Francisco López Bárcenas
La
lucha de los pueblos indígenas de México contra el despojo y por la
seguridad está teniendo una respuesta gubernamental tan agresiva que
varios observadores piensan que se trata de una nueva guerra de
exterminio contra ellos. Muchos sucesos se articulan para darle razón a
quienes así piensan. Uno muy importante es que, igual que sucedía a
mediados del siglo XIX, cuando se intentó su exterminio para que los
hacendados y las empresas deslindadoras pudieran apoderarse de sus
tierras y recursos naturales, ahora también existe una política
institucional que busca despojarlos de sus territorios para entregarlos
a empresas trasnacionales o para construir obra pública que después se
les concesiona para que la usufructúen; otro, derivado del anterior, es
que cuando los pueblos se organizan para resistir el despojo se les
avasalla usando todo el poder jurídico y policiaco del Estado, pasando
por encima de cualquier derecho que ellos pudieran invocar y
forzándolos a moverse fuera de la legalidad, donde el Estado puede
justificar la agresión contra ellos.
Un caso reciente es el de San Francisco Xochicuatla, pueblo hñahñu
ubicado en el municipio de Lerma, estado de México. Sus habitantes,
igual que los de pueblos aledaños, se oponen a que la empresa
Autopistas de Vanguardia (Autovan), subsidiaria de Constructora Teya,
filial de Grupo Higa, construya la autopista Toluca-Naucalpan, porque
destruiría el bosque que tan celosamente han cuidado por años, y con
ello la ruta ancestral que año con año les permite subir hacia el cerro
de la Campana donde, según su cosmovisión, se originó la vida. Con la
construcción de la autopista, los hñahñu ya no podrían cruzar hacia el
cerro de la Campana. En su defensa han recurrido a la denuncia de la
agresión, la movilización para detener las obras y a los tribunales
para hacer valer sus derechos. Y como la razón les asiste, los
tribunales les han dado la razón.
En lugar de respetar los fallos judiciales, el Presidente de la
República ha optado por la expropiación para despojar al pueblo hñahñu
y entregar su patrimonio a la empresa que tiene en propiedad la casa de
su esposa. Y para lograr su propósito, antes de la publicación de los
decretos de expropiación ordenó que la policía ocupara los predios
afectados, para evitar que los habitantes impidieran la entrada de la
maquinaria que iba a iniciar las obras. No lo logró porque los pueblos
respondieron instalando un campamento en el lugar donde planeaban
realizar los trabajos. Los habitantes de Xochicuautla han dicho que su
movilización es para seguir siendo pueblo, ejercer su autonomía,
preservar la integridad de su territorio y exigir que la obra sea
consultada antes de que se inicie, para que el pueblo determine si la
quiere y, en su caso, en qué condiciones debe realizarse.
Más
grave es la decisión del gobierno de intervenir militarmente en la
comunidad nahua de Santa María Ostula, ubicada en las costas de
Michoacán, con el fin de detener a Cemeí Verdía Zepeda, primer
comandante de la Policía Comunitaria de esa comunidad y coordinador
general de las autodefensas de los municipios de Aquila, Coahuayana y
Chinicuila, cuyo objetivo es brindar seguridad a sus habitantes frente
a la violencia del crimen organizado. Según testimonio de los
representantes de la comunidad, los militares entraron disparando
contra la población para que se alejara y no obstruyera su misión, lo
que dio como resultado un niño muerto y otras cuatro personas heridas,
entre ellas una niña. La acción es reprobable también porque violó los
acuerdos de los comunitarios tenían con el gobierno del estado, entre
ellos la entrega de armas, de cuya posesión se acusa al comandante
comunitario detenido, así como de la aprobación de plazas de la Fuerza
Rural para el municipio de Aquila, al que pertenece la comunidad
agredida.
Desafortunadamente, no son los únicos casos, pues como estos existen
muchos a lo largo y ancho de la República Mexicana. Puede ser que
nombrar nueva guerra contra los pueblos indígenas a este tipo de actos
represivos suene exagerado para algunos oídos. Lo que no se puede negar
es que estamos ante un patrón sistemático de violación a los derechos
de los pueblos indígenas, en el sentido que lo ha caracterizado la
Corte Interamericana de Derechos Humanos: una pluralidad de actos con
un mismo fin y una conducta repetida en el tiempo. Las consecuencias de
esta situación pueden ser lamentables si no se corrigen desde ahora. Es
probable que este tipo de acciones oficiales logre sus propósitos
inmediatos de someter a los insumisos; pero en el largo plazo, está
incubando un descontento y una irritación social cuyos resultados nadie
puede predecir. Por eso más valdría corregir el rumbo. Ahora que aún
hay tiempo. Después puede ser demasiado tarde.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario