La detonante de Tlatlaya y de Ayotzinapa, tiene un largo antecedente.
Es de años. Todos lo veíamos venir cuando dejamos de sorprendernos
frente a la muerte violenta de muchos inocentes o presuntos culpables
Digamos
que en la vida individual o colectiva hay altibajos; días de vino y
rosas o tiempo de tropiezos; de expectativas o fracasos; de triunfos
aguerridos y silencios dolorosos. Así es todo esto y que ve el que
vive. Ya sabemos por Juan Rulfo: Que la vida no es muy seria en sus cosas... Pero... aun así, como que por estos días a México se le juntaron la pena y el dolor.
Los
mexicanos de trabajo nos hemos esforzado hasta la extenuación para
conseguir una vida más o menos decorosa para nosotros, para nuestra
familia y para todos los que viven alrededor. En general nadie nos
puede tachar de holgazanes o baquetones. Ni de no haber puesto de
nuestra parte todo lo que está a la mano para construir a un país que
fuera nuestra imagen y semejanza...
Pero a pesar de todo ese
empeño, de todo ese esfuerzo y de toda esa espera intranquila o
ilusionada ¿este país que hoy tenemos es el que queríamos para nosotros
en nuestra vida? ¿Este es aquel México por el que nuestros padres
estuvieron en chinga todos los días de su vida para dejarnos ‘un lugar
mejor donde vivir’? ¿Es este por el que muchísimos de nosotros nos
hemos partido el lomo día tras día y minuto a minuto para hacerlo
querible y entrañable?
¿Quién se quedó con el resultado de
nuestras horas interminables de trabajo, de agobio, de sudor en la
frente y de cansancio exhausto? ¿Quién se quedó con el fruto de
nuestras madrugadas urbanas o rurales?... ¿Quién ensució a este alto
valle metafísico? –que dijera Alfonso Reyes-.
Hoy México paga
las consecuencias de malos gobiernos interminables: en fila, uno a uno,
de cualquier partido político. Hoy sabemos que todo estuvo mal y que,
lo peor, nadie sabe qué sigue aquí, para todos nosotros... Lo que sí es
que estamos como salados, como el perro más flaco al que se le juntan
más las pulgas; días estos de mala suerte, mal fario, mala sal, mal de
ojo...
La detonante de Tlatlaya y de Ayotzinapa, tiene un largo
antecedente. Es de años. Todos lo veíamos venir cuando dejamos de
sorprendernos frente a la muerte violenta de muchos inocentes o
presuntos culpables; y discutíamos formas de combatir al crimen
organizado, pero no discutíamos formas de gobierno y las formas en que
ese gobierno debía hacer las cosas: Nuestros representantes aplaudían a
su conveniencia y nosotros les dejamos hacer. No hemos sido un país con
gobierno demócrata ni ciudadanos democráticos: no estamos acostumbrados.
La
tragedia de los guerrerenses es la de todos. Lo de los muchachos de
Ayotzinapa duele: Quizá porque son muchachos –casi niños- o quizá
porque ignoramos su destino. Se nos ha puesto enfrente el espejo de
obsidiana y no queremos reconocernos en él. El pesimismo está a la
vista de muchas formas y de distintas maneras entre los mexicanos de
todo el país...
El gobierno federal y los gobiernos estatales y
municipales no aciertan o no quieren encontrar la solución porque el
problema esté en muchos de ellos.
Y así la rueda de la fortuna
nos tiene en la parte baja. Y así las malas noticias no son sólo las
que tienen que ver con esa demencial locura violenta de muchos que son
capaces de causar dolor extremo a otros, con lo que dan muestra de su
bestialidad pre humana.
Ya hemos dicho que muchos de los males
de hoy en México tienen su origen en la desigualdad, en el
desequilibrio social y económico; en la rapiña política y burocrática y
en el mal hacer gobierno para beneficio de unos cuantos... en la
corrupción interminable, que no es cultural.
Apenas el lunes pasado a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
(OCDE), cuyo presidente José Ángel Gurría ha sido tan proclive a
aplaudir los hechos del gobierno mexicano, no lo quedó más remedio que
anunciar datos obscuros de nuestro presente mexicano.
Según su
estudio sobre la calidad de vida en los 34 países miembros de la OCDE,
México salió archi reprobado; aparece último en la lista de seguridad
con 22.9 homicidios por cada 100 mil habitantes (más de cinco veces el
promedio de 4.2 por cada 100 mil).
En términos de ingreso
disponible de los hogares, México quedó en el lugar 33 de 34, con 6,554
dólares per cápita, contra un promedio de 18,907 dólares para los
socios de la organización.
“La tasa de homicidios, el ingreso
disponible de los hogares, el acceso a conexiones de banda ancha y la
parte de la fuerza laboral con al menos un título de secundaria son los
indicadores de bienestar en donde la brecha entre las regiones de
México y el promedio de la OCDE es mayor” informó la Organización.
Que
“la economía mexicana, la segunda más importante de América Latina,
sufre por bajos salarios y productividad, que limitan su capacidad de
expansión”.
Unos días antes, el Foro Económico Mundial
(WEF) publicó que México perdió seis lugares en el reporte mundial de
competitividad al pasar de la posición 55 a la 61 de una lista de 144
países evaluados. “El retroceso –dice - se debió a que se deterioró la
percepción sobre el funcionamiento de las instituciones; no se observa
que la calidad del sistema educativo esté a la altura de las
necesidades del país y son bajos los niveles de incorporación de
tecnologías de la información”...
Sí, las cosas andan mal. Pero también está la fortaleza mexicana. Lo que Balbuena dijera: “La grandeza mexicana”.
Esa
grandeza radica en exigir, en recuperar, en ‘girar instrucciones’ los
ciudadanos de a pie, la gente de trabajo en la madrugada, la de todos
los días, la que sabe que con su esfuerzo se construyen naciones, miles
de ellas, las que se nos han quitado pero que todavía podemos recuperar
con voluntad democrática. Esa es la responsabilidad de todos hoy, aquí,
y ahora: exigir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario