Por: Cecilia Balderas
(24 de julio, 2015. Revolución
TRESPUNTOCERO).- “Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más
cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los
negocios”, escribió el periodista, escritor, historiador y poeta
uruguayo, Eduardo Galeano, en 1971, a propósito de la pobreza del
hombre, resultado de la riqueza de su tierra.
A más de 500 años de que se perpetró el saqueo de recursos naturales del nuevo mundo y 44 de que se narrara en Las venas abiertas de América Latina,
de las letras de Galeano parece emerger la descripción de las entrañas
de Aquila, Coalcomán, Chinicuila, Coahuayana, Santa María Ostula,
Xayacala y otras comunidades indígenas de la costa michoacana: riqueza
natural, que se ha traducido en muerte.
“Xayacala, es un lugar en donde se
puede adecuar un puerto. Esa es la pelea. El estado de Michoacán, con
sus megaproyectos y sus cambios turísticos, tenía contemplada toda esa
región para instalar grandes hoteles, no del pueblo, sino de la
iniciativa privada, de empresas transnacionales”, confiesa Agustín
Vera, jefe de tenencia y vocero de Ostula, para explicar por qué las
poblaciones de la zona se han visto perseguidas y en la necesidad, de
armar a sus policías comunitarios para defenderse, primero, del crimen
organizado; hoy, hasta de los militares.
A través de esos bonitos planes del
gobierno del estado se beneficiaban a todos, menos los habitantes de la
zona quienes se verían obligados a desplazarse de sus comunidades para
abrir paso a los complejos turísticos. Aunque en más de una ocasión les
prometieron que serían ellos quienes desarrollarían y administrarían
los proyectos, “¿apoco uno que tiene primaria va a poder estar en la
administración?, yo creo que no. Si es que nos dan algo, nos van a
mandar a lavar los baños”, reflexiona Vera.
De concretarse los “magníficos” planes
que desde hace varios años ha venido impulsando la administración de la
entidad, la vida que por décadas han mantenido los comuneros,
desaparecería junto con el esplendor y belleza de la zona.
“No vamos a tener la facilidad de ir a
la playa a tirarse todo el día sin que te cueste un peso. A lo mejor
sería bonita una parte hotelera, donde haya muchos servicios”, apunta
el comunero, pero de inmediatamente los trazos imaginarios que apenas
comenzaba a hacer se diluyen al pensar en el daño al medio ambiente,
todo lo que se destruiría, la contaminación de la zona…
“En el papel se pueden decir muchas
cosas, hay grandes propuestas para modificar y hacer proyectos, dicen
que no se va a tocar la naturaleza, pero eso nada más es un decir”,
agrega el campesino, seguro como quien lo ha oído todo, pero visto nada.
“A nuestra comunidad, la queremos
íntegra. A la tierra le decimos madre porque nacimos de ella y un día
vamos a volver a descansar en ella. No la vemos como negocio. La tierra
es sagrada para nosotros, es un ser viviente que depende de nosotros.
Yo tengo un hijo y no busco hacer negocio con él; no lo voy a vender
para adquirir dinero, porque es mi hijo. A nuestra tierra, la vemos
así: es sagrada, es parte de nosotros”, explica Vera sobre la
concepción y el arraigo que la gente tiene con la región.
Maderas, minerales, playa…
“Nuestra derrota estuvo
siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado
siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los
imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y
neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se
convierte en veneno”: Galeano.
Para explicar la verdadera riqueza de la zona, Agustín Vera narra la anécdota de un joven de su comunidad:
Un muchacho que fue a estudiar biología
a la ciudad de Morelia le dijo un día a su profesor: ‘profe, yo la
verdad no puedo sostener mis gastos, somos muy pobres. No tengo papá,
mi mamá es madre soltera. No tenemos para comer en casa, pobremente
comemos’. El profesor le responde, ‘¿por qué?’, ‘porque no tenemos
dinero, no podemos comprar carne porque no tenemos dinero’, ‘entonces,
¿qué comes?’, pregunta el maestro. El joven contesta: ‘nos vamos al
río, pescamos un chacal; nos vamos al mar, pescamos una langosta’. Esa
es la riqueza que tenemos.
Y sí, los recursos naturales son los
que mantienen a las poblaciones que saben racionalizarlos y no
sobreexplotarlos; no tienen dinero para adquirir lujos, teléfonos
inteligentes, ropa de marca, carros, joyas o cualquier objeto banal que
hemos endiosado y que poco a poco va haciéndonos menos funcionales si
no lo tenemos, pero tampoco lo necesitan porque a quien no tiene
posesiones, el río le da de comer. Esa es su riqueza.
En Ostula, como en todas las
comunidades indígenas del país, se concentra la mayor diversidad
natural; la sabiduría de los comuneros puede distinguir de entre la
maleza de la zona, infinidad de plantas medicinales que por años, han
servido de base para la producción de medicamentos que las grandes
empresas patentan sin que los pobladores se beneficien de modo alguno.
“Tenemos las playas más lindas del
estado de Michoacán, vírgenes, sin ninguna contaminación, al contrario,
las cuidamos; hacemos faenas comunitarias para limpiar. Tenemos ríos
vírgenes con mucha riqueza natural”, describe orgulloso el vocero de
Ostula.
Pero además de este tesoro, el subsuelo
y los bosques guardan otros de los que los codiciosos –empresas mineras
transnacionales y el crimen organizado- buscan apoderarse.
“En la costa, a los municipios de
Chinicuila y Aquila, antes del ocho de febrero de 2014, el crimen
organizado era el que estaba saqueando las minas, llegaban con sus
máquinas y empezaban a explotar las minas que producen mucha derrama
económica, son intereses; el mismos sistema está involucrado”, señala
con determinación Vera.
La explotación maderera, es otro polo
económico que también ha sido explotado por el narcotráfico. En las
costas que van desde Nayarit hasta Guerrero se produce una madera muy
fina que incluso se encuentra en peligro de extinción: la sangualica,
científicamente conocida como dalbergia sp.
Esta especie en peligro de extinción,
está protegida por la Norma Oficial Mexicana NOM59-SEMARNAT-2010 y
alcanza un valor comercial que oscila entre 25 mil y 32 mil pesos por
metro cúbico.
“Esa es una de las maderas más finas
que hay en el mundo…acabaron con todo, se metieron los criminales a
punta de arma, cortaron la madera, el ayuntamiento les proporcionó la
maquinaria, los equipos de volteo, las retroexcavadoras, sacaban la
madera y la embarcaban, la llevaban a Manzanillo y a Lázaro Cárdenas”,
narra el vocero con visible enojo, pues es a través de este tipo de
material forestal que se mantiene la humedad en la zona.
Cuando la policía comunitaria tomó
control de la seguridad en esa región de la costa michoacana,
decomisaron la madera que ya había sido seccionada y se mantiene bajo
resguardo, “estamos haciendo un programa de manejo forestal con
estrategias de reforestación para que la madera que tenemos, la podamos
vender legalmente pero el Estado nos dice: ‘la madera no es de ustedes,
son bienes de la nación y no la pueden tocar porque es un delito’, ¿y
el que la cortó”, cuestiona Vera.
En reunión con Jaime Martínez Veloz,
comisionado para el diálogo con los pueblos indígenas, realizada el 12
de junio, los vecinos de la zona solicitaron los permisos
correspondientes para comercializar la madera pues conservarla implica
mantener un riesgo latente para comunidad, ante un posible ingreso de
grupos del crimen que busquen apoderarse de ella.
La joya de la corona: Xayacala
“La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será”: Galeano
“En Xayacala, recuperamos alrededor de
mil 200 hectáreas que estaban en manos de Federico González y Mario
Álvarez, ellos eran los dueños y utilizaban ese lugar para torturar
gente, cuando entramos, encontramos fosas, muchos cadáveres. Era un
lugar donde, clandestinamente, desembarcaban droga…Les pegamos fuerte y
esa es la razón por la cual no nos dejan en paz”, narra el vocero de
Santa María Ostula.
Mario Álvarez, alias El Chacal,
es señalado por los comunitarios como dirigente de Los Caballeros
Templarios y cacique del PRI en la región; Federico González, alias Lico, es el jefe de plaza de dicha organización criminal en el municipio de Aquila.
“Pareciera que a nuestra comunidad, por
ser tan pequeña, el Estado mexicano quiere acabarla con todo; hemos
crecido en una historia de lucha que nos ha formado como comuneros y
nos queda claro que somos nosotros mismos los que nos tenemos que
cuidar nuestros recursos naturales, nuestra madre tierra”, sostiene
Agustín Vera, vocero de Santa María Ostula, Michoacán, comunidad que
vio cómo elementos del Ejército dispararon indiscriminadamente contra
la población civil, asesinando a un menor de 12 años y dejando heridas
a seis personas, entre ellas, una menor de seis años.
Los hechos arriba descritos, generaron
que desde hace varios años, su comunidad se encuentre en el ojo del
huracán: de 2008 a la fecha, 32 integrantes de la comunidad, que
ostentaban cargos agrarios, fueron asesinados; a partir de febrero de
2010, seis personas se encuentran en calidad de desaparecidas. Ni el
gobierno estatal, ni el federal, han reportado avances en la
investigación.
“Los grandes caciques, los ricos, las
empresas, el mismo sistema capitalista es el que nos ha querido
destruir. Para el Estado mexicano somos una miniatura, no nos alcanzan
a ver ni nos van a escuchar, esa es la realidad del asunto…”, concluyó
el vocero.
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