6/06/2011

¿Churchill rencarnado?




Javier Jiménez Espriú

Cuando escuché partes de la exaltada arenga-regaño del presidente Calderón a sus colaboradores –¡bueno, ya todas sus intervenciones son exaltadas arengas-regaño a quien sea o a todos!–, para que salieran a las calles a divulgar los, según él, inmensos logros de su administración, quedé asombrado por el desproporcionado símil que significó su invocación al célebre discurso de Sangre, sudor y lágrimas, de Wiston Churchill y su definición de la victoria como la estrategia, tanto por lo que se refiere a la comparación entre la II Guerra Mundial y la guerra que no es guerra contra el crimen organizado, como por lo relativo a la estatura de los personajes involucrados.

Pero mi asombro pasó a ser una inmensa preocupación, cuando después me percaté de una aparente coincidencia en relación con los dos discursos, porque yo no creo en esas coincidencias, y porque a la que me refiero, se convierte, según mi punto de vista, en algo enormemente serio y grave. Paso a explicar.

No creo en las esas coincidencias, desde que me enteré leyendo a Jean D’Ormesson, de que no era cierto el decir –que yo creí muchos años– de que Cervantes y Shakespeare habían muerto precisamente –¡qué coincidencia!– el mismo día. Efectivamente ambos literatos fallecieron el 23 de abril de 1616, sin embargo, el más grande escritor de lengua castellana terminó sus días en Madrid el martes 23, mientras que el más grande escritor de lengua inglesa pasó a mejor vida en Stratford-upon-Avon el sábado 23 de abril. Esta aparente incongruencia, se debe a que Cervantes vivía en la España católica que se regía por el calendario gregoriano, en tanto Shakespeare lo hacía en la Inglaterra protestante que usaba el calendario juliano, que no coincidía con aquél. Cervantes murió, entonces, 10 días antes que Shakespeare y no el mismo día.

Por esa mi incredulidad en las coincidencias, me preocupó tanto, volviendo a mi tema de origen, el percatarme, repito, de que el primer ministro inglés pronunció su célebre discurso el 13 de mayo de 1940, y Calderón citó a sus incondicionales justamente el 13 de mayo pasado para endilgarles su filípica. Como no lo considero coincidencia, sino cosa predeterminada, preconcebida, me preocupa el gesto de megalomanía exacerbada que significa el considerar su vida y la de Churchill como vidas paralelas –¿se sentirá en verdad, Churchill rencarnado?– y por ende, que el Presidente quisiera prolongar el paralelismo –salvando supongo, el Premio Nobel de Literatura–, a extremos que, dada su proclividad hacia nuestros vecinos del norte, lo lleven a tratar de repetir los trazos de la historia.

Lo planteo con temor, porque aún quedan dos 6 de junio en la presente administración federal, y como el 6 de junio de 1944 fue el día D del desembarco de Normandía, no vaya a querer empatar la fecha con la de un desembarco de contingentes estadunidenses en el Plan Mérida, para apoyarnos a ganar la guerra contra el “eje de los cárteles”.

Cuando hay rumores de que se instalan bases militares estadunidenses en el país; cuando se confrontan opiniones en el seno del Ejecutivo, sobre si se autorizaron sobrevuelos, se solicitaron o se ignoraban; cuando se discute sobre el estado fallido, la seguridad nacional de ambos lados de la frontera, se ofrece a EU pleno acceso a nuestros datos de inteligencia, o se analiza la forma de proteger a los agentes extranjeros que están en nuestro país desarmados, creo que no está por demás encender las antenas, aunque nos califiquen de paranoicos.

Sin embargo, claro está, si en el tablero de su política el Presidente piensa mover esas fichas, lo de menos serán las fechas.

jimenezespriu@prodigy.net.mx

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