El camino de Coatzacoalcos, Veracruz, a Juchitán, Oaxaca, es una verdadera postal de la
guerra capitalista: los imponentes pozos petroleros son la antesala de los parques eólicos y sus gigantescos molinos. En diferentes puntos del camino, agentes de migración y de la Guardia Nacional detienen automóviles y camiones en busca de migrantes. El escenario se vuelve más dramático cuando uno se entera de que en los alrededores se han descubierto fosas clandestinas con cuerpos humanos.
Ya en Juchitán, la riqueza cultural del pueblo binnizá (gente que
proviene de las nubes) contrasta con las decenas de casas destruidas a
consecuencia de los sismos de 2017 que todavía se observan. En esa
región del país donde no se ha terminado la reconstrucción, ya se habla
de la destrucción que se agudizará con el Corredor Interoceánico del
Istmo de Tehuantepec.
El Istmo de Tehuantepec, que atraviesa de Oaxaca a Veracruz y une por
tierra en tan sólo 200 kilómetros el océano Pacífico con el Atlántico,
es un territorio estratégico. Su importancia alcanza dimensiones
mundiales: es la puerta de entrada a lo que Pablo Neruda llamó
la cintura de América.
En el siglo XIX, Gran Bretaña y Estados Unidos intentaron hacerse del
control de esa parte del territorio nacional, historia que puede
rastrearse por medio de los tratados de la Mesilla, Clayton-Bulwer y
McLane-Ocampo. En el siglo XX y lo que va del XXI, como bien documentó
en estas mismas páginas Luis Hernández Navarro, los presidentes Gustavo
Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid,
Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón intentaron reactivar, de
distintos modos, el proyecto. Hoy Andrés Manuel López Obrador retoma la
iniciativa y promete una diferencia: habrá explotación y despojo, pero
sin corrupción desde el gobierno.
En el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 se define el Tren Maya,
el transístmico y la zona libre de la frontera norte como “proyectos
regionales de desarrollo que actúen como ‘cortinas’ para captar el flujo
migratorio en su tránsito hacia el norte”. En otras palabras, el tan
anhelado muro de Donald Trump.
Mientras, en el decreto con que se da certeza jurídica al
Transístmico sólo se señalan los puertos de Coatzacoalcos, Veracruz, y
de Salina Cruz, en Oaxaca, así como la conexión ferroviaria entre éstos.
No se menciona nada de los negocios a los que servirá el corredor: la
agroindustria, la manufactura, la inmobiliaria, la minería, la expansión
de los parques eólicos y la modernización de un gasoducto, ni del
aeropuerto de Ixtepec y la carretera transístmica. De los impactos
ambientales de todo el conjunto del proyecto tampoco hay noticias.
Para Estados Unidos, el Transístmico no sólo es una cortina de
contención de migrantes: es, además, una ruta de comercio que refuerza
al canal de Panamá con Sudamérica y abre nuevas rutas con Europa y Asia.
Esto, en plena disputa con China y Rusia, es también una posición
militar privilegiada.
Visto junto a los otros proyectos prioritarios del actual gobierno,
el Transístmico es parte de una red de interconexión y suministro de
energía para las corporaciones que operan en el sur del país, la mayoría
de ellas de capital privado y extranjero. Éstas están ubicadas en zonas
económicas especiales –que todavía cuentan con vida legal– o en las
rutas que las conectan. Así, la administración actual construye la
infraestructura para que, por medio del Proyecto Integral Morelos, el
Corredor Transístmico y el Tren Maya, las compañías capitalistas se
articulen en una compleja red que va de Morelos a Yucatán, pasando por
Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Tabasco y Campeche.
Para los pueblos originarios del Istmo y aquellos que habitan en
regiones donde ya se ejecutan o ejecutarán este tipo de megaproyectos,
se trata además de iniciativas que amenazan su reproducción material y
cultural. Por eso son la principal resistencia: se juegan la vida en
ello. Ésa fue la valoración compartida en la
asamblea nacional entre los pueblos del Congreso Nacional Indígena/Concejo Indígena de Gobierno y los adherentes a la Sexta, Redes de Resistencia y Rebeldía, organizaciones y colectivos que se organizan y luchan contra el patriarcado, el capitalismo y los malos gobiernos, realizada el 6, 7 y 8 de septiembre en Juchitán.
A dicha asamblea acudieron más de 500 personas, representantes de 22
medios libres y de 107 organizaciones y colectivos provenientes de 17
pueblos originarios, 22 estados de la República y 18 países. Ahí se
abrazó la lucha de los familiares de los 43 estudiantes de Ayotzinapa,
las viudas de los mineros de Pasta de Conchos, los compañeros de Samir
Flores… Ahí las resistencias continuaron tejiendo una red regional,
nacional e internacional que en el futuro se propone detener la política
de muerte y destrucción que viene con el capitalismo. Saben que el
camino no es fácil ni corto, pero saben también que es el único: cambiar
todo lo que haya que cambiar, desde abajo, a la izquierda y en
colectivo. Por ahora esa red ha lanzado ya su primer grito en la región:
el Istmo es nuestro, no del capital.
*Sociólogo
Twitter: @cancerbero_mx
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