7/11/2016

#Vivas nos queremos



Carlos Soledad
La Jornada
Según el Inegi, en México matan por violencia machista a siete mujeres por día. Sesenta y tres de cada 100 mujeres mayores de 15 años han padecido algún maltrato en su vida. En la pareja, 27 por ciento de ellas han sido víctimas de abusos, y 15.5 por ciento lo han sido por un amigo o desconocido (goo.gl/78IBiE). Los agravios son sistemáticos, desde la mirada lasciva y el insulto hasta la violación múltiple con tortura. Incluso, Amnistía Internacional detectó que son habitualmente víctimas de abusos sexuales durante los interrogatorios de las fuerzas de seguridad en la supuesta lucha contra el narcotráfico (goo.gl/epRhMR).
Esta violencia no es casual; tampoco es cosa de hoy. El patriarcado la necesita para dominar; está profundamente arraigada, somos machistas estructurales, lo aprendemos de pequeñas y pequeños, lo vivimos de adultos, se respira por todos lados. Recuerda la feminista Gerda Lerner que los antecedentes de la sociedad patriarcal se pueden rastrear en Mesopotamia, entre los años 6000 y 3000 aC; en aquella época el dominio patriarcal sobre la familia implicó la autoridad absoluta del hombre sobre las niñas y niños, la esposa y el concubinato (goo.gl/e2WtDq).
Feministas como Claudia Von Werlhof han descrito al sistema patriarcal como la antesala del capitalismo contemporáneo. No les falta razón. De culturas centradas en la veneración de la capacidad reproductiva de la mujer y la Madre Tierra, se impuso el culto de dioses masculinos y las relaciones de poder patriarcales. La apropiación originaria, desde la edad antigua, consistió en la conquista por el hombre de la fertilidad de la tierra y del cuerpo de las mujeres. Así, la sexualidad femenina fue convertida en mercancía, dentro de cada sociedad, pero también como botín de guerra (goo.gl/FvpqpA). En la América conquistada por los españoles –nos recuerda Patricia Mora– la subordinación de las mujeres se ejerció con una violencia brutal. Tanto es así, que hasta la fecha la herida sigue abierta. No en balde la peor ofensa es mandar a chingar a tu madre; se trata de recordar a la madre-india violada.
El patriarcado, al ser un modelo asentado en las construcciones sociales de género, puede sustituirse por otro más igualitario y justo. Aunque se va adaptando a los diferentes épocas, no está determinado por la naturaleza o la biología. Ser feminista implica cuestionar todo nuestro sistema actual de valores e invertirlos. De valores basados en el dominio, el progreso, el desarrollo y la destrucción, a otros basados en la defensa de la vida y en relaciones de poder igualitarias. El ámbito primordial de acción debe ser el heroísmo de la vida cotidiana. Ya no queda tiempo para esperar a que las izquierdas creen la nueva sociedad; este sistema nos lleva directo y rápido a la catástrofe.
Según Simone de Beauvoir la primera mujer que utilizó una pluma para defender a las mujeres fue la italofrancesa Christine de Pizan, en el siglo XV. Más adelante, mientras en el siglo XVII surgió en París el preciosismo, como antecedente del movimiento feminista, en México, Sor Juana Inés de la Cruz fue la primera en vindicar a la mujer. En 1881, por primera vez, la sufragista francesa Hubertine Auclert acuñó el concepto de feminismo para referirse a los movimientos que peleaban por los derechos de las mujeres. Y así como las mujeres de los países centrales del capital cuestionaron el patriarcado mediante olas o ciclos de lucha –sufragistas de los siglos XVIII y XIX, igualdad formal de hombres y mujeres en leyes del siglo XX y la actual explosión de los feminismos del siglo XXI–, en México tuvimos nuestra particular genealogía del feminismo.
Las protagonistas de la primera ola, entre 1915 y 1919, fueron las constitucionalistas que crearon los primeros clubes en Mérida, Yucatán. En 1916 organizaron dos congresos en los que se debatió sobre secularización de la enseñanza, educación sexual femenina y el sufragio. La segunda ola comenzó en los años 70, marcada por el movimiento estudiantil de 1968, una fuerte represión estatal, ingreso masivo de las mujeres a la universidad y el uso accesible y barato de anticonceptivos. Estas mujeres cuestionaron las relaciones de poder hombre-mujer en todos los ámbitos de la vida cotidiana, comenzando por el hogar.
En el siglo XXI nos enfrentamos a grandísimos retos. En un momento en que las instituciones modernas sólo sirven para agravar los problemas de la sociedad. Es necesario construir alternativas desde la raíz. Los distintos feminismos al centrarse en la defensa por la vida, por ejemplo, en su variante ecofeminista, representa sin duda una de las alternativas sociales y políticas más destacadas. Luchas horizontales y feministas como el de #Vivas nos queremos 24A, que de forma espontánea y a la vez organizada lograron sacar a miles de personas en México en contra de todas las violencias machistas (goo.gl/nROqAJ). Y que a su término logran continuar con el movimiento diario y asambleario, es sólo una muestra de la importancia de esta perspectiva como camino de transformación radical.

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