Magdalena Gómez
La
manifestación del pasado 2 de octubre fue la primera sin Raúl Alvarez
Garín después de 1968. Ciertamente duele su partida; sin embargo,
consuela pensar en las fortalezas que nos hereda a quienes formamos
parte de esa generación. Pero, ante todo, a las y los jóvenes, que
fueron su prioridad, cuando él también lo era y siempre. Su confianza
en ellos le permitió dar sentido a la conmemoración de 1968, no como
una mera efeméride, sino con el profundo sentido e implicación de
conservar la memoria, porque sin ella sí que estaríamos perdidos. En
todo momento reiteraba su esperanza fundada en que la sociedad mexicana
en su conjunto puede lograr y exigir que se destierren la violencia
política y especialmente aquellas prácticas perversas de persecución y
destrucción de los adversarios que se traducen en crímenes de lesa
humanidad.
Sin duda, su ejemplo abonará la continuidad de la lucha por la justicia y democracia en nuestro país. Decir
ni perdón ni olvidono es mero afán de venganza o de revivir los conflictos: es sembrar en el presente la confianza en la justicia; es construir un futuro diferente.
La conmemoración del 2 de octubre esta vez fue particularmente
emblemática: logró desterrar el escenario anunciado de la provocación
gracias a que fue aceptada la propuesta del comité 68 para que la
marcha transcurriera sin presencia policiaca, por lo menos evidente.
Pero lo fue además porque junto al homenaje a Raúl Álvarez Garín se
mostró masivamente el repudio a los crímenes y desapariciones
realizados por la policía municipal de Iguala, Guerrero, el pasado 26
de septiembre contra estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa.
La escalada esta vez no se detuvo en los crímenes iniciales de tres
de ellos, sino que abrió la agenda del horror con la desaparición de 43
estudiantes, cuyos familiares exigen su presentación con vida. En las
próximas horas se conocerán los resultados de las pruebas de ADN a los
restos encontrados en varias fosas una semana después de la salvaje
agresión policiaca. Se ha especulado que podrían ser de algunos de los
normalistas desaparecidos.
No hay palabras para describir la descomposición plena en el estado
de Guerrero, cuyo gobierno se ufana de que detuvo a los policías
municipales que participaron en el ataque a los normalistas, sin que dé
cuenta de los vínculos, que parecen mostrarse, de estos con el llamado
crimen organizado. El presidente municipal de Iguala está prófugo y con
oscura trayectoria política que fue cobijada por las siglas del PRD,
igual que al gobernador, inerme o cómplice, no sabemos, frente a las
cuentas pendientes de un presidente municipal; lo cierto es que es el
Estado quien debe responder por estos crímenes.
El
gobierno federal no acierta a comprender la magnitud de los sucesos de
Iguala, donde se perfila no sólo la desaparición forzada, sino, muy
lamentablemente, el probable escenario de una masacre. Los esfuerzos
por ubicar sólo localmente el caso Ayotzinapa han sido vanos. Peña
Nieto llamó al gobernador a hacerse cargo; en Gobernación dijeron a las
madres y los padres de los estudiantes desaparecidos que sólo
coadyuvará, porque el asunto es local.
Sin embargo, la intervención de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) y la Organización de Naciones Unidas (ONU)
muestra que este caso justamente tiene dimensión no sólo nacional, sino
internacional. Debido a estas presiones, la Procuraduría General de la
República decidió atraer el caso Ayotzinapa, pues el factor de la
delincuencia organizada se coloca en el centro, se maneja en medios la
hipótesis de que está operando ni más ni menos que a través de
servidores públicos, como los policías municipales hoy detenidos. La
investigación tendrá que esclarecer estas redes y deslindar o acreditar
responsabilidades de mandos superiores.
A Peña Nieto son los estudiantes quienes lo han colocado en su
lugar, primero como candidato, en la Universidad Iberoamericana, y hoy
justamente, con una pinza incendiaria que evoca 1968, los estudiantes
del Instituto Politécnico Nacional (IPN) apoyados por universitarios
reclamaron estos días masivamente el autoritarismo y abandono del
perfil popular de una institución netamente cardenista mediante la
imposición de un reglamento regresivo. Por fortuna fueron escuchados en
Gobernación, no en la SEP, con lo cual se dio cauce hacia la solución
del conflicto.
Al margen de las valoraciones que realice el propio movimiento se
observan éxitos inmediatos al lograr detener el reglamento que
objetaban, ya el saldo de la renuncia de la directora del IPN parece
ser parte de otro tipo de ajuste de cuentas, en todo caso el movimiento
colocó el punto de la auditoría antes que la renuncia. En fin,
excepcional aire fresco; sin embargo, ahora el desafío está planteado
con los jóvenes estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, con una
histórica tradición de lucha. El desenlace sobre la desaparición de los
43 estudiantes generará amplias movilizaciones nacionales, la impunidad
da pie a la consigna: Ayotzinapa somos todas y todos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario