El 16 de septiembre
confluyeron en México dos hechos que abonan a la memoria histórica: la
“Victoria Alada”, monumento icónico de México cumple 108 años de haberse
inaugurado en tiempos de Porfirio Díaz y ha pasado también un mes de
que éste mismo fuera el escenario del “dolor” del poder por haber
resultado “dañado” en medio de las protestas en favor de las exigencias
feministas o al menos así es como lo hizo ver la primera dama Beatriz
Gutiérrez Müller desde su declaración:
“Puede ser el caso de más injusticia en la historia del mundo, pero ese edificio o esa puerta es patrimonio de todos, entonces es una agresión a todos, independientemente de la justicia o validez que tenga la protesta, que sea en el momento que sea, en el siglo que sea”.
Pocos días después, Claudia Sheinbaum, Jefa de Gobierno de la Ciudad de
México, anuncia el costo de la restauración del monumento, sería de 10 a
13 millones de pesos y se agregó, que la restauración es estructural
pues era necesaria y ya había sido programada debido a los daños
sufridos por el sismo de septiembre de 2017. A las declaraciones del
daño, de lo viral del Hashtag #NoMeRepresentan, se suman posturas de
medios de comunicación quienes no cuestionan lo justo de las exigencias,
pero sí las maneras violentas y agresivas de hacerlo, pues un reportero
sufrió agresiones en cumplimiento de su labor, pero no precisamente por
una mujer, sino por un grupo de choque.
La voz, casi
generalizada es la de que “nada justifica la violencia”. Lo que poco se
analiza, es que en un país con el primer lugar en embarazo infantil (sí,
no con el primer lugar de pederastas y violadores, porque hasta en el
lenguaje, va implícita la culpa de la mujer aunque sea una niña); un
país de tradición machista ejercida como método de identidad social y
cultural (el macho mexicano, mujeriego); un país de tradición religiosa
que acostumbra poner a las mujeres en un lugar inferior en jerarquía que
un hombre y como las portadoras de la culpa original; un país en el que
van en aumento los feminicidios, violaciones y desaparición forzada; un
país en el que predominan poderes fácticos como el crimen organizado y
para quienes es jugosamente redituable la mercantilización del cuerpo
femenino y su explotación sexual a lo que se le agrega la desigualdad
social en aumento, y que conlleva el aumento de la captación de hombres
por ésas células y quienes a su vez, explotan y cometen vejaciones en
contra de mujeres, lo que Sayak Valencia llama “endriagos”, hombres que
utilizan la violencia como medio de superviviencia, mecanismo de
autoafirmación y herramienta de trabajo, bajo un sistema de poder,
economía y virilidad depredadora.
Este país por tanto, es un
país violento para ser mujer o niña, con un sistema que echa a andar
todo un andamiaje de poder, todo un dispositivo entendido en el sentido
de poder Foucaltiano (red de relaciones sociales construidas en torno a
un discurso: instituciones, leyes, políticas, disciplinas, declaraciones
científicas y filosóficas, conceptos y posiciones morales con la
función específica de mantener el poder en Ariadna Estévez) que está
diseñado para que exista ésa violencia e impunidad estructural, si bien
mediante vacíos legales o con cuestiones fácticas, como normalizar la
violación por parte del esposo, la violencia doméstica por ser cosa de
pareja o bien, siendo violentada por las mismas autoridades que debieran
proteger sus derechos.
Como ya lo ha dicho, Iyamira Hernández,
“hagámonos entender, la violencia se ejerce por acción y también por
omisión, cuando se transgreden los derechos de otra persona”, por tanto,
tenemos una violencia estructural ejercida por el estado comenzando por
la impunidad y simbólica en el sentido de Bordieau, para quién esta
última es “la aceptación, la internalización por parte del dominado, de
los esquemas de pensamiento y valoración del dominante, haciendo
precisamente invisible la relación de dominación”. Pero ¿puede pasar que
un día esa violencia simbólica sea visible en la relación de
dominación? Sí, esto es justo lo que ha pasado en la protesta en CDMX
que se califica de violenta. Para John Keane: [la violencia se entiende]
como aquella interferencia física que ejerce un individuo o un grupo en
el cuerpo de un tercero […] es siempre un acto relacional en el que su
víctima, aun cuando sea involuntario, no recibe el trato de un sujeto
cuya alteridad se reconoce y se respeta, sino el de un simple objeto
potencialmente merecedor de castigo físico e incluso destrucción y para
Michel Wieviorka, la violencia no es más que la incapacidad del sujeto
de convertirse en actor, es precisamente esa subjetividad negada o
disminuida. Es decir, toda esa capacidad de actuar que ha sido anulada
mientras se es violentado, puede ser también el impulso que lleve a
algunos a manifestarse violentamente. Podría decirse que incluso, esta
violencia había tardado en hacerse presente dados los hechos actuales en
contra de las mujeres.
La declaración de Gutiérrez Müller, desde
el sistema, es la de reforzar que calladitas, en sumisión y protestando
pacíficamente confinadas al lugar al que se nos ha relegado, al
privado, es posible levantarse ante el hartazgo del miedo por nuestras
vidas, nuestra seguridad, por la de nuestras hermanas, las
desaparecidas, las niñas abusadas o desaparecidas forzadamente. Así,
conforme a la norma y a un sistema en el que no todas las mujeres
podemos decidir aún ni sobre nuestros propios cuerpos y apenas se nos
permite decidir sobre la vida política del país hace 64 años, sí podemos
morir destripadas en una carnicería o ser violadas en una oficina de
Ministerio Público y debemos manifestarnos pacíficamente. Su postura
representa la de un sistema y no la de una mujer mexicana que para que
pueda ostentar el título de Doctora tuvo que ser derramada la sangre de
muchas mujeres que lucharon por el privilegio de educarse, de ser
consideradas como seres pensantes. Desde su postura la lógica
sistemática es ¿cómo el sujeto violentado se va a convertir en el
violentador?, eso, siempre va a asustar al poder porque se mueven las
fibras que lo erigen, se sale de control la dinámica de poder.
La
protesta, es un derecho y una herramienta necesaria para reafirmar o
conquistar nuestros derechos fundamentales cuando un gobierno no toma
las medidas suficientes, justas o correctas ante su defensa. El
monumento conocido como “Ángel de la Independencia” contiene en sí mismo
un hecho histórico que deriva de la violencia y el coraje de oprimidos
que sabían que no es desde el poder desde donde se transforma la
realidad y no siempre es de manera pacífica sino desde el cúmulo de
hartazgo, del dolor, de la injusticia.
Ese edificio, ésa
ventana, ésa columna patrimonio de la humanidad, no nos importan si
vivimos con miedo cada día de nuestra vida y si ninguna infraestructura o
institución, nos garantiza seguridad, somos más de la mitad en número
en este país y muchas de nosotras contribuimos al engrandecimiento,
aunque se quiera invisibilizar. Justo, los monumentos para eso son
erigidos, para fungir como memoria histórica y nada está acordado
respecto al tiempo que deba pasar para que puedan ser “históricos”, pero
en este momento, ese monumento representa el dolor, la rabia, la
impotencia, indignación y desesperación de las madres por sus hijas
desaparecidas, por las asesinadas; el clamor de la mujeres que ha ido
desde un propio derecho sobre el cuerpo, el tiempo y decisiones a una
defensa del máximo bien, la vida y se atrevieron a salir de la regla y
pasar al lado de la violencia desde la que han sido construidas.
Ese
edificio, ésa ventana, ésa columna patrimonio de la humanidad, no nos
importan si vivimos con miedo cada día de nuestra vida y si ninguna
infraestructura o institución, nos garantiza seguridad, somos más de la
mitad en número en este país y muchas de nosotras contribuimos al
engrandecimiento, aunque se quiera invisibilizar. Justo, los monumentos
para eso son erigidos, para fungir como memoria histórica y nada está
acordado respecto al tiempo que deba pasar para que puedan ser
“históricos”, pero en este momento, ese monumento representa el dolor,
la rabia, la impotencia, indignación y desesperación de las madres por
sus hijas desaparecidas, por las asesinadas; el clamor de la mujeres que
ha ido desde un propio derecho sobre el cuerpo, el tiempo y decisiones a
una defensa del máximo bien, la vida y se atrevieron a salir de la
regla y pasar al lado de la violencia desde la que han sido construidas.
Hay una anécdota que cuenta Slavoj Zizeck, sobre Picasso, quien al ser
cuestionado sobre el caos que plasma en su Guernica, al preguntarle qué
ha hecho responde: ¡Vosotros lo habéis hecho! ¡Éste es el resultado de
su política!
Ese monumento contiene ahora también un hecho
histórico social, en el que las mujeres se reafirman como personas,
portadoras de derechos humanos y no como objetos o sujetos contra los
que se continúa aplicando la violencia e impunidad desde las estructuras
gubernamentales por acción u omisión y que han sido construidas
históricamente. Dejen el monumento como está, con la inscripción de la
historia que ahora le ha tocado atestiguar, de otra manera, es
invisibilizar las exigencias y el movimiento feminista en sí mismo, así
como las políticas que las han llevado a este punto histórico,
contribuyendo de nuevo al caldo de cultivo del hastío y de la anulación
de las mujeres como sujetos y actores.
¿Qué si existe la Ley
Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos que impone prisión por
dañarlo?, pues también existen las leyes penales en contra de los
feminicidios y no vemos cada dos horas y media un sentenciado por ellos…
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