9/17/2019

Astillero de Julio Hernández López


La gente dio el Grito
Adversarios elogiaron el acto 
¿Cárcel a Murillo Karam y Zerón?
Sheinbaum, a informar
El primer Grito obradorista tuvo tal sobriedad y equilibrio que a pesar de las innovaciones realizadas alcanzó una alta proporción de adhesiones entre su base social y, de manera inusitada, entre muchas voces adversas a las políticas del presidente López Obrador. El propio Enrique Krauze, tocado políticamente desde el escándalo de una fábrica de infundios contra el tabasqueño instalada en la calle Berlín de la Ciudad de México, adjudicó a tal ceremonial la etiqueta de magnánimo y forzó el sentido del oportunismo político al considerar que las veinte vivas nocturnas del domingo en la Plaza de la Constitución podrían significar el primer paso para la reconciliación nacional, hipótesis endeble a la que el escritor y empresario tal vez busque dar algún sustento teórico y un anhelo de operatividad.
A fin de cuentas, el programa que durante horas se sostuvo en el Zócalo capitalino (una plausible conjunción de esfuerzos de los medios públicos, a cargo de Jenaro Villamil, presidente del sistema de radiodifusión gubernamental, más las aportaciones artísticas de todas las entidades federativas) desembocó en un apoyo vigoroso a la figura presidencial (en realidad, el Grito lo dio la gente) que, por lo demás, se mostró escénicamente en una individualidad apenas conyugalmente acompañada, desprendida de rituales cortesanos y serviles, absolutamente distante de las comparecencias accidentadas de sus repudiados antecesores inmediatos (piénsese, sobre todo, en Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto).
A diferencia de los llenos o semillenos (merced al acarreo) de las administraciones anteriores a la morenista, cuando Calderón y Peña buscaban escapar de los coros insultantes y el rechazo popular de alguna manera disimulado por los técnicos del audio y el sonido, López Obrador recibió un promisorio y a la vez comprometedor apoyo de una plaza pública repleta de gente que asistió por su propia voluntad y se mostró deseosa de impulsar lo que es denominado Cuarta Transformación.
Al día siguiente, el presidente López Obrador encabezó el desfile tradicional que, en esta ocasión, dio marco especial a la presentación en sociedad de la Guardia Nacional (militar). Fue un lunes complejo, no sólo por el inquietante accidente sufrido por un paracaidista sino, en especial, porque el subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, anunció la disposición gubernamental de intentar acciones penales contra personajes tan densos y oscuros como el gran cínico Jesús Murillo Karam, creador de la criminal falsedad intitulada verdad histórica y uno de sus principales ayudantes teatrales, Tomás Zerón de Lucio, el jefe de la Agencia de Investigación Criminal durante el peñismo que orquestó el descubrimiento del único paquete de restos humanos en un río guerrerense a partir del cual Murillo Karam montó su mentira histórica.
Zerón de Lucio y Murillo Karam son piezas de alto nivel del engranaje autorizado o promovido por el jefe político de todos ellos, Enrique Peña Nieto, quien antes de los sucesos de Iguala (los que durante largos trató de endilgar al ámbito exclusivo de Guerrero, gobernado por el también elusivo Ángel Aguirre Rivero) soñaba con el título de estadista del año en Nueva York, políticamente embriagado por el éxito envenenado del Pacto por México que sepultó a todos sus partícipes, especialmente a la élite directiva del Partido de la Revolución Democrática y al partido entero en sí.
Y, mientras Claudia Sheinbaum da su primer Informe de gobierno, con su imagen instalada por toda la Ciudad de México en ánimos de proselitismo que pudieran reposicionarla luego de tantas pifias, la más reciente la de resistirse ante la urgencia de declarar a la capital del país en alerta de género, ante tanta agresión de distinto nivel contra las mujeres, ¡hasta mañana, con los panistas que ayer cumplieron ochenta años de vida, pero decidieron celebrar tal fecha hasta el próximo 21, durante su asamblea nacional!
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