Miguel Concha
La Jornada
A unos días del quinto
aniversario de la desaparición forzada de los 43 jóvenes normalistas de
Ayotzinapa, se dio a conocer un golpe tremendo contra la lucha de los
familiares por la verdad: la liberación de Gildardo López Astudillo,
señalado como líder del grupo criminal Guerreros Unidos, quien
habría tenido un papel relevante en esos lamentables hechos. Tras
considerar un juez que no había pruebas suficientes y lícitas en contra
de López Astudillo, fue absuelto y salió del penal en el que había
estado por cerca de cuatro años, pues fue aprehendido a unos días del
primer aniversario de la desaparición de los estudiantes, llevándose
consigo información valiosa para dar con el paradero de los jóvenes.
Las familias reaccionaron con una indignación que es perfectamente
justificable y tiene también lamentables antecedentes y advirtieron que,
de no enderezarse el actuar de los ministerios públicos, lo mismo
podría suceder con decenas más de personas involucradas. Tanto las
familias como los peritos, entre ellos el experimentado Equipo Argentino
de Antropología Forense, habían advertido desde los inicios de la
investigación que había irregularidades en el proceder de las
autoridades y que la evidencia existente no se correspondía con las
presuntas declaraciones de las personas presentadas como probables
responsables.
El Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI)
advirtió no sólo de la imposibilidad fáctica de la teoría oficial del
caso, sino que señaló graves irregularidades en la actuación de las
autoridades investigadoras. A esto se sumó el informe Doble Injusticia
de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos, el cual expuso la existencia de fuertes elementos de
convicción, para concluir que al menos en contra de 34 de 63 personas
imputadas existió tortura.
Al analizar los recursos de amparo interpuestos por la defensa de
varios acusados, un tribunal colegiado de Tamaulipas reconoció la falta
de exhaustividad e imparcialidad en la investigación, así como la
tortura contra los detenidos, y ordenó reponer el procedimiento, creando
una comisión investigadora con la participación de las familias y sus
representantes, de expertos internacionales y de la CNDH, en
acompañamiento al Ministerio Público.
Sin embargo, la Procuraduría General de la República (PGR) se negó a
seguir las recomendaciones del GIEI y del tribunal colegiado de
Tamaulipas y encubrió a quienes torcieron la investigación hasta el
último día de la pasada administración. Al momento de escribir estas
líneas estas personas, que actuaron contra el derecho a la verdad y la
justicia de los 43 jóvenes y sus familias, no han rendido cuentas por
tan grave, doloroso e impune modo de actuar.
El cambio de gobierno trajo nuevas expectativas, y con la
materialización de la Comisión Presidencial para asegurar el acceso a la
verdad y la justicia, encabezada por el subsecretario Alejandro
Encinas, se renovó la esperanza de hallar a los muchachos.
Lamentablemente, el impulso que han mostrado los funcionarios
integrantes de esta comisión no ha sido del todo acompañado por quienes
tienen la investigación penal en sus manos desde hace al menos 10 meses:
no se han corregido las deficiencias cometidas por la PGR, no se han
presentado nuevas acusaciones, ni se ha actuado contra quienes sembraron
los errores que hoy han llevado a la caída de los procesos contra
personas relevantes. Incluso hace apenas dos meses se nombró al fiscal
especial para el caso, en quien las familias han depositado gran
confianza.
La liberación de El Cabo Gil es la primera absolución que
consigue un acusado en la desaseada investigación armada por la PGR para
imponer una versión mediante todo tipo de violaciones al proceso y a
los derechos humanos, incluyendo el derecho a la verdad y a la justicia.
Pero podría haber más.
Las familias, por su parte, con su enorme y digna lucha, han
conseguido que el caso no se cierre mediante verdades fabricadas a modo,
mientras que los organismos internacionales han colaborado mostrando
caminos relevantes para este caso y para decenas de miles más. Ahora es
realmente urgente que las personas que tienen en sus manos el caso se
apresuren a evitar que más personas con información sobre el paradero de
los estudiantes eludan la justicia.
Aunque también, como expresó La Jornada en su editorial del 6
de septiembre pasado, “por la fuerza ejemplar del caso Iguala, en tanto
emblema de la violencia perpetrada con la connivencia de las
autoridades, la liberación de El Cabo Gil coloca a la Fiscalía
General de la República en la obligación de investigar la investigación;
es decir, a poner bajo la lupa a sus empleados o ex empleados que
intervinieron para enturbiar el curso de las indagatorias”. Añadiendo
que dicha pesquisa no estará completa si no se voltea hacia los jueces
que han hecho gala de
generosidaden el tratamiento de los presuntos culpables.
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