Carlos Soledad
Según el Inegi, en México
matan por violencia machista a siete mujeres por día. Sesenta y tres de
cada 100 mujeres mayores de 15 años han padecido algún maltrato en su
vida. En la pareja, 27 por ciento de ellas han sido víctimas de abusos, y
15.5 por ciento lo han sido por un amigo o desconocido (goo.gl/78IBiE).
Los agravios son sistemáticos, desde la mirada lasciva y el insulto
hasta la violación múltiple con tortura. Incluso, Amnistía Internacional
detectó que son habitualmente víctimas de abusos sexuales durante los
interrogatorios de las fuerzas de seguridad en la supuesta lucha contra
el narcotráfico (goo.gl/epRhMR).
Esta violencia no es casual; tampoco es cosa de hoy. El patriarcado
la necesita para dominar; está profundamente arraigada, somos machistas
estructurales, lo aprendemos de pequeñas y pequeños, lo vivimos de
adultos, se respira por todos lados. Recuerda la feminista Gerda Lerner
que los antecedentes de la sociedad patriarcal se pueden rastrear en
Mesopotamia, entre los años 6000 y 3000 aC; en aquella época el dominio
patriarcal sobre la familia implicó la autoridad absoluta del hombre
sobre las niñas y niños, la esposa y el concubinato (goo.gl/e2WtDq).
Feministas como Claudia Von Werlhof han descrito al sistema
patriarcal como la antesala del capitalismo contemporáneo. No les falta
razón. De culturas centradas en la veneración de la capacidad
reproductiva de la mujer y la Madre Tierra, se impuso el culto de dioses
masculinos y las relaciones de poder patriarcales. La apropiación
originaria, desde la edad antigua, consistió en la conquista por el
hombre de la fertilidad de la tierra y del cuerpo de las mujeres. Así,
la sexualidad femenina fue convertida en mercancía, dentro de cada
sociedad, pero también como botín de guerra (goo.gl/FvpqpA).
En la América conquistada por los españoles –nos recuerda Patricia
Mora– la subordinación de las mujeres se ejerció con una violencia
brutal. Tanto es así, que hasta la fecha la herida sigue abierta. No en
balde la peor ofensa es mandar a chingar a tu madre; se trata de
recordar a la madre-india violada.
El patriarcado, al ser un modelo asentado en las construcciones
sociales de género, puede sustituirse por otro más igualitario y justo.
Aunque se va adaptando a los diferentes épocas, no está determinado por
la naturaleza o la biología. Ser feminista implica cuestionar todo
nuestro sistema actual de valores e invertirlos. De valores basados en
el dominio, el progreso, el desarrollo y la destrucción, a otros basados
en la defensa de la vida y en relaciones de poder igualitarias. El
ámbito primordial de acción debe ser el heroísmo de la vida cotidiana.
Ya no queda tiempo para esperar a que las
izquierdascreen la nueva sociedad; este sistema nos lleva directo y rápido a la catástrofe.
Según Simone de Beauvoir la primera mujer que utilizó una
pluma para defender a las mujeres fue la italofrancesa Christine de
Pizan, en el siglo XV. Más adelante, mientras en el siglo XVII surgió en
París el preciosismo, como antecedente del movimiento feminista, en
México, Sor Juana Inés de la Cruz fue la primera en vindicar a la mujer.
En 1881, por primera vez, la sufragista francesa Hubertine Auclert
acuñó el concepto de feminismo para referirse a los movimientos que
peleaban por los derechos de las mujeres. Y así como las mujeres de los
países centrales del capital cuestionaron el patriarcado mediante olas o
ciclos de lucha –sufragistas de los siglos XVIII y XIX, igualdad formal
de hombres y mujeres en leyes del siglo XX y la actual explosión de los
feminismos del siglo XXI–, en México tuvimos nuestra particular
genealogía del feminismo.
Las protagonistas de la primera ola, entre 1915 y 1919, fueron las
constitucionalistas que crearon los primeros clubes en Mérida, Yucatán.
En 1916 organizaron dos congresos en los que se debatió sobre
secularización de la enseñanza, educación sexual femenina y el sufragio.
La segunda ola comenzó en los años 70, marcada por el movimiento
estudiantil de 1968, una fuerte represión estatal, ingreso masivo de las
mujeres a la universidad y el uso accesible y barato de
anticonceptivos. Estas mujeres cuestionaron las relaciones de poder
hombre-mujer en todos los ámbitos de la vida cotidiana, comenzando por
el hogar.
En el siglo XXI nos enfrentamos a grandísimos retos. En un momento en
que las instituciones modernas sólo sirven para agravar los problemas
de la sociedad. Es necesario construir alternativas desde la raíz. Los
distintos feminismos al centrarse en la defensa por la vida, por
ejemplo, en su variante ecofeminista, representa sin duda una de las
alternativas sociales y políticas más destacadas. Luchas horizontales y
feministas como el de #Vivas nos queremos 24A, que de forma espontánea y
a la vez organizada lograron sacar a miles de personas en México en
contra de todas las violencias machistas (goo.gl/nROqAJ).
Y que a su término logran continuar con el movimiento diario y
asambleario, es sólo una muestra de la importancia de esta perspectiva
como camino de transformación radical.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario