Es prioritario salir de la parálisis del lenguaje y nombrarle
por lo que es: un Estado feminicida. Hasta que las palabras se vuelvan
conciencia y acción política
Celia Guerrero/ Pie de Página
Quiero hacer una pausa y pensar en las
palabras correctas, y caer en cuenta también de la parálisis del lenguaje que
produce la vorágine de violencia feminicida. Porque no es la primera vez que el
tsunami de la inmediatez nos quita la posibilidad de detenernos a pensar en la
importancia de elegir las palabras con las que comunicamos discursos. Y, asumo,
no soy la única que en la urgencia de la expresión no puede ni nombrar qué o
cuánto le duele, mientras pretende reflexionar con mayor profundidad lo que
estamos viviendo.
Dentro de algunas de las reflexiones de
feministas desatadas por el feminicidio atroz de Ingrid Escamilla, hay una que
apenas resuena y valdría la pena rescatar: nos enfrentamos al desamparo de ser
ciudadanas en un Estado feminicida al que seguimos confiriendo nuestra
seguridad a pesar de que nos ha demostrado en varias ocasiones ser en sí mismo
el perpetrador de la violencia y difusor del odio en contra de las mujeres.
Quizá por ello, es prioritario salir de la
parálisis del lenguaje y nombrarle por lo que es: un Estado feminicida. Hasta
que las palabras se vuelvan conciencia y acción política.
No es que ahora mismo no existan iniciativas
importantísimas de mujeres que se contraponen a la violencia desde la
movilización y acción política, sino que el ciclo de catarsis colectivas que
reaccionan de evento violento en evento violento pierde efectividad si nos
olvidamos de identificar de dónde proviene la violencia a la que nos oponemos.
Si obviamos eso, cualquier fuerza movilizadora por más amplia que sea terminará
por ser absorbida, o por el circo institucional que jamás resolverá la violencia
patriarcal, o por la inercia de la vorágine que desgasta o mata.
No olvidemos que el señalamiento a las
instituciones debe trascender de la exigencia de justicia y castigo a los
perpetradores, hay que decir alto y claro: esos actores a los que exigimos
protección, soluciones o [ya mínimo] empatía son los mismos perpetradores de
los crímenes.
Criminales son los funcionarios públicos que
compartieron las imágenes del cuerpo de Ingrid y grabaron mañosamente el
video del feminicida para entorpecer el proceso judicial. Criminales son los
periodistas sin gramo de ética que difunden las imágenes, hacen mofa de la
violencia contra las mujeres y esparcen el discurso misógino que la perpetua.
Criminales son desde el presidente que desdeña una problemática social que
afecta a la mitad de la población del país que dirige, hasta los dueños de los
medios que se enriquecieron a costa de reproducir el espectáculo del horrorismo contemporáneo, término de la
historiadora mexicana Cristina Rivera Garza.
Busco y regresó a aquellos textos de la
tamaulipeca que hace casi una década me ayudaron a digerir el desbordamiento de
la violencia, resultado de la militarización del país, porque —nuevamente, como
entonces— la palabra barbarie se queda corta.
“Suele ser difícil escribir sobre el dolor”, presagia al comenzar a ensayar las
posibilidades de crear sentido de lo que identificamos como sinsentido en Dolerse, Textos desde un país herido, y pienso en
el increíble acto de supervivencia que realizamos desde hace tiempo en México,
lo que significa y rescata —en medio de tanto y de todo— la escritura; lo que
me hace regresar de nuevo a la importancia del lenguaje.
Hace 9 años Rivera Garza recopilaba en este
libro reflexiones sobre la escritura frente al horror —“el espectáculo más
extremo del poder”— en un México que terminaba la última década del siglo XXI
envuelto en una guerra descarnada que, aunque hoy continúa, pasó a segundo
plano en el escenario nacional impuesto desde la élite política.
Ahora que esa guerra se muestra más evidente
en contra del territorio cuerpo de las mujeres, el movimiento feminista parece
ser de los pocos a nivel nacional con la suficiente fuerza para continuar
desenmascarando a ese Estado feminicida. Pero el embate arrecia cuando nos
quitan a Ingrid, a Isabel, a Raquel y a tantas más día con día, mandando el mensaje
de impunidad y absoluta indefensión.
“El dolor es un fenómeno complejo que, por
principio de cuentas, cuestiona nuestras nociones más básicas de lo que
constituye la realidad. El dolor paraliza y silencia, es cierto, pero también
satura la práctica humana…”, plantea Rivera Garza, a quien rescato —aunque no
tiene un acercamiento feminista— porque es de las ensayistas más brillantes de
la tragedia contemporánea mexicana.
Esa sociedad doliente de la que escribe es la misma que hoy enfrenta,
como eco de la conmoción anterior, una violencia feminicida cada día
más atroz. Pero ese dolor que puede paralizar, silenciar o saturar la
práctica humana, “en ocasiones, la libera, produciendo voces que, en su
profundidad o desvarío, nos invitan a visualizar una vida otra, en plena
implementación con los otros”.
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