Guillermo Almeyra
La Jornada
México oscila hoy entre
el siglo XIX y el XXI, sin haber salido en su vida social del siglo XX.
Por ejemplo, la lucha contra el racismo, la xenofobia, el regionalismo
estrecho y ciego y contra una poderosa oligarquía que se cree
aristocracia de origen divino es propia de hace dos siglos; el combate
democrático por la unificación de los trabajadores y por su organización
frente a sus explotadores y opresores comenzado durante la Revolución
de 1910 busca, en cambio, completar la tarea que ésta dejó inconclusa y
la del cardenismo en la década de los 30.
Por último, la defensa contra el capitalismo dirigido por el capital
financiero internacional y la lucha por las reformas democráticas más
radicales es anticapitalista, aunque no sea vista como tal por sus
protagonistas.
En efecto, la inmensa mayoría de los mexicanos trabajadores se autodefine sólo como
pobrey no como
explotado, pues teme una revolución social o un cambio radical que podrían ser costosos y por eso quieren sólo reformar y humanizar el sistema. Pero eso es imposible y la violencia del capitalismo, con su represión masiva, la militarización del territorio, la reducción constante del nivel de vida de los oprimidos y la oposición férrea a toda reforma profunda termina por hacer evidente que, incluso para poder trabajar, tener una jubilación digna o una educación real, es necesario un cambio revolucionario que será menos costoso en vidas que el capitalismo actual, con sus guerras y desastres.
La barbarie de los capitalistas –que persiguen la ganancia a costa de
todo y de todos– hace que quienes no leen ni conocen a los socialistas y
buscan sólo reformas cambien sus ideas y se alcen contra la dominación y
la explotación capitalistas.
Por eso, mientras luchamos por defender la democracia cada día más
amenazada, hay que organizarse y unir las miles de protestas sociales
para que todos los arroyos de las protestas confluyan y formen un río
caudaloso y, en esa lucha, es necesario sembrar ideas anticapitalistas
para preparar así una maduración consciente de las mayorías y reducir
los costos de los estallidos locales incontrolados.
Es indispensable reforzar los combates por la autonomía, la
solidaridad a escala regional y la autodefensa frente al crimen mientras
potenciamos la educación política y social de los combatientes mediante
bibliotecas populares que organicen charlas, discusiones, conferencias o
centros de estudios sociales y de asistencia de todo tipo –con material
médico, jurídico y técnico– para las mujeres, los indígenas, los más
pobres y los traba-jadores. En la lucha por la decisión popular y por
las reformas más ur-gentes y necesarias, como la obtención de un salario
digno, trabajo para todos, vivienda decente y sólida, agua para la
agricultura y la población antes que para la minería, la eliminación de
la discriminación por sexo, etnia u origen, la defensa de los recursos
naturales, la independencia nacional, se va construyendo la
independencia política de los oprimidos frente al Estado ya los partidos
capitalistas.
El triunfo de la opción anticapitalista es la culminación de la
victoria de la democracia radical. En un mundo donde aún no hay
libertad, ni igualdad, ni mucho me-nos fraternidad, y en el que el
capi-talismo está anulando las conquis-tas sociales históricas de un
siglo y medio como las ocho horas de jor-nada laboral o la libertad
sindical, las reformas importantes se tornan anticapitalistas porque son
in-compatibles con la política del gran capital que concentra la
ri-queza y el poder en una ínfima mi-noría destructora de la
civilización y del planeta; según Oxfam –confederación internacional
formada por 17 organizaciones no gubernamentales nacionales que realizan
labores humanitarias en 90 países–, 42 personas abarcan la mitad de la
riqueza mundial y uno por ciento de la población posee 82por ciento del
total de esa riqueza.
El imperialismo es insaciable y no respeta la ley de gentes: Trump,
que impuso que las fuerzas armadas mexicanas reprimiesen a los migrantes
centroamericanos, exige ahora más y más y el gobierno cede y cede.
El capitalismo –no hay que olvidarlo– se guía por la obtención de
ganancias, no por la protección del ambiente ni de la sanidad, a los que
considera costos y no inversiones; busca proyectos turísticos, nuevos
“Cancunes“ a costa de los recursos naturales y de las poblaciones y sus
culturas.
Quienes, enceguecidos por la miseria cultural y el atraso, se alegran
hoy porque podrán trabajar como meseros o en la construcción de esos
proyectos o quienes trabajan para el narcotráfico o para los talamontes,
así como los lumpens y delincuentes, son víctimas y sostenedores
inconscientes del imperialismo agresor y del capitalismo más feroz.
Sin eliminar el capitalismo es prácticamente imposible suprimir la
corrupción, la violencia, las guerras y la ignorancia. La minoría que lo
comprende tiene la gran responsabilidad en la educación y la
organización de las mayorías. Por consiguiente, es necesario, urgente e
indispensable, unir las fuerzas de los anticapitalistas y juntos,
trabajar en la defensa y la extensión de la democracia y por su
transformación en la construcción de una alternativa anticapitalista.
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