Madrid, 12 jul. 16. AmecoPress/TribunaFeminista.- El lenguaje es un factor clave en la socialización porque transmite lo que sentimos, lo que pensamos, lo que somos… nuestras actitudes, nuestras creencias. El lenguaje no inclusivo, el lenguaje machista, puede parecer aparentemente inofensivo pero guarda en su interior una clara invisibilización de lo femenino; el lenguaje masculino no es neutro (aunque hay quien se empeña en mantener que representa a las mujeres); su uso genérico favorece que la mujer siga relegada a un segundo plano, lo toleramos y lo normalizamos cuando no alzamos la voz para que se nos nombre.
Hace
unas semanas tuve la suerte de ser invitada a un acto en la Universidad
de Salamanca en un marco incomparable como lo es el aula Salinas del
Edificio Histórico.
He de reconocer que me siento diferente cada
vez que veo a una mujer en un cargo de responsabilidad, y así fue al ver
que era la Vicerrectora de Estudiantes, quien representaba a la
institución e inauguraba el acto. Esa mañana se presentaba una magnífica
iniciativa del alumnado del último curso de Medicina: la Academia de
Alumnos Internos de Medicina de Salamanca (Asociación vinculada a la
Facultad de Medicina).
Durante la ceremonia no sólo se presentó la
nueva academia que reconoce el esfuerzo del alumnado que han pasado la
selección llevada a cabo al inicio de esta larga carrera, además se
realizó un reconocimiento público al haber dedicado su tiempo a un
aprendizaje voluntario que complementa sus estudios, y al que sin duda,
deben dedicarles muchas horas. Así fueron nombrando a cada alumno y
alumna para recoger su correspondiente diploma como agradecimiento su
esfuerzo.
Debo reconocer también, que igual que hago referencia a
ese sentirme diferente no puedo evitar sentirme decepcionada,
disgustada, a veces cansada, irritada… cuando en ocasiones nos olvidamos
– o no utilizamos – el lenguaje inclusivo.
¿La razón? Pues me
cuesta comprender, aunque sospecho los motivos, que seguimos sin nombrar
lo que existe, en lo que a esta situación se refiere: a las alumnas y
lo que no se nombra no se ve, y lo que no se ve no existe.
Tal vez no sea políticamente correcta, pero allí había alumnas que recogían con gran orgullo y satisfacción su diploma.
No
me sirven las excusas que refuerzan que la utilización de un lenguaje
inclusivo supone una lectura farragosa; que lo correcto es utilizar el
genérico que para eso está y nos incluye, que si somos muy pesadas
cuando mostramos nuestro desacuerdo en este sentido…no, no me sirve. Y
no me sirve porque en nuestro diccionario tenemos palabras que podemos
utilizar, en el ámbito académico al que me estoy refiriendo en este
momento, por ejemplo: alumnado, alumnos, alumnas.
No critico, no
culpo, no me quejo, de la Academia de Alumnos Internos. Pienso en los
pasos tan pequeños que estamos dando cuando el mensaje de la igualdad no
llega… la falta de perspectiva de género no permite que veamos una
realidad que tenemos ante nuestros ojos. Tenemos que superar la
desigualdad existente, porque aunque nos empeñemos en defender que hay
una igualdad legal no lo es de forma real y efectiva. Los hombres y
mujeres con perspectiva de género saben a qué me refiero, porque
descubren otro mirar: bien a través del radar de género (como dice la
Profesora Mª Ángeles Mayor) bien a través de las gafas moradas.
Desde
la objetividad que me caracteriza, debo felicitar a la Universidad de
Salamanca, en concreto a la Facultad de Medicina, porque a pesar de que
todavía no hemos superado muchos obstáculos (sirva el ejemplo que acabo
de mencionar) una de las pruebas de evaluación que debe superar el
alumnado es el Examen de Competencias Objetivo y Estructurado (ECOE)
mediante el cual se mide no sólo la capacidad de hacer historias
clínicas o exploraciones, sino la capacidad de relacionarse con la
persona enferma. Este año, por primera vez, se ha incluido un caso de
violencia de género y afortunadamente gran cantidad del alumnado supo
reconocer.
Sin embargo, el Acto de Graduación de la primera
promoción que se graduaba en Medicina estuvo marcado por un “riguroso
lenguaje androcentrista” por parte de quienes hicieron uso de la palabra
en diferentes ocasiones, hasta que uno de los dos alumnos (dos varones
que tenían la responsabilidad de impartir el discurso de la graduación)
un joven de 24 años, comenzó a hablar dirigiéndose en todo momento al
público con un lenguaje inclusivo, dejándome gratamente sorprendida.
En
ningún momento supuso un lenguaje cansino o farragoso que pudiera
cuestionarse. El brillante discurso de estos jóvenes, con ciertas notas
de humor, estuvo a la altura del acto académico sin duda, pero ¿cómo se
sentían la mujeres y hombres que se graduaban? ¿Qué pensaban cuando sólo
se referían a ellas en masculino? ¿Qué pensaban cuando se referían a
ellos y a ellas?; casi con seguridad que a muchas personas este hecho
les pasó desapercibido, pero no ocurrió lo mismo con quienes se
sintieron realmente identificadas por los comentarios posteriores que
mantuvieron y las felicitaciones que mostraron al joven. O tal vez, con
la emoción propia del momento no hayan llegado a reflexionar sobre ello,
pero es una gran satisfacción comprobar cómo en el vídeo que presentó
esta promoción de nuevos profesionales de la salud (médicos y médicas)
titulado “Gracias por tanto” utilizaron también un lenguaje inclusivo:
porque era fruto del trabajo de unos y otras.
Soy consciente del
difícil camino que debemos recorrer. Es necesario hacer visible el
posicionamiento de los hombres como el caso de este joven que supo
incluir en su discurso a sus compañeras o todas las personas que
participaron en el vídeo y son capaces de nombrar a las mujeres.
Si
queremos que las cosas cambien – si sentimos esa necesidad –
incorporemos la perspectiva de género en el uso del lenguaje;
provoquemos cambios que generen situaciones más igualitarias y dejaremos
de hablar de hombres y mujeres, para hablar de personas.
El uso
del lenguaje inclusivo no es tan frecuente como quisiéramos que fuera,
no es tan frecuente como debería ser. Si no ¿por qué nos llama la
atención, tanto su uso como su ausencia? ¿Estaríamos reflexionando
sobre ello? Si pensamos que el uso del lenguaje inclusivo supone un
esfuerzo… ¿no podríamos pensar que estamos haciendo un uso abusivo del
masculino genérico?
Foto: Archivo AmecoPress.
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