguraba de que sus subalternos,
secretarios de Estado o gobernadores pagaran los platos rotos de los
escándalos que periódicamente interrumpían la narrativa del poder.
Hoy la competencia desleal entre los diferentes integrantes del
gabinete presidencial y los gobernadores ha transformado el tablero. La
rebatiña entre Aurelio Nuño, Miguel Ángel Osorio Chong, Luis Videgaray,
Manlio Fabio Beltrones, Manuel Velasco, Rafael Moreno Valle y otros,
para lograr la candidatura de la continuidad autoritaria en 2018 ha
invertido el sistema de reparto de culpas y responsabilidades. En lugar
de pasar los costos políticos a los subalternos del presidente, hoy son
los subalternos quienes pasan los costos al mandatario.
Como un edificio sin fusibles, la descarga de cada escándalo pasa con
toda su fuerza directamente al centro de operaciones, generando un
desgaste enorme en todo el sistema. En otros tiempos, una masacre tan
transparente y brutal como la de Nochixtlán hubiera generado
inmediatamente la renuncia de alguien relevante, quizás el gobernador de
Oaxaca o, en su caso, el secretario de Gobernación o el de Educación.
Hace apenas dos años tuvo que separarse de su cargo el gobernador de
Guerrero, Ángel Aguirre, en respuesta a las enormes movilizaciones que
surgieron a raíz de la desaparición forzada de 43 estudiantes de la
Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa. Pero hoy ni
siquiera el comisionado general de la Policía Federal, Enrique Galindo,
ha tenido que renunciar.
El resultado ha sido un constante desgaste en la imagen del
presidente de la República. Hasta el periódico El Universal, un medio
que ha tenido un trato muy generoso con el régimen actual, admite que la
aceptación popular de Enrique Peña Nieto hoy se encuentra en un mínimo
histórico, con una valoración positiva de sólo 29%.
Un estudio más independiente seguramente arrojaría una cifra aún
menor. ¿Cuántas personas en tu círculo cercano del trabajo, la escuela,
tu comunidad o la familia tienen una opinión favorable sobre Peña Nieto?
En realidad, las opiniones positivas difícilmente rebasarían 15 o 20%
de los mexicanos. Una clara muestra del nivel al que ha llegado el
repudio hacia el primer mandatario es el hecho de que 51% de las
personas que contestaron a la pregunta “¿qué es lo mejor que ha hecho el
presidente?” respondieron secamente con la palabra “nada” (véase:
http://ow.ly/NuxQ3021pE9).
Ahora bien, el viejo sistema no solamente inflaba artificialmente al
presidente de la República, sino que también era experto en reprimir,
dividir y cooptar a los movimientos sociales. En esta materia también se
nota un desgaste importante. El escarmiento de Nochixtlán fue un
rotundo fracaso para el gobierno. En lugar de infundir miedo en la
población y despejar las carreteras del país, ha generado una reacción
de movilizaciones en cadena en todo el país.
La atinada estrategia de negociación de la Coordinadora Nacional de
Trabajadores de la Educación (CNTE) también ha roto con los patrones
históricos del autoritarismo. El gobierno normalmente insiste en tratar
las demandas específicas de manera separada con los líderes de cada
organización social o sindical. Ello con el propósito de aislar y
cooptar a cada grupo a partir del ofrecimiento de dádivas a los líderes
correspondientes.
Pero la CNTE se ha negado a entrar a este juego autoritario de
control social. Las diferentes secciones sindicales han presentado un
frente unido e insistido en consultar a sus bases sobre todos los
acuerdos. Asimismo, el movimiento se ha aliado con otros sectores de la
sociedad (la comunidad de Nochixtlán, maestros y estudiantes
universitarios, etcétera) y, en lugar de buscar beneficios personales o
gremiales particulares, ha mantenido firme su demanda de abrogación de
la reforma educativa.
Esta actitud profundamente democrática y social ha generado una
amplia solidaridad en todo el país. Las históricas movilizaciones
magisteriales en Monterrey y la Ciudad de México, por ejemplo, no se
explican sin este énfasis en los temas generales por encima de los
asuntos particulares en la mesa de negociación. La claridad de la
posición de la CNTE también ha creado el espacio político necesario para
permitir a los padres de familia de Ayotzinapa romper dignamente con
las negociaciones simuladas que les ofrecen desde la Secretaría de
Relaciones Exteriores.
El tiempo se le acaba al régimen y se abre una enorme oportunidad
para transformar a la nación. ¿El pueblo, los movimientos y los
ciudadanos sabremos aprovechar la coyuntura para finalmente poner fin al
sistema de corrupción, saqueo y violencia estructural en el poder desde
1946?
www.johnackerman.blogspot.com
Twitter: @JohnMAckerman
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