9/29/2019

Mal viaje



Foto
▲ Fotograma de Midsommar: el terror no espera la noche, dirigida por Ari Aster.
En su primer largometraje, llamado aquí El legado del diablo (2018), el estadunidense Ari Aster consiguió una de las películas de horror más perturbadoras de reciente memoria. Era lógico que sucumbiera ante el síndrome de la segunda obra, de corte más ambicioso, pero menos logrado.
Titulada Midsommar, añadida aquí la frase El terror no espera la noche, la película abre con un paisaje nevado de Estados Unidos en el que la joven Dani Ardor (la menuda Florence Pugh) pierde a sus padres y hermana bipolar en un acto suicida de la segunda. De por sí inestable, Dani recurre a su poco comprometido novio Christian (Jack Reynor) en busca de apoyo. Él, en cambio, está decidido a embarcarse en un viaje a Suecia con sus compañeros universitarios, pues uno de ellos, el sueco Pelle (Vilhelm Blomgren), pertenece a una comunidad donde se festeja el solsticio de verano cada 90 años. (Tanto el apellido Ardor, como el nombre Christian, tendrán sentido en las acciones siguientes.)
Contra todo pensamiento racional –y la voluntad de los otros viajeros–, Dani decide unirse a la expedición. Todo parece ser, en principio, un simpático ritual pagano en el que los habitantes del llamado Harga, visten de blanco, ingieren sustancias alucinógenas y sonríen a los extranjeros. Parecería una moderna comuna jipi, pero resulta ser tan jipi como la familia Manson. Como ocurre siempre que un grupo de personas ingenuas pretende introducirse a una comunidad ajena –llámese Two Thousand Maniacs (Herschell Gordon Lewis, 1964), o Canoa (Felipe Cazals, 1975)– las consecuencias serán fatales.
Aster tiene el mérito de procurar lo siniestro en un ambiente soleado y lleno de flores. Ya que el horror suele tener una instintiva preferencia por las tinieblas, aquí el llamado sol de medianoche parece contradecir las acciones ominosas que empiezan a ocurrir a los visitantes.
El realizador filma todo con novedosos puntos de vista, favoreciendo el top shot cargado de implicaciones. Y el diseñador de producción Henrik Svensson se esmeró en crear edificios de siniestra arquitectura, decorados con descriptivas pinturas proféticas y símbolos rúnicos, que contrasta con la placidez del entorno. Todo sugiere el horror de la otredad, la implacable presencia de lo oculto.
Sin embargo, eso se manifiesta de una manera demasiado prosaica que nunca insinúa lo sobrenatural. Los jóvenes –demasiado gringos en su proceder– tuvieron la mala suerte de meterse a una comunidad pagana que exige sacrificios, mismos que se cumplen de forma inexorable. Y previsible, hasta cierto punto.
Pugh es una actriz capaz de expresar sin palabras los cambios que experimenta en su personalidad. Su sonrisa final es ciertamente estremecedora. Sin embargo, la película –a diferencia de El legado del diablo no deja reverberaciones en el espectador. Uno queda con bastante indiferencia, si bien reconoce que Aster es un cineasta a seguir.
Midsommar: el terror no espera la noche
(Midsommar)
D y G: Ari Aster/ F. en C: Pawel Pogorzelski/ M: Bobby Krilic/ Ed: Lucian Johnston/ Con: Florence Pugh, Jack Reynor, William Jackson Harper, Vilhelm Blomgren, Will Poulter/ P: Proton Cinema, B-Reel Films, Square Peg. EU-Suecia- Hungría, 2019.
Twitter: @walyder

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