Sara Sefchovich
La palabra cordura, según el Diccionario de la Lengua Española, significa prudencia, buen seso, juicio. La palabra sensatez significa lo mismo: prudencia, cordura, buen juicio. Las dos palabras sirven por igual para traducir el vocablo “sanity”, que fue el que usaron los convocantes a un mitin “Para restaurar la cordura”, que se llevó a cabo en Washington, el fin de semana anterior a las elecciones intermedias en Estados Unidos y al que acudieron unas 200 mil personas, “una de las manifestaciones más grandes en tiempos recientes” según el periodista David Brooks.
La manifestación tuvo como objetivo señalar el hartazgo con el hecho de que el discurso público se haya convertido en apocalíptico, es decir, destinado a instaurar el temor y a que la política sea una arena para señalar enemigos e instigar contra ellos, insultando y amenazando. Pero sobre todo, para hacer hincapié en la necesidad de que la vida pública y la política sean más mesuradas y menos crispadas.
En la convocatoria se preguntaba: “¿Quién no ha tenido ganas de asomarse a la ventana y gritar a todo pulmón: ya no soporto más, ya no voy a seguir aguantando esto?” Pero la respuesta que se daba era del todo inesperada: “La gente que cree que gritar sirve de algo, debería saber que es contraproducente.” Lo que este evento puso sobre la mesa es muy significativo.
-Primero, porque hace evidente que cuanto más se discursea sobre pluralidad, respeto y tolerancia, más se convierte a la diferencia en enemistad y a la discordancia en pleito.
-Segundo, porque demuestra que a pesar de la existencia de un discurso público en el que parecería que vivimos en el puro horror, como si ya nada funcionara, en la realidad millones de personas seguimos viviendo y conviviendo.
-Tercero, porque muestra que existe una gran cantidad de personas que vemos el ping-pong político pero no tenemos voz ni participación en él. Y de hecho, somos la mayoría, silenciosa pero no porque no tengamos nada que decir o porque no nos interese decirlo, sino porque como dice Jon Stewart, el presentador de televisión que convocó la manifestación, porque está ocupada trabajando (o buscando trabajo), y atendiendo sus obligaciones y ocupaciones.
-Cuarto, porque como también dice Stewart, y esto es lo más interesante, esa mayoría está compuesta por millones de personas que no tienen la misma opinión respecto a nada: “Si quisiéramos resumir su forma de pensar no podríamos y eso es precisamente lo que buscamos”.
Esto significa que la verdadera pluralidad consiste en librarse del fundamentalismo de que debe existir la opinión única o la ruta única (las cuales por cierto, en su celo exagerado terminan pareciéndose demasiado entre sí, sean de extrema derecha o de extrema izquierda, como se burla Alberto Isaac en una caricatura reciente aparecida en la revista Este país) y que le han hecho enorme daño a la humanidad y no combinan para nada con la democracia y la libertad de pensamiento y expresión.
Pero significa también que en lo que sí están de acuerdo esos millones de personas, es en no estar de acuerdo de manera total con ninguno de los extremos vociferantes ni con el tono de los discursos, los pleitos, las actitudes de no ceder un ápice y el derecho que se arrogan esos grupos de hablar en nombre de nosotros y de sentirse portadores de las buenas causas y peor aún, representantes del todo colectivo, con una supuesta misión de cuidadores de los intereses de la patria, la institución, el grupo social o cualquier tema o asunto del que se trate.
-Y por fin, porque hace ver que no sólo deben escucharse las voces de los que gritan, sino también las de los demás aunque no sean estridentes ni amenacen con el apocalipsis a la vuelta de la esquina.
“¿Están ustedes listos para la sensatez?” preguntó Stewart a los asistentes. La respuesta era obvia porque por eso habían acudido al mitin, pero de todos modos, tuvo que resonar el sí para que se convirtiera en compromiso. ¿Estamos nosotros en México listos para la cordura? ¿Seremos capaces de restaurar la sensatez?
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
La manifestación tuvo como objetivo señalar el hartazgo con el hecho de que el discurso público se haya convertido en apocalíptico, es decir, destinado a instaurar el temor y a que la política sea una arena para señalar enemigos e instigar contra ellos, insultando y amenazando. Pero sobre todo, para hacer hincapié en la necesidad de que la vida pública y la política sean más mesuradas y menos crispadas.
En la convocatoria se preguntaba: “¿Quién no ha tenido ganas de asomarse a la ventana y gritar a todo pulmón: ya no soporto más, ya no voy a seguir aguantando esto?” Pero la respuesta que se daba era del todo inesperada: “La gente que cree que gritar sirve de algo, debería saber que es contraproducente.” Lo que este evento puso sobre la mesa es muy significativo.
-Primero, porque hace evidente que cuanto más se discursea sobre pluralidad, respeto y tolerancia, más se convierte a la diferencia en enemistad y a la discordancia en pleito.
-Segundo, porque demuestra que a pesar de la existencia de un discurso público en el que parecería que vivimos en el puro horror, como si ya nada funcionara, en la realidad millones de personas seguimos viviendo y conviviendo.
-Tercero, porque muestra que existe una gran cantidad de personas que vemos el ping-pong político pero no tenemos voz ni participación en él. Y de hecho, somos la mayoría, silenciosa pero no porque no tengamos nada que decir o porque no nos interese decirlo, sino porque como dice Jon Stewart, el presentador de televisión que convocó la manifestación, porque está ocupada trabajando (o buscando trabajo), y atendiendo sus obligaciones y ocupaciones.
-Cuarto, porque como también dice Stewart, y esto es lo más interesante, esa mayoría está compuesta por millones de personas que no tienen la misma opinión respecto a nada: “Si quisiéramos resumir su forma de pensar no podríamos y eso es precisamente lo que buscamos”.
Esto significa que la verdadera pluralidad consiste en librarse del fundamentalismo de que debe existir la opinión única o la ruta única (las cuales por cierto, en su celo exagerado terminan pareciéndose demasiado entre sí, sean de extrema derecha o de extrema izquierda, como se burla Alberto Isaac en una caricatura reciente aparecida en la revista Este país) y que le han hecho enorme daño a la humanidad y no combinan para nada con la democracia y la libertad de pensamiento y expresión.
Pero significa también que en lo que sí están de acuerdo esos millones de personas, es en no estar de acuerdo de manera total con ninguno de los extremos vociferantes ni con el tono de los discursos, los pleitos, las actitudes de no ceder un ápice y el derecho que se arrogan esos grupos de hablar en nombre de nosotros y de sentirse portadores de las buenas causas y peor aún, representantes del todo colectivo, con una supuesta misión de cuidadores de los intereses de la patria, la institución, el grupo social o cualquier tema o asunto del que se trate.
-Y por fin, porque hace ver que no sólo deben escucharse las voces de los que gritan, sino también las de los demás aunque no sean estridentes ni amenacen con el apocalipsis a la vuelta de la esquina.
“¿Están ustedes listos para la sensatez?” preguntó Stewart a los asistentes. La respuesta era obvia porque por eso habían acudido al mitin, pero de todos modos, tuvo que resonar el sí para que se convirtiera en compromiso. ¿Estamos nosotros en México listos para la cordura? ¿Seremos capaces de restaurar la sensatez?
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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