9/18/2019

A contracorriente


Lorenzo Meyer


No obstante compartir características básicas con los países de Hispanoamérica, desde el inicio el proceso político mexicano se ha singularizado en la región. Y hoy, mientras el subcontinente se aleja de la izquierda, México se acerca.
En la Carta de Jamaica que Simón Bolívar dirigió a un inglés en Kingston en 1815, aseguró que la lucha insurgente mexicana no se asemejaba a las de Sudamérica. Sólo en México los líderes rebeldes habían logrado unir con gran éxito religión y política al echar mano del “fanatismo” popular y poner a la virgen de Guadalupe como “Reyna de los Patriotas”. Bolívar suponía que tras la independencia México también sería singular pues optaría por una república donde un solo individuo concentraría el poder o incluso por una monarquía que podría derivar en absoluta. El Libertador no podía saber de Iturbide o Santa Anna, pero los intuyó.
Esa religiosidad mexicana transformada en fuerza política que Bolívar detectó no impidió que la lucha entre una Iglesia Católica particularmente enemiga del Estado laico, en México desembocara en un triunfo rotundo del partido liberal y en una separación radical entre Estado e iglesia —que perdió su poder económico—, proceso que no tuvo paralelo en las otras sociedades del antiguo imperio español.
Dictaduras hubo muchas en la América Latina del siglo XIX, pero ninguna tan estable y bien vista a nivel mundial como la presidida por Porfirio Díaz (1876-1911). Las Fiestas del Centenario en 1910 en nuestro país sirvieron de marco al reconocimiento adulador de las grandes potencias por el progreso porfirista. El periodista James Creelman ya le había informado al mundo que el líder mexicano “ha convertido al pueblo mexicano de revoltoso, ignorante, paupérrimo y supersticioso, oprimido durante varios siglos por la codicia y la crueldad españolas, en una nación fuerte, pacífica y laboriosa, progresista, y que cumple sus compromisos.” El secretario de Estado Elihu Root diría a Creelman: “consideró a Porfirio Díaz, presidente de México, como uno de los hombres a cuyo heroísmo debe rendir culto la humanidad entera.” Ninguna otra dictadura de la época en la región logró cooptar con tanto éxito a los actores y factores de poder internos y externos y combinar esa política con una represión selectiva como lo hizo la Pax Porfírica. Toda América Latina era parte de un orden neocolonial (Tulio Halperín), pero sólo Díaz y su México fueron considerados dignos de tamaños elogios.
En 1911, México pasó de ejemplo de estabilidad y progreso a singularizarse por todo lo contrario, por ser escenario de una violenta e inesperada revolución política y social. Este fenómeno tampoco tuvo entonces un equivalente en la América Latina. Sólo la impresionante violencia de la I Guerra Mundial y el radicalismo bolchevique llevaron a que lo que entonces ocurría en nuestro país no fuera considerado el desastre político más espectacular de la época.
Por un tiempo el populismo cardenista tuvo la compañía de Getúlio Vargas en Brasil y del peronismo en Argentina como gobiernos con una gran base popular, pero ni Vargas ni Perón lograron dotar de solidez y longevidad a sus respectivos regímenes como sí ocurrió en México, donde a partir de 1929 el presidencialismo priista supo resolver lo que Porfirio Díaz no pudo: la transferencia ordenada del poder sin caer en la democracia. El México del PRI fue singular.
Cuando en los 1970 y 1980 la llamada “tercera ola democrática” surgió en la península Ibérica y se extendió a las costas latinoamericanas y abrió las puertas a varias izquierdas, eso no sucedió en México. Aquí donde el viejo orden resistió el embate democrático. En el 2000 el PRI se vio forzado a dejar la presidencia tras monopolizarla por 71 años, pero pudo refugiarse en los estados y 12 años más tarde volvió por ella.
En 2018, la izquierda latinoamericana había perdido el poder, el lustre o de plano la brújula, pero en México, de nuevo a contrapelo, la centroizquierda consiguió un apoyo masivo en las urnas. Ya en el poder se propuso no sólo gobernar sino dar forma a un nuevo régimen. Uno donde el viejo fuera ya sólo historia irrepetible y el futuro una historia por escribir sin la corrupción del pasado.
De nuevo, México se ha movido a contrapelo del sur, en solitario, y teniendo la amenaza creciente del norte. Que la fortuna nos acompañe.
Lorenzo Meyer Agenda ciudadana

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