Carlos Bonfil
▲ Fotograma de la cinta Yesterday
La pregunta es interesante: ¿qué habría sucedido si Danny Boyle, el director británico de La vida en el abismo (Trainspotting, 1996) no se hubiera encontrado y hecho mancuerna artística con Richard Curtis, guionista de exitosas comedias románticas como Cuatro bodas y un funeral (Mike Newell, 1994)? Posiblemente Yesterday (2019),
su película reciente, habría manejado de modo muy distinto la delirante
fantasía de su premisa original, que consiste en imaginarlo que habría
pasado si los Beatles nunca hubieran existido o si nadie los recordara
hoy, excepto un oscuro músico británico de origen pakistaní. Esa
posibilidad fantasiosa (muy perturbadora para una generación de baby boomers, algo curiosa para otra de millennials,
desafiante para un buen guionista), va perdiendo, sin embargo, fuelle,
novedad e ironía a medida que el ingenio cede el lugar a las
convenciones y facilidades de una comedia romántica bastante
complaciente. Combinar el humor ácido que Danny Boyle es capaz de
administrar en la comedia británica con las ocurrencias previsibles y
las situaciones románticas almibaradas a las que Curtis, el guionista de
Un lugar en Notting Hill (Roger Mitchell) suele ser afecto, equivale, según el crítico Anthony Lane de la revista The New Yorker,
a plantar una navaja de rasurar en el interior de un malvavisco.
Después de un misterioso apagón que por espacio de 12 segundos deja
en tinieblas a las grandes capitales del mundo, la humanidad parece
haber perdido toda noción de que alguna vez haya existido el cuarteto de
Liverpool, intérpretes de enormes éxitos musicales, como Penny Lane, Strawberry Fields Forever, y por supuesto Yesterday.
Sólo Jack Malik (Himesh Patel), un joven rockero sin público ni
fortuna, quien por un accidente ha podido librarse de esa selectiva
amnesia general, conserva todavía el recuerdo de la beatlemanía y de sus
canciones, y decide, en un arranque de temeridad, adueñarse de las
célebres composiciones, improvisarse un singular genio creativo, darles
nueva vida en el escenario, y volverse, con una pequeña ayuda amigable,
en una celebridad. El músico mediocre, quien antes sólo contaba con una
amiga, Ellie Appleton (Lily James), como agente artístico a su medida y
admiradora incondicional, de pronto se convierte en un encantador
maestro de la impostura impune.
Los momentos más afortunados de la comedia son atribuibles al carisma cómico de ese nowhere man,
malogrado compositor y cantante que Himesh Patel interpreta con gozoso
desenfado. En menor grado, su amigo Rocky (Joel Fry), cómplice en
aciertos milagrosos y viejas desventuras, cumple decorosamente su papel
de comparsa bufón. Basta ver a un atribulado Jack Malik buscar
desesperadamente en su tesoro discográfico la música ya inexistente de
los Beatles o cualquier mención, inmediata o remota, en Google de
canciones o biografías relacionadas con ellos, para entender hasta qué
punto esta comedia de Boyle podía haber alcanzado cimas de un absurdo
desvarío (un poco en el mejor estilo de los hermanos Cohen), de no
haberse detenido y demorado el director y su guionista en situaciones
románticas a la postre triviales.
Con el punto de partida argumental de Yesterday, cada
espectador podría a su vez imaginar lo qué sucedería en el mundo si
figuras emblemáticas, como alguna otra estrella pop o un líder religioso
global, o productos comerciales al parecer indispensables, o la propia
Internet o el Whatsapp de pronto desaparecieran de la memoria y la
realidad colectivas. Y ese mar de suposiciones o posibilidades daría
materia suficiente para las situaciones humorísticas más peregrinas y
audaces. El gran fabulador que es el Danny Boyle de Quisiera ser millonario (2008), habría sido capaz de mantener un tono delirante de principio a fin si tal hubiese sido el propósito de Yesterday. Se
prefirió en cambio edulcorar la propuesta fantasiosa y poder así
conectar con el gran público de un modo más rutinario. Se desprenden
airosamente de esa convención las actuaciones de Himesh Patel
(estupendo) y de Kate McKinnon, quien interpreta a la representante
artística sin escrúpulos que lanza a Malik al estrellato mundial.
También la notable idea de hacer que el célebre compositor y guitarrista
británico Ed Sheeran encarne con sobriedad y acierto su personaje real,
adoptando el perfil muy bajo de un Salieri resignado a aceptar el genio
de un Mozart embustero muy a tono con nuestros tiempos de imposturas y
noticias falsas. El resultado es una película muy entretenida, capaz de
conectar con públicos de generaciones muy distintas, a la manera de su
anécdota retro y de la propia música que la inspira. Una buena melodía en esta hora nuestra de las complacencias.
Twitter: CarlosBonfil1
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