Los consejeros que
serán nombrados desde el poder actual los apadrina un irrefrenable afán
de captura: la institución (Instituto Nacional Electoral) en riesgo
inminente. Esta ha sido la cantaleta esparcida por todo el ancho y
profundo sistema establecido del anterior oficialismo ( panpriísta) aliados, compañeros de viaje y voceros difusivos. A los morenos
–AMLO incluido– les incomodan organismos independientes, afirman con
tozudos argumentos. Para esterilizar tan aviesa pretensión, el mismísimo
consejero presidente, Lorenzo Córdova Vianello, maniobró, junto con
otros consejeros afines, para capturarlo para su seguridad y para la de
su feligresía. Con tan eficaz, celosa y bien intencionada acción –sin
duda, también alegarán democrática– serruchó toda base de sustentación
de legitimidad remanente. Los defensores han quedado mancos en su
argumentación descalificadora. La preventiva maniobra revela, a las
claras, el descarado propósito de prolongar, en el mando interno, al
grupúsculo ahí enquistado desde hace años. Contar con una secretaría
general afín es fundamental para el manejo completo.
Los consejeros que arriben con posturas, visiones, intereses o
ideología, distinta a la ahí dominante, degradarán, arguyen, su
autonomía. Años de pruebas y errores quedarán borrados y en el olvido.
Esa no será una ruta de perfeccionamiento continuo, como sería deseable,
sino un zarpazo autoritario, se sostiene con suficiencia indisputable.
La atropellada historia de cada organismo, calificados de autónomos,
no se reconoce en su inescapable formación basada en el interesado
reparto de cuotas partidistas y al rejuego de grupos de presión.
Repartos, después cobrados, con perentorias instrucciones de favorecer
intereses de origen. O, peor aún, en el ocultamiento de datos y oídos
sordos a las muchas pruebas de posibles fraudes. La crítica opositora
tampoco se pone el acento en la concordancia, casi unánime, de los
consejeros actuales y pasados con el modelo neoliberal, en parte aún
dominante pero bajo asedio y cambio. Muy a pesar de que algunos de los
críticos, a la supuesta tendencia morena de captura, no sólo
del INE, sino de todos los organismos autónomos sea vista como
antidemocrática la verdad es que la presión por el cambio, masivamente
demandado, es asunto básico. Finalmente, dirán los de vista práctica,
Vianello actuó con sagaz precisión. Se anticipó a la posible dominancia
espuria de la mayoría futura, aunque ésta sea mandatada por la ley. En
su apresurada maniobra ilegal llevará la penitencia.
Otros críticos permanentes se han enfocado en temas económicos,
prioritariamente financieros. Dos de ellos, Luis Rubio y Carlos Elizondo
Mayer-Serra para cimentar sus análisis presumen los múltiples equívocos
del Presidente. Uno, porque su narrativa inhibe la inversión y, por
tanto, entorpece el crecimiento. Y, también, de sus inválidos proyectos
de gran aliento o la dramática cancelación del aeropuerto de Texcoco.
Ignoran, hasta con deleite, la marcada cadena descendente (desde 2010)
de formación de capital que se viene manifestando (Inegi) y que
condiciona el mediocre crecimiento resultante. También soslayan el
decrecimiento industrial de nuestro vecino que es, bien se sabe,
trampolín de exportaciones. Todo lo atribuye Mayer-Serra al nulo aliento
a los instintos animales de los inversionistas, pues Andrés Manuel
López Obrador (AMLO) los nulifica. Como si la tasa de rendimiento al
capital no fuera una decisión cupular e ideológica de los banqueros
centrales. El menosprecio y condena instantánea de los varios programas,
ya en marcha acelerada y prometedora, como la nueva refinería o el
aeropuerto Felipe Ángeles. Dos asuntos medulares que, para el crítico
terminal, inhiben, por fallidos, la confianza empresarial.
El otro, Rubio, porque no dimensiona el cambio que se observa, no
sólo en México sino en el mundo contra el modelo concentrador. Hay,
asegura, un imperativo de adaptación a las nuevas realidades, pero no
las aplica a su análisis. Según esta particular visión, el gobierno no
sabe si sus propuestas funcionarán en provecho de los ciudadanos.
Cambiar, asegura Rubio, no implica, necesariamente, menos pobreza o
mejor vida. Con tal dicotomía niega la validez del cambio transformador
propuesto. Lo que sucede es, simplemente, un nuevo acomodo de poderes
que no por nuevo es benéfico. Confía en que las muchas reformas
estructurales pasadas, con las que ha estado de acuerdo, verán su
utilidad en el próximo futuro y, entonces, se podrá juzgar mejor el
fracaso de lo avanzado por AMLO.
Ambos articulistas han pronosticado, una y otra vez, el rotundo
fracaso de un gobierno que, según ellos –y otros muchos– añora un
pasado idílico que no volverá. Incierta postura que poco tiene de
realidad y mucho de apego al credo de la continuidad neoliberal.
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