Editorial La Jornada
La jefa de gobierno
de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, afirmó ayer que habrá
sanciones ejemplares para los funcionarios públicos implicados en la
filtración de fotografías del cuerpo de Ingrid Escamilla, asesinada por
su pareja el sábado 8 de este mes, así como del video en el cual se
interroga a su presunto feminicida. Además de admitir que las
filtraciones se producen tanto en la Fiscalía General de Justicia como
en la Secretaría de Seguridad Ciudadana capitalinas, Sheinbaum anunció
que ya analiza modificaciones al Código Penal que pongan fin a esta
práctica, a la vez que instó a los medios de comunicación a ejercer su
labor con responsabilidad para evitar violaciones a los derechos humanos
de las víctimas.
En cuanto al último punto mencionado, es necesario reconocer que dar
cuenta de un suceso criminal sin las debidas precauciones para
salvaguardar la intimidad de las víctimas viola los derechos humanos de
éstas y de su entorno, que en este sentido constituyen una
revictimización de las personas afectadas y sus familiares, y que para
colmo representan una práctica de lucro con el dolor ajeno. En estos
supuestos caen todos aquellos actores con poder mediático, incluyendo a
medios impresos, electrónicos, portales de Internet, tuiteros y
youtuberos que realizan coberturas sensacionalistas o amarillistas con
el propósito de atraer audiencias y, en última instancia, generar
ganancias.
Con todo lo grave que es la revictimización referida y el daño
generado por las coberturas carentes de ética podría ir más allá del
dolor infligido al entorno de las víctimas: como plantea la antropóloga
argentina Rita Segato, al convertir el feminicidio en un espectáculo en
el cual el asesino cobra un poderoso rol protagónico, la violencia se
glamurizay se crea un efecto de imitación que incita a repetir estos crímenes. La estudiosa de la violencia de género señala también que lo anterior no implica un llamado a la censura, pero sí a una reflexión acerca de la manera de presentar la información sin promover los crímenes, es decir, sin brindar a los verdugos la oportunidad de convertirse en protagonistas y sin dotar de atractivo mimético al delito mismo.
En cuanto a la modalidad específica de espectacularización de la
violencia que consiste en difundir imágenes morbosas de las víctimas, es
un hecho que desde los albores de la prensa masiva existe un mercado de
gráficos de episodios violentos, con vendedores –en este caso,
funcionarios públicos– y con compradores –los citados medios de toda
índole–, y que la responsabilidad por la compraventa de las imágenes
recae en primera instancia en los agentes encargados de hacer cumplir la
ley. Por ello, cabe saludar la iniciativa de la jefa de Gobierno
capitalina para penalizar estas infracciones al código de conducta de
las instituciones de seguridad y justicia, así como exhortar a que esta
propuesta cristalice a la brevedad posible en un conjunto de
disposiciones legales que pongan fin a esta forma de revictimización.
Por su parte, los medios de comunicación deben emprender un ejercicio
introspectivo para el desarrollo de formatos que les permitan cumplir
su cometido informativo con ética periodística. Está claro que este
deber rebasa al ámbito del contenido audiovisual, pues en la actualidad
las formas de cobertura están impregnadas de violencia y de recursos
narrativos que terminan por volverse una exaltación del crimen. Si hoy
estamos inmersos en una sociedad del espectáculo, donde el afán
mediático se ha convertido en poderoso resorte del actuar individual y
colectivo, quienes se encuentran al frente de los medios están llamados a
ejercer su capacidad mediática con prudencia, sensatez y, ante todo,
empatía para con las víctimas.
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