Desde 1982 para acá, todas las reformas que ha emprendido el gobierno mexicano han tenido un carácter reaccionario, antipopular, antinacional, empobrecedor, desembozadamente neoliberal y pro imperialista. Lo mismo la energética que la hacendaria. E igual la política que la electoral. Y también lo mismo la de telecomunicaciones que la educativa.
Este carácter regresivo y dañino explica sobradamente el nulo entusiasmo popular frente a ellas. Y explica, como acontece ahora con la pretendida reforma del Instituto Politécnico Nacional (IPN), la decidida oposición de la siempre lúcida, generosa, patriótica y combativa muchachada.
Con gran inteligencia, los muchachos vieron venir el golpe. Y velozmente emprendieron la resistencia. Como chispa en pradera seca, el movimiento se extendió a otras universidades públicas y privadas. Y sin haber trabajado el asunto, encontró rápida y espontáneamente el respaldo de vastos sectores populares en la gran ciudad de México.
El golpe se preparó, como se dice popularmente, a la sorda, en las tinieblas, en los sótanos del sistema. Sus gestores pretendían agarrar descuidados a los muchachos. Una especie de guerra relámpago contra una de las obras cumbre del movimiento revolucionario de 1910-1940. Una blitzkrieg contra la política social y educativa del presidente Lázaro Cárdenas, fundador del IPN y el mayor héroe mexicano del siglo XX.
Pero a pesar de su perfidia, la guerra relámpago se vio rápidamente detenida. Emilio Chuayffet, Miguel Ángel Osorio Chong, Luis Miranda y Yoloxóchitl Bustamante calcularon mal sus propias fuerzas y la fuerza del adversario juvenil.
Sorprendidos por la enjundia, poder y organización de la muchachada, no les ha quedado más remedio que pasar a la defensiva, al mando de Osorio y Miranda, pues Chuayffet, secretario de Educación, y Bustamante, directora del IPN, han sido dejados de lado.
La estrategia defensiva del gobierno, desde luego, es igualmente tenebrosa e hipócrita que la inicial ofensiva. Retórica, palabrería, falsos elogios a los muchachos, de quienes dicen, empezando por Enrique Peña Nieto, que su lucha es legítima, limpia, justa. Y que, por supuesto, los autores del engendro se encuentran dispuestos al diálogo y a la rectificación de lo que haya que rectificar. Palabras huecas que los muchachos no se han tragado y que, con toda seguridad, no se tragarán.
Los politécnicos tienen claro que Osorio y Miranda han emprendido una retirada estratégica para volver a atacar más tarde. Primero desmovilizar a los muchachos y luego infiltrarlos, intentar cooptarlos, dividirlos, calumniarlos. Y todo ello con la amenaza latente de la represión selectiva y, en su momento, de la represión generalizada.
De esto último hay negros antecedentes. Algunos muy cercanos en el tiempo, como el caso de San Salvador Atenco contra los campesinos opositores al nuevo aeropuerto. Y como los más recientes de Ayotzinapa e Iguala con varios muertos y decenas de secuestrados-desaparecidos.
Los muchachos saben que la lucha será dura y peligrosa. Para la marcha que obligó al secretario de Gobernación a salir a la calle en mangas de camisa para atender a los manifestantes, en un esfuerzo por contener velozmente el movimiento, la muchachada, con credencial de estudiantes en mano, no permitió la infiltración de provocadores.
Para la marcha de conmemoración de la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968, los muchachos prepararon y pusieron en marcha una estrategia defensiva muy inteligente. Todos los manifestantes se inscribieron en listas foliadas para que en caso de ser víctimas de desaparición forzada, puedan ser buscados de inmediato por sus compañeros, maestros y familiares.
Los muchachos están conscientes del los peligros que corren por oponerse a los designios del gobierno mexicano y de los inspiradores de éste en Washington. Pero los están enfrentando con inteligencia, organización y enormes y admirables dosis de valor personal.
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor. com.mx
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