3/23/2015

El escándalo y la credibilidad

Leonardo Curzio

No es saludable para la vida democrática que la desconfianza ciudadana se expanda como la humedad. Ya hemos hablado, en anteriores entregas, del delicado estado de nuestro sistema de representación popular y también del aparato de seguridad y justicia. 

La desconfianza avanza ahora de manera galopante sobre el espacio en el que se desarrolla la deliberación pública: los medios de comunicación. 

Es alarmante constatar el deterioro que las televisoras registran en la medición más reciente de la encuestadora GEA-ISA. Si vemos con detalle las cifras, las televisoras tienen una credibilidad comparable a los gobiernos locales y las policías, ligeramente arriba de 10%. Nada que pueda entusiasmarlas. 

Si esto fuese un síntoma de descomposición de un proyecto periodístico empresarial concreto, no resultaría preocupante, finalmente los malos productos deben ser depurados por el mercado, pero aunque no tenemos datos comparables para los periódicos y la radio, se puede suponer que el descrédito de los medios progresa a buen ritmo. No hace falta que me extienda demasiado en las disputas empresariales que en los últimos años han protagonizado los grandes consorcios, ni tampoco en documentar la voluntad de las grandes corporaciones de influir en el Legislativo para garantizarse una situación de privilegio. 

En otras palabras, no es factible comportarse de esa manera y pretender que la credibilidad se mantenga intacta y virginal. Los costos han sido enormes y cada nuevo episodio bélico o cada acto de prepotencia empresarial merece más repudio. En las últimas semanas, sendos desplegados de las dos televisoras tildan al diario Reforma de mentiroso y deformador. Habrá un sector que compre el argumento de que ese medio impreso actúa de manera facciosa para golpear a los grupos televisivos. Pero otro creerá, a pie juntillas, que lo publicado en ese diario es exacto y genuino. En medio, sin embargo, habrá un montón de lectores y televidentes que no le crean ni a uno ni a otro.

La disputa de MVS con su conductora, y las reacciones que está provocando, son una mancha más al tigre. Para el concesionario ha sido muy difícil ejercer su libertad de contratar y despedir sin que esto tenga un cruce ineludible con la libertad de expresión y la censura. Aunque es evidente que el gobierno es quien paga más en términos de descrédito por esta disputa, la credibilidad de la empresa y su compromiso con la libertad expresión queda en entredicho en amplios sectores. Pero no sólo pierden el gobierno y MVS, en otros sectores el ejercicio periodístico que combina la indignación selectiva y se arroga la personificación de la investigación independiente queda impregnado de un aroma de protagonismo y cuestionado por la divulgación de un salario millonario que percibía la titular del espacio.

Creo firmemente que se puede ser independiente y cobrar más de un millón de pesos al mes, pero entiendo que en un país donde las rentas altas empiezan en los 40 mil pesos, el asunto se lee de otra forma. Aunque el caso está lleno de matices, nuevamente aquí la credibilidad se bifurca. Por un lado tenemos un choque entre aquellos que, comulgando con ruedas de molino, nos quieren hacer que el que el caso de la casa blanca no tuvo nada que ver en este proceso y por el otro tenemos unas plañideras defensas personales que entonan oraciones fúnebres por el periodismo de investigación, como si fuese el único espacio donde esa tarea se hace.

Que los Vargas querían romper con Carmen no hay duda, pero eso no implica que el periodismo de investigación en México haya entrado en agonía. La aparatosa forma de conducirse de la empresa mina la credibilidad en la industria y el protagonismo de los propios periodistas y sus amigos también. Cuando en el espacio público no se dice lo que está bien, sino lo que conviene a un interés en pugna (sea una televisora, un periódico o un conductor) muchos ciudadanos lo detectan inmediatamente, y por supuesto disminuye la credibilidad ciudadana aunque se incremente de manera sonora la de los partidarios de una causa que por supuesto hacen sonar con mayor fuerza sus argumentos.

Analista político.

@leonardocurzio 

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