Leonardo García Tsao
▲ Fotograma de Midsommar: el terror no espera la noche, dirigida por Ari Aster.
En su primer largometraje, llamado aquí El legado del diablo
(2018), el estadunidense Ari Aster consiguió una de las películas de
horror más perturbadoras de reciente memoria. Era lógico que sucumbiera
ante el síndrome de la segunda obra, de corte más ambicioso, pero menos
logrado.
Titulada Midsommar, añadida aquí la frase El terror no espera la noche,
la película abre con un paisaje nevado de Estados Unidos en el que la
joven Dani Ardor (la menuda Florence Pugh) pierde a sus padres y hermana
bipolar en un acto suicida de la segunda. De por sí inestable, Dani
recurre a su poco comprometido novio Christian (Jack Reynor) en busca de
apoyo. Él, en cambio, está decidido a embarcarse en un viaje a Suecia
con sus compañeros universitarios, pues uno de ellos, el sueco Pelle
(Vilhelm Blomgren), pertenece a una comunidad donde se festeja el
solsticio de verano cada 90 años. (Tanto el apellido Ardor, como el
nombre Christian, tendrán sentido en las acciones siguientes.)
Contra todo pensamiento racional –y la voluntad de los otros
viajeros–, Dani decide unirse a la expedición. Todo parece ser, en
principio, un simpático ritual pagano en el que los habitantes del
llamado Harga, visten de blanco, ingieren sustancias alucinógenas y
sonríen a los extranjeros. Parecería una moderna comuna jipi, pero resulta ser tan jipi como
la familia Manson. Como ocurre siempre que un grupo de personas
ingenuas pretende introducirse a una comunidad ajena –llámese Two Thousand Maniacs (Herschell Gordon Lewis, 1964), o Canoa (Felipe Cazals, 1975)– las consecuencias serán fatales.
Aster tiene el mérito de procurar lo siniestro en un ambiente soleado
y lleno de flores. Ya que el horror suele tener una instintiva
preferencia por las tinieblas, aquí el llamado sol de medianoche parece
contradecir las acciones ominosas que empiezan a ocurrir a los
visitantes.
El realizador filma todo con novedosos puntos de vista, favoreciendo el top shot cargado
de implicaciones. Y el diseñador de producción Henrik Svensson se
esmeró en crear edificios de siniestra arquitectura, decorados con
descriptivas pinturas proféticas y símbolos rúnicos, que contrasta con
la placidez del entorno. Todo sugiere el horror de la otredad, la
implacable presencia de lo oculto.
Sin embargo, eso se manifiesta de una manera demasiado prosaica que
nunca insinúa lo sobrenatural. Los jóvenes –demasiado gringos en su
proceder– tuvieron la mala suerte de meterse a una comunidad pagana que
exige sacrificios, mismos que se cumplen de forma inexorable. Y
previsible, hasta cierto punto.
Pugh es una actriz capaz de expresar sin palabras los cambios que
experimenta en su personalidad. Su sonrisa final es ciertamente
estremecedora. Sin embargo, la película –a diferencia de El legado del diablo –
no deja reverberaciones en el espectador. Uno queda con bastante
indiferencia, si bien reconoce que Aster es un cineasta a seguir.
Midsommar: el terror no espera la noche
(Midsommar)
D y G: Ari Aster/ F. en C: Pawel Pogorzelski/ M: Bobby Krilic/ Ed:
Lucian Johnston/ Con: Florence Pugh, Jack Reynor, William Jackson
Harper, Vilhelm Blomgren, Will Poulter/ P: Proton Cinema, B-Reel Films,
Square Peg. EU-Suecia- Hungría, 2019.
Twitter: @walyder
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