La política económica de lo que resta del sexenio está basada en un escenario irreal: prevé una paridad de 16.40 pesos por dólar, cuando todo indica que rebasará los 17 pesos. El resultado: un tercer recorte presupuestal en 2016
Si la política fiscal conservadora empleada en la primera mitad del gobierno actual fue grisácea,
en tanto que nada contribuyó para tratar de alcanzar los objetivos
generales de política económica comprometidos por Enrique Peña Nieto en
su discurso del 1 de diciembre de 2012 (reactivar el crecimiento
económico, crear empleos formales, asegurar la estabilidad de precios y
unas cuentas externas sostenibles y relativamente equilibradas, elevar
el bienestar de la población), la segunda parte del sexenio empeorará.
Las metas económicas de inicios del sexenio fueron abandonadas en 2015 y arrojadas definitivamente al olvido para 2016-2018.
El
economista por la Universidad de Monterrey y el diputado priísta
Baltazar Hinojosa aseguró recientemente que el presupuesto aprobado para
2016 no es recesivo. Sin embargo, la fantasía de la expansión
productiva sostenida, el empleo y el bienestar fue lo primero que se arrojó por la borda del buque peñista que hace agua.
A
estas alturas del sexenio se suponía que dicho barco avanzaría, viento
en popa, a un ritmo de 4.7 por ciento en 2015, 4.9 por ciento en 2016 y
poco más de 5 por ciento en 2017 y 2018, empujado por los alegres
vientos de la reprivatización petrolera y eléctrica.
Sin embargo, en este año que agoniza, la nave se encuentra estancada y se hunde en cámara lenta en la zona abisal del ciclo económico.
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En
2015 y 2016 el aparato productivo apenas registrará una tasa mediocre
de crecimiento del orden de 2 por ciento. En lo que resta del sexenio,
su evolución es incierta, pues será afectada por la ralentización y la
nueva fase recesiva que se anuncia internacionalmente, con sus secuelas
sobre el comercio; el alza gradual en las tasas de interés que decretará
la Reserva Internacional (la Secretaría de Hacienda y Crédito Público
estima que los bonos del tesoro de Estados Unidos de 10 años subirán de
2.9 a 4.2 por ciento entre 2016 y 2018), al que le seguirá el
endurecimiento monetario del Banco de México (los certificados de
tesorería a 28 días pasarían de 3.1 por ciento a 5.8 por ciento); “las
presiones financieras, la volatilidad en los mercados emergentes, [la]
retracción de los flujos de capitales y presiones a la baja sobre los
precios de los activos y las monedas”, según el Fondo Monetario
Internacional, FMI (Perspectivas económicas. Las Américas ajustando bajo presión,
octubre de 2015); y el ajuste fiscal ortodoxo videgaryano (recorte del
gasto público real en 5.9 por ciento en 2016), con sus efectos
paralizantes señalados por cualquier manual de economía que no leyó el
diputado Hinojosa, o que finge demencia desconocerlos, al igual que el
titular de Hacienda, Luis Videgaray Caso.
Lo
único que se ve desde hace varios años en la economía mexicana es lo
que el especialista escocés Mark Blyth, de la Universidad de Brown,
calificó como el rebote de un gato muerto: “Si tiras un gato muerto
desde un edificio, cuando llegue al suelo rebotará. Pero sigue siendo un
gato muerto”.
Ver/ocultar tabla. Consumo austero: ¿motor del crecimiento?
A cada tanto, con los veraneos
presupuestarios –como lo hizo Luis Videgaray en 2014, cuando amplió
modestamente el gasto público, olvidándose momentáneamente de su
inclinación fiscalmente austeriana–, los gobiernos neoliberales azotan en el piso al felino económico para comprobar su estado de salud.
La
política económica diseñada por Luis Videgaray para 2016-2018
representa un giro radical hacia la estabilidad de precios, la
astringencia monetaria y la “consolidación” fiscal, en sustitución del
crecimiento.
Pero la estrategia de
control de la inflación (3 por ciento anual, +/-1 punto porcentual) es
desestabilizadora, ya que, por un lado, depende de la estabilidad y el
deliberado atraso, el cual abarata artificialmente las cotizaciones de
las importaciones que compiten desventajosa y destructivamente con la
producción local.
Ver/ocultar: FMI y Hacienda, proyecciones del crecimiento económico 2015-2020
Hacienda
había propuesto una paridad media nominal de 15.9 pesos por dólar en
2016, 2 por ciento más alta con relación a 2015 (15.6 pesos por dólar), y
un punto porcentual menos respecto de la inflación esperada. Esto
equivalía a una moderada sobrevaluación adicional.
El
Congreso de la Unión, empero, elevó la paridad propuesta a 16.40 pesos
por dólar, lo que implicaría una depreciación nominal de 5 por ciento.
Pero no porque quisiera evitar los costos perniciosos de la
sobrevaluación, sino para dotar artificiosamente al Estado con alrededor
de 17 mil millones de pesos “adicionales”, con un simple truco
numérico. Un dólar más caro ofrece más pesos.
En
cualquier caso, ambas estimaciones carecen de relevancia. Son parte de
la irrealidad cuantitativa en la que se ha convertido la “planeación”
económica.
En los Criterios de política económica
de 2015, Videgaray había estimado una paridad media de 13 pesos por
dólar, contra la de 13.10 de 2014 (finalmente fue de 13.29). La
diferencia original era de una revaluación cambiaria de 0.8 por ciento.
Con los ataques especulativos de este año, en los Criterios
de 2016, Hacienda revaluó la paridad de 2015 a 15.60 pesos por dólar,
lo que indicaría una devaluación media de 19 por ciento respecto de
2014.
Hasta
el 18 de noviembre de 2015 promedió 16.31 pesos por dólar, un deterioro
de 23 por ciento. Esto a pesar de que el Banco de México ha subastado
17.3 mil millones de dólares (mmd) de agosto a la fecha, cuando decidió
“defender” de esa manera la estabilidad de la moneda de los ataques
especulativos, o 22.8 mmd en lo que va del año.
Esa
cantidad es similar a la baja de las reservas internacionales (20.1
mmd) registrada entre finales de enero y el 13 de noviembre, cuando
pasaron de 196 mmd, su máximo histórico, a 173 mmd. Esa pérdida supera
las acumuladas en 2014 (16.7 mmd). Es la peor merma desde 2006, cuando
se redujeron en 989 millones de dólares.
Así, la política económica y presupuestal de 2016 está más que muerta,
si se añade que se basó en un precio medio de la mezcla del petróleo de
50 dólares por barril (db) para 2015 y 2016. Pero resulta que éste es
de 40.48 db hasta noviembre (el 18 de ese mes cayó a 33.36 db, el precio
más bajo desde diciembre de 2008, cuando fue de 30.38 db), casi 10
dólares por barril menos y difícilmente al nivel citado anteriormente.
Para
2017 y 2018, Hacienda proyectó un precio de 54 db y 57 db. Por su
parte, el FMI)supone que será de 46.40 dólares por barril en 2015, 45.90
db en 2016, 50.60 db en 2017 y 50.60 dólares por barril en 2018.
Si ese escenario es más realista, entonces el país estará de cabeza, más hundido en el fango recesivo.
En
ese tenor, es previsible que en 2016 el gobierno de Peña, por conducto
de Videgaray, anuncie un tercer recorte en el gasto público para
mantener la “solidez” financiera de la economía y de las cuestas
estatales.
El paralelo histórico
Pero eso no importa, Agustín Carstens, el general de un mil batallas monetarias,
dará todos los dólares de la reserva que pueda y que quieran los
especuladores y, como premio adicional, les concederá más intereses por
sus inversiones financieras. Tampoco interesa hasta dónde llegue el
precio del dólar. Al nivel que llegue, Carstens dirá que se siente
satisfecho; que en el lugar donde se ubique la relación peso-dólar será
su nuevo nivel de estabilidad; que su salvaguardia del peso resultó
exitosa, digna del Premio Nobel de Economía. Será como la defensa perruna
del peso de José López Portillo de 1981. Justo cuando se desplomaban
los precios del petróleo, se fugaban masivamente los capitales y revoloteaban los fantasmas
de la macrodevaluación inflacionaria de 1982, la crisis de la balanza
de pagos, de la deuda externa, de la insolvencia de pagos y el colapso
del modelo petrolero, y se inauguraban los programas de ajuste
fondomonetarista, entre ellas la fiscal, y las contrarreformas estructurales que parieron a los antecesores de Peña Nieto, Videgaray y Carstens.
El
problema de la paridad es que la estabilidad oficial es inestable.
Volátil. Su precio no depende del Banco de México, sino de los
demandantes de divisas, los movimientos de capitales, la política
monetaria de otros países.
Cuando la Reserva Federal estadunidense eleve su tasa de referencia, las reservas se evaporarán más rápido de las que acumula el banco central.
Cuando
el Banco de México decida cancelar la subasta de dólares y si no decide
restringir su venta y la entrada y salidas de capitales especulativos,
si no decide regular al sistema financiero, entre otras medidas, la
caída del peso será libre.
Mientras tanto, el FMI ya mostró su preocupación por la cuantía de las reservas internacionales sacrificadas.
Países como Rusia o Brasil han inmolado inútilmente decenas de miles de dólares en la defensa de su signo monetario.
Por
otro lado, la sobrevaluación contribuirá al mayor deterioro de la
cuenta corriente de la balanza de pagos. Su déficit estimado en 2016
llegaría a su nivel más alto de la historia del país: 31.6 mmd, el cual
sería superado en 2017-2018. En 2012 fue de 16.4 mmd. Con relación al
producto interno bruto (PIB) no es comparable con el de 1994 (29.7 mmd),
el año del colapso del modelo neoliberal –que sobrevive artificialmente
gracias a la ausencia de la revuelta social–, cuando fue de 8.9 por
ciento. En 2012, 2016 y 2017-2018 fue y sería de 1.4 por ciento, 2.6 por
ciento y 2.5 por ciento, respectivamente.
Ver/ocultar: Cuenta corriente de la balanza de pagos, déficits históricos
Lo
paradójico es que ese ascendente desequilibrio externo corresponde a
una tasa de crecimiento que se miniaturiza cada año. En 2015, la
variación real del PIB será del orden de 2 por ciento, la peor desde
2011-2012, cuando fue de 4 por ciento. Unas décimas de punto más es una
simple curiosidad estadística. El promedio anual de 2013-2015 será del
orden de 2 por ciento. En 2016 de 2.6 por ciento, en su estimación
mínima, menor al potencial del PIB estimado por Hacienda en 2.8 por
ciento, el cual, supuestamente, se superaría en 2017 y 2018, donde sería
de al menos de 3.5 por ciento y 4 por ciento.
Por desgracia, la realidad se ha convertido en una danza esquizofrénica de números de dudoso sustento.
El 17 de noviembre, al presentar el informe Mexico 2015 Article IV consultation press release and staff report, Christine Lagarde, cancerbera del FMI, dijo que las reformas estructurales impulsarán, a mediano plazo, el “crecimiento potencial” a 3-3.5 por ciento.
En
ese documento de 72 páginas, en su “escenario histórico” o básico, el
FMI proyecta la misma tasa de crecimiento de 2.5 por ciento para cada
año entre 2016 y 2020. En su cálculo optimista, pronostica una tasa de
2.5 por ciento en 2016, de 2.9 por ciento en 2017, de 3.1 por ciento en
2018, de.3.2 por ciento en 2019 y de 3.3 por ciento en 2020. La tasa
media para la segunda mitad de peñismo sería de 2.8 por ciento bajo la
lógica del organismo. La sexenal de 2.4 por ciento. Casi la mitad del paraíso prometido por el peñismo.
Pese
a todo, el FMI consideró que los fundamentos de México son “sólidos”.
Que “la economía mexicana continúa creciendo a buen ritmo mientras que
la estabilidad financiera ha sido bien preservada” (www.imf.org/external/spanish/np/sec/pr/2015/pr15519s.htm#P24_506).
En 2016, Hacienda aplicará otro recorte: el dinero adicional al presupuesto salió de un truco… Clic para Tuitear
El
sueño de la tasa de 5 por ciento se esfumó entre los entresijos de la
incertidumbre local e internacional, el desplome de los precios del
crudo y otros hoyancos que aparecieron en el edificio neoliberal peñista.
¿Y los efectos multiplicadores de las contrarreformas estructurales reprivatizadoras?
Ahora Peña Nieto y Videgaray se aferran a otro quimérico clavo ardiente: el Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP, por su sigla en inglés), el nuevo patio trasero
estadunidense, que excluye a China (México tiene un déficit comercial
promedio del orden de 5 mil millones de dólares; en 2015 superará los 60
mil millones, la mitad del superávit que tendrá con Estados Unidos), y
que navega a contrapelo librecambismo pontificado por la Organización Mundial de Comercio.
Ver/ocultar | Inversión: ¿y las inversiones masivas esperadas por la contrarreforma petrolera y eléctrica?
¿Qué
puede esperarse de él si hasta la fecha se han firmado 11 tratados de
libre comercio con 46 países, 32 acuerdos para la promoción y protección
recíproca de las inversiones con 33 países y nueve acuerdos de alcance
limitado, además de participar en diversos organismos y foros
multilaterales y regionales, convenios en los que ya participan la
mayoría, si no es que todos, los miembros del TPP?
¿Qué puede esperarse de un acuerdo “negociado” en la oscuridad, como el firmado con Estados Unidos y Canadá, y que en nada ha servido al crecimiento, el empleo y el bienestar?
¿Qué
nuevas cosas pueden negociarse en beneficio del país si la economía ya
está más abierta que las puertas de una cantina; si, de todos modos,
México se mantiene como una colonia estadunidense; si con todo y el
aperturismo indiscriminado, desde 1983, la economía repta lastimosamente
por el fango del estancamiento crónico?
¿De
qué servirá el TPP si la actual crisis mexicana representa el colapso
de su modelo primario-exportador y de patio de ensamblaje de las
empresas multinacionales?
En diciembre de 2011, luego de que la famosa Troika,
es decir, la Comisión Europea, el Banco Central y el FMI, obligara a
los países europeos a abandonar el gasto estatal expansivo anticrisis y
retornar a la ortodoxia (recorte salvaje del gasto y aumento de
impuestos y de precios públicos) de la consolidación fiscal, con el
objeto de reducir el déficit público a 3 por ciento o menos del PIB,
Heiner Flassbeck, de la Conferencia de la Organización de las Naciones
Unidas sobre Comercio y Desarrollo y exviceministro de Hacienda alemán,
publicó el documento On the brink: fiscal austerity threatens a global recession (Al límite: la austeridad fiscal amenaza con una recesión mundial).
En
el estudio se señala que las políticas de ajuste fiscal de las 2
últimas décadas no trajeron la expansión económica esperada. Por el
contrario, llevaron a la economía internacional a la recesión: “El
círculo vicioso inducido por la contracción fiscal, instituciones
financieras débiles y hogares financieramente frágiles está alentando
una crisis de confianza y contrayendo la inversión y la creación de
trabajo en los sectores privado y público simultáneamente. Los países
amenazados por la recesión y la deflación deberían evitar intensificar
las medidas de austeridad porque no es probable que produzcan los
resultados esperados y podrían empujar al mundo a una nueva recesión, o
incluso directamente a una depresión”.
Por
esa razón, Flassbeck recomienda, entre otras cosas, abandonar la “fobia
fiscal”, dejar de preguntarse si el déficit fiscal es “demasiado
grande”, evitar la austeridad ante la amenaza de la recesión y la
deflación, y preocuparse por la manera eficaz de emplear la política
fiscal como herramientas para estimular el crecimiento económico, el
desarrollo, el empleo, los ingresos por impuestos.
Las
políticas fiscales austeras, agrega Flassbeck, han provocado la
reducción de la inversión, pérdidas de puestos de trabajo, menores
ingresos fiscales y un estancamiento o caída del crecimiento del PIB.
Las políticas expansivas generan los efectos contrarios.
Después de traicionar la cruzada en contra de la austeridad fiscal y de aceptar aplicar ese programa impuesto por la Troika,
el 12 de noviembre, el gobierno encabezado por Alexis Tsipras enfrentó
la primera huelga general de los griegos descontentos. “Pienso que
debemos reiniciar la lucha contra el capitalismo y el liberalismo que se
ha impuesto en el mundo, en España y en Europa”, opinó un heleno.
Por
esas fechas, el gobierno portugués de Pedro Passos Coelho fue sepultado
por el rechazo social a la austeridad y la obsesión por reducir el
déficit fiscal por abajo del 3 por ciento del PIB como lo exigía la
Troika.
Peña, Videgaray y Carstens no esperaron a que les pusieran en lacabeza la pistola de la austeridad fiscal. Prefirieron imponerse ellos mismos el martirio y aplicarse el harakiri fiscal. Al estilo de países como Irlanda, España, Grecia, Italia…
Tienen una ventaja sobre Tsipras, Passos y otros gobernantes víctimas de su propio austericidio: la población mexicana todavía no está dispuesta a emplear la revuelta como forma para barrer el malsano ambiente neoliberal.
La
manera en que fue diseñada la política fiscal para 2016-2018 implica la
reaparición de la vieja ortodoxia fondomonetarista, basada en los
temores a la inflación y al déficit público. Representa el retorno del
viejo paradigma de la austeridad fiscal por medio del recorte brutal e
indiscriminado del gasto público, el cual sólo deja intocado los que
benefician a la elite político-oligárquica, a los especuladores
financieros y los tenedores de los títulos de la deuda interna y externa
estatal. Que aceitan el funcionamiento de los aparatos represivos del Estado.
En
las siguientes entregas se verá cuál es la política de ingreso y
egresos que se aplicará para reducir el déficit fiscal –que excluye las
“inversiones de alto impacto”– de 1 por ciento del PIB en 2015 a cero
por ciento en 2017-2018, ajuste que convertirá en superavitario el
balance económico primario, la diferencia entre el ingreso y el gasto
que excluye los intereses de la deuda estatal, excedente que servirá
para pagar estos últimos.
Peña Nieto y Luis Videgaray prefirieron sacrificar el crecimiento, el bienestar, para no defraudar a los deudores.
“Si tiras un gato muerto desde un edificio, cuando llegue al suelo rebotará. Pero sigue siendo un gato muerto” Clic para Tuitear
Marcos Chávez M*, @marcos_contra
*Economista
[BLOQUE: ANÁLISIS][SECCIÓN: ECONÓMICO]
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